Fuera de la ley

Yo me quedé mirándola fijamente. Si no es Trent, entonces…

 

 

—Es Quen —dijo mirando las tiras de tela que ondeaban al viento por en-cima de nuestras cabezas.

 

—Pe… pero… —tartamudeé. Dios mío ?Quen? De pronto sus embarazosos silencios y sus frías miradas cobraron un significado totalmente diferente—. ?Trent no ha dicho ni una palabra! ?Ni tampoco Quen! Se quedaron ahí callados, permitiendo que creyera…

 

—No les correspondía a ellos decírtelo —dijo con remilgo. Seguidamente apoyó la taza con un agudo tintineo.

 

La brisa agitó los finos mechones de pelo que se le habían escapado de la trenza mientras yo intentaba aclararme las ideas. Esa era la razón por la que Quen había decidido pedirme ayuda a espaldas de Trent. Y también explicaba por qué tenía esa expresión de culpabilidad.

 

—?Pero yo creía que te gustaba Trent! —acerté a decir finalmente.

 

Ceri hizo una extra?a mueca. Si la hubiera hecho yo, hubiera resultado bastante fea, pero en su rostro era encantadora.

 

—Y así es —reconoció agriamente—. Es muy amable conmigo, e in-cluso tierno. Su conversación es muy inteligente, capta rápidamente mis pensamientos y los dos disfrutamos de la compa?ía del otro. Su linaje es impecable… —En ese momento se detuvo, vacilante, se miró los dedos que reposaban sobre su regazo y soltó un profundo suspiro—. Y el miedo no le permite tocarme.

 

Yo fruncí el ce?o, furiosa.

 

—Es por la mancha demoníaca —explicó distante con la mirada te?ida de vergüenza—. Cree que es el maldito beso de la muerte. Lo considera algo re-pulsivo y piensa que es contagioso.

 

No podía creer lo que estaba oyendo. Trent era un asesino y un traficante de drogas, ?cómo tenía la poca vergüenza de despreciar a Ceri!

 

—Bueno —dijo como si hubiera leído mis pensamientos—, técnicamente tiene razón. Yo podría librarme de la mancha pasándosela a él, pero nunca lo haría. —Sus ojos, oscuros por la amargura que no quería mostrar, buscaron los míos—. Tú me crees, ?verdad?

 

Yo recordé cómo Trent había reaccionado a la magia negra y apreté la man-díbula con fuerza.

 

—Sí, por supuesto —me corregí—. De modo que no soporta la idea de tocarte…

 

Ceri me miró con expresión suplicante.

 

—No te enfades con él. ?Por los cojones de san Bartolomé, Rachel! —dijo intentando engatusarme—. Tiene todo el derecho a tener miedo. Yo tengo muy mal carácter, soy dominante y estoy cubierta por una mancha demoníaca. La primera vez que nos vimos, derribé a Quen con un hechizo de magia negra y luego lo amenacé.

 

—?Pero si estaba intentando dragarme con un hechizo ilegal! —protesté—. ?Qué se suponía que tenías que hacer? ?Pedirle cortésmente que no jugara sucio?

 

—Quen lo entiende —dijo volviendo a mirarse los dedos—. Cuando estoy con él, no necesito justificarme por quién soy ni por mi pasado. —Seguidamente levantó la cabeza y a?adió—: Ni siquiera sé cómo pudo ocurrir.

 

—Esto… —dije entre dientes convencida de que estaba a punto de contarme una historia que no me apetecía nada escuchar.

 

—Accedí a quedar con Trent. Quería disculparme por haberlo amenazado —dijo—. Quería que me explicara cómo sus tratamientos genéticos conseguían mantener viva nuestra especie cuando la magia no podía. Para mi sorpresa, aquella tarde fue muy bien, y sus jardines, aunque silenciosos, me parecieron preciosos, así que quedamos para tomar el té la semana siguiente y le conté mi vida con Al. —En ese momento derramó una lágrima que recorrió su mejilla hasta llegarle a la mandíbula—. Quería que lo supiera para que entendiera que no era un signo de la catadura moral de una persona, sino una simple marca de desequilibrio en su alma. Creí que estaba empezando a entenderlo —continuó quedamente—. Incluso hicimos bromas al respecto. Pero cuando lo toqué, se apartó de golpe y, a pesar de que se disculpó y se ruborizó, me di cuenta de que todo había sido una parodia. Me estaba entreteniendo porque pensaba que tenía que hacerlo, no porque saliera de él.

 

Me imaginaba perfectamente la situación. Trent era un canalla.

 

—Así que me acabé el té, representando el papel de una cortesana que en-tretiene al hijo de un posible aliado —dijo. Yo percibí su orgullo herido y la vergüenza que sus palabras no podían ocultar—. Gracias a Dios, tuve la ocasión de descubrir cuáles eran sus auténticos sentimientos antes de que… mi corazón se ablandara.

 

Ceri se sorbió la nariz y yo le pasé una de las servilletas de algodón que había colocado junto a la tetera. Aunque dijera que no sentía nada por él, yo sabía que Trent había causado una herida tan profunda en aquella mujer que, según ella misma reconocía, era extremadamente orgullosa, que jamás podría sanarla.

 

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