Keasley se quedó inmóvil y me miró fijamente.
—Yo… bueno…, he estado hablando con alguien hoy —dije esperando que fuera él quien lo reconociera—. Me dijo que…
—?Quién ha sido? —bramó él, y mi rostro perdió toda expresión. Tenía miedo. De hecho, estaba aterrorizado.
—Trent —respondí dando un paso hacia delante con el pulso acelerado—. Trent Kalamack.
Me dio la impresión de que lo sabía desde hacía mucho tiempo. Mis hombros se tensaron y el perro que ladraba cerca me puso nerviosa. Keasley exhaló lentamente y su miedo dio paso a un alivio tan profundo que casi lo podía sentir.
—Efectivamente —dijo pasándose una mano temblorosa por sus tupidos rizos grisáceos—. Perdona, pero tengo que sentarme. —A continuación giró hacia la casa. Necesitaba tejas nuevas y una buena capa de pintura—. ?Te importaría sentarte un rato conmigo?
Yo pensé en Ceri, luego en Marshal y por último en la gárgola con la que Jenks me daba la tabarra.
—Claro. ?Por qué no?
Keasley recorrió lentamente la distancia que lo separaba de los hundidos escalones del porche, apoyó el rastrillo contra la barandilla y tomó asiento lentamente dejando escapar un profundo suspiro. Sobre la verja había una cesta de tomates cherry y dos calabazas todavía sin tallar. Yo me senté junto a él con cautela, con las rodillas a la altura de los ojos.
—?Te encuentras bien? —le pregunté vacilante al comprobar que no decía nada.
él me miró con recelo.
—Tú sí que sabes cómo reanimar el corazón de un anciano, Rachel. ?Lo saben Ivy y Jenks?
—Jenks sí —respondí con la frente contraída por la culpa, y él levantó la mano para restarle importancia.
—Confío en que tendrá la boca cerrada —dijo—. Trent me proporcionó los medios para orquestar mi muerte. Bueno, en realidad lo único que me pro-porcionó fue el tejido con el ADN alterado para que embadurnara el porche delantero de mi casa, pero el caso es que lo sabía.
De modo que le dio tejido. ?Qué detalle!
—Entonces, en realidad, eres… —No pude continuar porque Keasley me puso su maltrecha mano sobre la rodilla a modo de advertencia. En la calle cinco gorriones se peleaban por una polilla que habían encontrado, y yo los escuché re?ir percibiendo en su silencio que prefería que no lo pronunciara.
—Ha pasado más de una década —protesté.
Sus ojos miraron a los pájaros en el momento en que uno de ellos consiguió hacerse con la polilla y salió disparado por la calle perseguido por el resto.
—No importa —dijo—. Es como una acusación de asesinato, el expediente permanece abierto.
Yo seguí su mirada hacia la iglesia que Ivy y yo compartíamos.
—Esa es la razón por la que te mudaste a esta casa, al otro lado de la iglesia, ?verdad? —le pregunté recordando el día que Keasley me salvó la vida eliminando un hechizo de combustión de acción retardada que alguien me había introducido en el autobús—. Imaginaste que, si yo podía sobrevivir a la sentencia de muerte de la SI, también tú podrías encontrar la manera.
él sonrió, mostrando sus dientes amarillentos, y retiró la mano de mi rodilla.
—Sí, se?orita. Así fue. Pero después de ver cómo lo hacías —a?adió sacu-diendo la cabeza—, me di cuenta de que era demasiado viejo para enfrentarme a dragones. Si no te importa, prefiero seguir siendo Keasley.
Pensé en ello y, a pesar del calor, sentí un frío intenso. Convertirme en una persona anónima era algo que no podía hacer.
—Te mudaste el mismo día que yo, ?verdad? Tú no sabes cuándo alquiló la iglesia Ivy.
—No —respondió mirando al campanario cuya parte superior quedaba oculta tras los árboles—, pero observé cómo se comportó durante esa primera semana e intuí que debía llevar aquí al menos tres meses.
Yo asentí lentamente con la cabeza. Estaba enterándome de muchas cosas aquel día, y ninguna de ellas agradable.
—Eres un mentiroso estupendo —dije provocándole una carcajada.
—Lo era.
Mentiroso, pensé recordando de nuevo a Trent.
—?A propósito! ?Sabes si Ceri está despierta? Tengo que hablar con ella.
Keasley volvió a mirarme. Sus cansados ojos mostraban un gran alivio. Me había enterado de su secreto y le había liberado de la necesidad de mentirme. Pero la razón por la que me estaba más agradecido era porque mi opinión sobre él no había cambiado.
—Creo que no —respondió sonriendo para mostrarme que se alegraba de que todavía fuéramos amigos—. últimamente está bastante cansada.
No me extra?a. Devolviéndole la sonrisa me puse en pie y me estiré los vaqueros. Hacía tiempo que sospechaba que Ivy se había instalado en la iglesia antes que yo y que había fingido que lo había hecho el mismo día para disipar mis sospechas. Ahora que sabía la verdad, podría pedirle una explicación. Tal vez. En realidad tampoco era tan importante. Yo entendía sus razones y eso era suficiente. A veces era necesario dejar mentir a los vampiros.