Fuera de la ley

—Gracias —dijo—. Jih se ha buscado un marido y el pobre se mata a trabajar para impresionarla.

 

Entonces dejé a un lado el jardín para concentrarme en Ceri y en su evidente preocupación.

 

—?Jenks está con él? —pregunté, deseosa de conocer al nuevo miembro de la familia.

 

—Sí —respondió Ceri con una sonrisa que suavizaba su expresión tensa—. ?No los oyes?

 

Yo sacudí la cabeza y me acomodé en la desigual silla de mimbre. ?Cómo podía hacer para sacar el tema? ?Tengo entendido que Jih no es la única que ha ligado…?

 

Ceri alargó el brazo para coger la tetera con un gesto receloso.

 

—Aunque imagino que no se trata de una visita de cortesía, ?te apetece un poco de té?

 

—No, gracias —respondí. A continuación murmuró unas palabras en latín y la tetera comenzó a humear, lo que me hizo volver de golpe a la realidad. Seguidamente vertió la infusión color ámbar en su taza haciendo campanillear la porcelana y acallando el ruido de los grillos.

 

—Ceri —le dije quedamente—, ?por qué no me lo dijiste?

 

Sus intensos ojos verdes encontraron los míos.

 

—Tenía miedo de que te enfadaras —respondió con una preocupación que rayaba en la desesperación—. Rachel, es el único modo que tengo de librarme de él.

 

—?Es que no quieres tenerlo? —le pregunté, estupefacta.

 

Ceri se quedó desconcertada y, durante unos instantes, me miró con expre-sión interrogante.

 

—?De qué se supone que estamos hablando? —preguntó con cautela.

 

—?De tu hijo!

 

En ese momento se quedó boquiabierta y sus mejillas se sonrojaron.

 

—?Cómo has sabido que…?

 

El pulso se me había acelerado, y me sentí como si aquello no me estuviera pasando a mí.

 

—He estado hablando con Trent esta misma tarde —le dije. Al ver que se quedaba allí quieta, mirándome con sus pálidos dedos rodeando la taza de té, a?adí—: Quen me pidió que fuera a siempre jamás para recoger una muestra de tejido élfíco anterior a la maldición, y yo quise saber el porqué de tanta urgencia. Al final acabó soltándolo.

 

Presa del pánico, Ceri dejó la taza sobre la mesa y me agarró la mu?eca, un gesto que me dejó desconcertada.

 

—No —exclamó en voz baja, con los ojos muy abiertos y la respiración en-trecortada—. Rachel, tú no puedes ir a siempre jamás. Quiero que me prometas ahora mismo que no lo harás. Nunca.

 

Me estaba haciendo da?o, y yo intenté librarme de la presión que ejercía con sus dedos.

 

—No soy estúpida, Ceri.

 

—?Prométemelo! —insistió alzando la voz—. ?Inmediatamente! No irás a siempre jamás. Ni por mí, ni por Trent, ni por mi hijo. ?Nunca!

 

Yo aparté la mu?eca, desconcertada por su exagerada reacción.

 

—Le he dicho que no. Ceri, no puedo. Alguien está sacando a Al de su con-finamiento y no puedo arriesgarme a estar en terreno no consagrado después del crepúsculo, y mucho menos ir a siempre jamás.

 

La pálida mujer intentó serenarse, claramente avergonzada. Sus ojos mira-ron mi mu?eca enrojecida y yo la escondí bajo la mesa. Me sentí culpable por mi decisión de mantenerme alejada de siempre jamás, a pesar de que fuera la opción más inteligente. Quería ayudar a Ceri, y tenía la sensación de que estaba comportándome como una cobarde.

 

—Lo siento —dije. A continuación estiré el brazo para coger la tetera. Necesi-taba una taza para ocultarme tras ella—. Me siento como una gallina de mierda.

 

—No tienes por qué —sentenció Ceri. Yo la miré a los ojos—. Esta no es tu guerra.

 

—Antes sí que lo era —dije recordando la teoría ampliamente aceptada de que los brujos habían abandonado siempre jamás dejándolo en manos de los demonios tres mil a?os antes de que los elfos se rindieran. Antes de eso, no se sabía nada de los brujos excepto lo que los elfos recordaban de nosotros, y tampoco se sabía gran cosa de ellos.

 

Ceri se me adelantó, vertió un poco de té en mi taza y me la entregó con su correspondiente plato con la elegancia que le conferían los mil a?os de práctica. Yo la acepté y di un sorbo. No era café pero, aun así, podía sentir el subidón de cafeína. Entonces me recosté en el respaldo de mimbre y crucé las piernas. Disponía de tiempo y, teniendo en cuenta el estado de confusión y de nervios en que se encontraba Ceri, no podía marcharme todavía.

 

—Ceri —le dije con un tono de orgullo en mi voz—, eres una persona ex-cepcional. Si yo descubriera que me he quedado embarazada sin pretenderlo, estaría destrozada. No puedo creer que Trent te hiciera esto.

 

Ceri, que todavía tenía la taza en la mano, vaciló por un instante. A conti-nuación tomó un peque?o sorbo y dijo:

 

—En realidad no es culpa suya.

 

Yo sacudí la cabeza.

 

—No puedes cargar con la responsabilidad de lo que ha pasado. Eres una mujer adulta y tomas tus propias decisiones, pero Trent es una persona retorcida y un manipulador. Sería capaz de hacer que un trol se tirara por un puente si se lo propusiera.

 

Sus mejillas se ti?eron de un intenso color rojo.

 

—Me refiero a que Trent no es el padre.

 

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