—No —se apresuró a decir Ceri—. Al no haría algo así. Tiene que ser un farol. Dijo…
De pronto se interrumpió y yo me concentré en su expresión repentinamente angustiada, casi presa del pánico. De pronto mi experiencia como cazarrecompensas se despertó y el corazón empezó a latirme a toda velocidad. ?Dijo?. ?Ceri ha hablado con él? ?Con Al?
—?Tú? —acerté a decir agitando los pies—. ?Eres tú la que está invocándolo?
—?No! —respondió poniéndose todavía más pálida—. ?No, Rachel! Solo he estado haciéndole algunos hechizos de apariencia. Por favor, no te enfades.
Horrorizada, intenté encontrar las palabras para expresar cómo me sentía.
—?Lleva tres noches seguidas por ahí suelto y tú no me has dicho nada!
—Me aseguró que no te atacaría —dijo sin moverse—. Creí que no te pasaría nada. Me lo prometió.
—?Pues me atacó! —le grité sin importarme que los vecinos pudieran oír-me—. ?El muy cabrón va a matarme porque no tiene nada que perder, y tú te dedicas a prepararle hechizos?
—Es un buen trato —respondió—. Por cada trece me descuenta un día de mancha. Ya he liberado mi alma del peso de un a?o entero.
Yo me quedé mirándola fijamente. ?Estaba haciéndole hechizos voluntaria-mente?
—?Pues me alegro por ti! —le espeté.
Su cara se puso roja de la rabia.
—Es la única manera que tengo de librarme de la mancha sin hacer algo inmoral —dijo mientras el viento agitaba los mechones de su pelo—. Me pro-metió que no iría a por ti.
Entonces abrió mucho los ojos y se colocó una mano a la altura del pecho mientras su estado de ánimo oscilaba como una cometa.
—?De veras quieren que los ayudes a capturarlo? No lo aceptes, Rachel. Independientemente de lo que te ofrezcan. Si Al se ha vuelto un demonio sin escrúpulos, será tan escurridizo y retorcido como una pastinaca. ?Ya no puedes fiarte de él!
Como si alguna vez hubiera sido de fiar.
—De manera que ahora ya no puedo fiarme de él. ?Qué tipo de juego es este en el que las reglas cambian continuamente?
Ceri me miró de arriba abajo con aire desafiante.
—A mí no me parece que te hiciera ningún da?o.
—?Me agarró del cuello y me sacudió! —le grité. Estaba defendiéndolo. ?Estaba defendiendo a Al!
—Si eso es todo lo que te hizo, el hecho de que rompiera su promesa está abierto a interpretaciones —dijo con acritud—. Es un farol.
?Joder! No puedo creerlo.
—?Te estás poniendo de su parte!
—?Eso no es cierto! —exclamó mientras sus mejillas se llenaban de puntitos rojos—. Simplemente te estoy diciendo cómo funciona su sistema legal. Si existe alguna laguna jurídica, le permitirán usarla. Y yo solo le estoy haciendo hechizos para disfrazarse. Jamás haría nada que pudiera causarte algún da?o.
—?Estás trabajando para Al y no me lo dijiste!
—?No lo hice porque sabía que te enfadarías!
—?Pues tenías razón! —le grité con el corazón a punto de salírseme del pecho—. ?Te liberé de él y tú me lo pagas así! No eres más que otro familiar potencial que se cree más lista que un demonio.
El rostro de Ceri se puso lívido.
—?Fuera de aquí!
—?Con mucho gusto!
Ni siquiera recuerdo haber atravesado la casa. Lo que sí recuerdo es que salí al jardín delantero como un vendaval porque el golpe de la mosquitera me hizo dar un respingo. Keasley estaba sentado en los escalones con tres pixies en la palma de su mano. Estos salieron volando al oír el portazo y él se giró hacia mí.
—?Habéis arreglado vuestras cosas? —preguntó. Apenas acabó de hacer la pregunta, abrió mucho los ojos al ver que yo pasaba de largo dando grandes zancadas. De pronto un grito de frustración proveniente del patio trasero retumbó por todo el vecindario. Luego se oyó un ruido atronador y los pixies dieron un chillido ante el repentino cambio de presión. Ceri estaba teniendo una pataleta.
—Felicidades, Jih —dije parándome en seco al final de los escalones—. Me encantaría conocer a tu marido como es debido pero, a partir de ahora, no creo que vaya a ser bien recibida en esta casa. —A continuación me giré hacia Keasley y a?adí—: Si me necesitas, ya sabes dónde estoy.
Sin decir nada más me marché con el corazón en la garganta y serias difi-cultades para respirar. Jenks me alcanzó y, cuando se colocó a la altura de mis ojos, le puse mala cara.
—?Qué ha pasado, Rache? ?Ceri está bien?
—?Oh, sí! —mascullé bajando con brusquedad el pestillo de la valla metálica y rompiéndome una u?a—. ?Está estupendamente! Está trabajando para Al.
—?Es ella la que está invocándolo para que salga de la cárcel?
—No, se dedica a hacerle hechizos de disfraz para limpiar la mancha de su alma.
Entonces crucé la calle y, al comprobar que no hacía ningún comentario, levanté la vista. Tenía mala cara y parecía encontrarse ante un dilema.
—?Acaso no te parece mal? —le pregunté incrédula,
—Bueno… —empezó intentando escaparse por la tangente.