—Gracias —dijo secándose las lágrimas—. Aquella tarde, como siempre hacía, Quen me acompa?ó a casa en coche. Había presenciado toda la penosa escena y cuando me siguió, me rodeó con sus brazos y me dijo que era hermosa y pura. Todo lo que a mí me hubiera gustado ser… y que no soy.
Me hubiera gustado que parara, pero necesitaba contárselo a alguien. Además, sabía muy bien cómo 9t' sentía. Deseaba que la amaran, que la aceptaran, y solo conseguía que la vilipendiaran por cosas que escapaban a su control. Justo en el momento en que los ojos de Ceri, enrojecidos y acuosos, buscaban los míos, sentí que una cálida lágrima empezaba a abrirse paso hacia mi barbilla.
—A partir de entonces empecé a pasar más tiempo con Trent solo para que Quen me trajera y me llevara —dijo con una voz apenas audible—. Creo que Trent lo sabe, pero no me importa. Confía en él. Cuando estamos juntos me siento hermo-sa e inmaculada. Durante mil a?os nunca tuve la habilidad de decir sí o no a las atenciones de un hombre —dijo ganando seguridad—. Para Al no era más que un objeto, algo con lo que podía exhibir sus cualidades, y cuando Quen despertó mis pasiones después de un compromiso particularmente duro con Trent, me di cuenta de que quería algo más que sus amables palabras.
Yo sentí un nudo en la garganta. Kisten. Sabía muy bien a qué se refería, pero él ya no estaba. Y aquello me causaba una gran desazón.
——Quería entregarme a un hombre que estuviera dispuesto a entregarse a mí —dijo suplicando mi comprensión cuando, en realidad, ya la tenía—. No quería compartir solo el éxtasis que podían proporcionarnos nuestros cuerpos, sino también nuestros pensamientos. Quen es un buen hombre —a?adió como si yo lo hubiera puesto en duda—. Sé que inculcará a mi hijo una serie de creencias que para mí son importantes. Prefiero un esposo de sangre mez-clada que me acepta como soy, que uno de sangre pura que, en el fondo de su corazón, me considera impura.
Yo alargué la mano y agarré la suya.
—Ceri…
Ella la retiró, como si pensara que iba a discutir con ella. Nada más lejos de la realidad.
—Quen es tan noble como cualquiera de los hombres de la corte de mi padre —dijo con vehemencia.
—Y mucho más honrado que Trent —dije cortando por lo sano cualquier sospecha de discusión—. Has tomado la decisión correcta.
Con expresión de alivio y el rostro más relajado, intentó decir algo, pero se contuvo. Luego hizo amago de tranquilizarse y lo intentó de nuevo, aunque solo acertó a preguntar, con un hilo de voz falsa y chillona, si quería un poco más de té.
A pesar de que tenía la taza llena, respondí con una sonrisa:
—Sí, gracias.
Ceri la rellenó hasta el borde y yo bebí un trago comprendiendo a qué obedecía el silencio que se había instaurado entre nosotras y que estaba lleno del sonido de los grillos. Sabía muy bien cómo era anhelar esa necesidad de que alguien te quisiera, aunque estaba decidida a no dejarme llevar por mis impulsos en lo que respectaba a Marshal. Yo era la persona menos adecuada para decirle que debía haber sido más fuerte. ?Más fuerte para qué? ?Qué sentido tenía contenerse? Además, estaba convencida de que Quen sería honesto con ella. Probablemente estaba tan necesitado de un alma comprensiva como Ceri.
—Hoy he visto a Quen —dije. La expresión de su rostro se llenó de impa-ciencia y en ese momento comprendí que lo amaba—. Tenía muy buen aspecto, aunque creo que está preocupado por ti. —?Dios! Me sentía como si hubiera vuelto a la época del instituto, pero yo era la única con quien podía desahogarse y compartir su entusiasmo. La pobre estaba enamorada y no podía contárselo a nadie.
—Estoy bien —se excusó aturullada.
Al verla en aquel estado sonreí y me recosté en el respaldo de la silla con la taza de té en la mano. Aún podía quedarme un rato más. Marshal tendría que esperar.
—?Has pensado mudarte cerca de su casa? —le pregunté—. Trent te ofreció quedarte en su… complejo.
—Aquí estoy a salvo —respondió bajando los ojos, lo que me dio a entender que lo había considerado.
—No estaba pensando en motivos de seguridad —dije con una carcajada—. No quiero que Quen se presente por aquí cada dos por tres, que aparque su jodida limusina junto al bordillo y que me despierte al amanecer sonando el claxon para que salgas.
Ceri se sonrojó ligeramente.
—Voy a quedarme aquí, con Keasley.
Mi sonrisa se desvaneció y, aunque no me apetecía que se fuera, dije:
—Podría mudarse contigo.
—Pero Jih y su marido… —arguyó, aunque su deseo de estar cerca de Quen era más que evidente.