Fuera de la ley

No podía creerlo.

 

—Así es como empieza todo, Jenks —dije recordando la época en que trabajaba para la SI llevándoles brujos que habían ido por el mal camino—. Después llega una maldición negra y te promete que la uses para una buena razón ofrecién-dote tantas cosas a cambio que no puedes decir que no. Después llegará otro, y otro, hasta que, sin darte cuenta, te has convertido en su familiar. Pues bien, si quiere volver a tirar por la borda su vida, no es asunto mío.

 

Jenks voló junto a mí durante unos segundos y finalmente se decidió a hablar.

 

—Ceri sabe lo que hace.

 

En ese momento llegamos a los anchos y gastados escalones de la iglesia y me detuve. Si entraba inesperadamente y fuera de mí, me metería en un lío. El deseo de sangre de Ivy se disparaba ante las emociones intensas, y yo lo sabía muy bien. Entonces me giré y miré hacia la casa de Keasley. El roble estaba cubierto por una capa de color rojo que hacía que pareciera que estaba en llamas. La gente había salido de sus casas y observaban boquiabiertos las llamas ficticias provocadas por la ira de Ceri, pero yo sabía que nunca haría da?o al árbol.

 

—Eso espero, Jenks. Eso espero.

 

 

 

 

 

9.

 

 

—Chisssst… ?Silencio! —exclamó en voz baja uno de los hijos de Jenks—. La vas a asustar.

 

En ese momento se alzó un coro de voces que mostraban su disconformidad y yo sonreí a la ilusionada pixie que estaba de pie en mi rodilla, con un vestido de seda verde que le llegaba hasta los tobillos, pero sin dejar de agitar las alas para no perder el equilibrio. Estaba sentada en el suelo, junto al sofá del santuario, con las piernas cruzadas y cubierta de ni?os pixie. Las coloridas telas se agitaban por la brisa que levantaban sus alas de libélula, y el polvo que desprendían hacía que toda yo reluciera a la tenue luz del crepúsculo. Rex se encontraba bajo el piano de Ivy y no parecía asustada. Más bien dispuesta a atacar.

 

La peque?a gata anaranjada estaba agazapada junto a una de las patas, moviendo la cola, con las orejas de punta y unos ojos negros que mostraban la típica actitud previa al momento de atacar. Al final Matalina había tenido que dar su brazo a torcer después de reconocer que hasta el más peque?o de sus hijos podía volar a mayor altura que el salto de un gato. Para colmo, Jenks había insinuado que permitir que Rex pasara el invierno dentro contribuiría a que no se convirtieran en unos centinelas perezosos, de manera que, al final, la gata se había salido con la suya.

 

En aquel momento estábamos intentando poner en práctica una teoría según la cual, si los ni?os pixie, que eran la debilidad de la gata, conseguían que se acercara a ellos mientras estaban conmigo, tal vez Rex empezaría a sentir cierta simpatía por mí. Como idea no estaba mal, pero no estaba funcio-nando. Rex me había tomado manía desde que había utilizado una maldición demoníaca para convertirme en lobo. Posteriormente había recuperado mi apariencia normal, con la piel impoluta y sin rellenos, pero hubiera preferido tener la cara llena de pecas en vez de la mancha demoníaca que acompa?ó a la inesperada transformación.

 

—Esto no funciona —dije volviéndome hacia Jenks y Matalina, que se habían situado en lo alto de mi escritorio, al calor de la lámpara, para observar cómo se desarrollaban los acontecimientos. El sol se había puesto, y a mí me extra?ó que Jenks no los hubiera mandado a todos al tocón, pero quizás era porque hacía mucho frío. O tal vez no quería que sus hijos estuvieran fuera mientras la gárgola estuviera al acecho. En realidad no entendía por qué le molestaba tanto. Al fin y al cabo, no medía más de treinta centímetros. A mí me parecía que quedaba muy mona en la cornisa, y si hubiera podido salir fuera, proba-blemente hubiera tratado de engatusarla para que bajara aprovechando que, a aquellas horas, probablemente estaría despierta.

 

—Ya te dije que no daría resultado —gru?ó Jenks—. Hubiera sido mucho más productivo que hubieras empleado este rato en subir al campanario para hablar con ese pedazo de roca.

 

?Ese pedazo de roca? ?Ah! Se refería a la gárgola.

 

—No pienso asomarme a la ventana del campanario para ponerme a dar gritos —farfullé cuando los pixies empezaron a chillar—. Ya hablaré con ella cuando baje. Estás tan enfadado que no consigues que se marche.

 

—?Mira! ?Se está acercando! ?Rex se está acercando! —gritó uno de los ni?os lo suficientemente fuerte como para ponerme la carne de gallina. Sin embargo, la gata solo se estaba desperezando y preparándose para una buena sesión de miradas. Eso era lo único que hacía, mirarme fijamente.

 

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