Fuera de la ley

—Morgan —dijo el guardaespaldas lanzándome una mirada recelosa aunque visiblemente impactado—. Es fantástico. Voy a instalar en los pasillos unos cuantos detectores de hechizos más.

 

—Gracias —dije esbozando una modesta sonrisa. Luego me situé junto a Trent y admiré mi obra—. Necesitarás unos dientes —dije. Trent asintió lentamente con la cabeza como si le preocupara que, si se movía dema-siado rápido, los hechizos desaparecieran—. ?Qué prefieres, fundas o un hechizo? —pregunté.

 

—Un hechizo —respondió Trent distraídamente mientras giraba la cabeza para obtener una mejor imagen de sí mismo.

 

—Las fundas son más divertidas —dije, excesivamente ufana. Había un ca-jón lleno de hechizos para dientes, así que agarré uno de ellos, invoqué la línea luminosa y se lo metí en el bolsillo.

 

—?Y tú cómo lo sabes? —preguntó Trent con picardía.

 

—Porque tengo un par —dije negándome a mostrar el dolor por Kisten delante de Trent. Aun así, no pude mirarle a los ojos.

 

Una vez terminado, me quedé de pie junto a Trent, que sonreía al ver el efecto del hechizo. En algún lugar a lo largo de la línea, me había subido a la tarima. No quería bajarme y parecer servil, de manera que intenté calmar el repentino nerviosismo que me producía la cercanía a su persona. Y lo más curioso es que ninguno de nosotros estaba intentado matar o arrestar al otro. ?Uau! ?Quién lo iba a decir!

 

—?Qué te parece? —le pregunté. Hasta aquel momento, no había dado su opinión.

 

Trent, que seguía de pie junto a mí, con su distinguido pelo cano, su delgado, casi esquelético cuerpo, sus quince centímetros de más y los veinte kilos que le había a?adido, sacudió la cabeza. Había dejado de tener el aspecto de Trent y se había convertido en un clon de Rynn Cormel. ?Maldita sea! ?Debería haberme dedicado al mundo del espectáculo!

 

—Soy exactamente igual que él —reconoció, visiblemente impresionado.

 

—Casi —a?adí. Más complacida por su aprobación de lo que me hubiera gustado, invoqué un último hechizo de línea luminosa y se lo entregué.

 

Trent lo cogió y yo contuve la respiración. Sus ojos se volvieron comple-tamente negros. Igual de negros que los de un vampiro hambriento. En ese instante sentí un escalofrío.

 

—?Joder! —dije, satisfecha—. ?Soy un genio de los disfraces!

 

—Es… impresionante —dijo Trent bajándose de la tarima.

 

—De nada —dije yo—. No permitas que te cobren demasiado. Llevas solo trece hechizos, y solo los dos del pelo son magia terrenal y no pura ilusión. —Miré a mi alrededor y, tras observar el lujo que nos rodeaba, decidí que, seguramente, los hechizos de líneas luminosas que vendían no eran temporales, con una vida reducida—. Así, a ojo, diría que dieciséis de los grandes, si te lo ponen todo en dos hechizos. Teniendo en cuenta el lugar en que nos encontramos, calcula más o menos el triple. —El hecho de que los hechizos de dobles fueran legales en Halloween, no quería decir que salieran baratos.

 

Trent esbozó una sonrisa. Era una auténtica sonrisa vampírica, carismática, peligrosa e increíblemente seductora. ?Oh, Dios! Tenía que salir de allí cuanto antes. Estaba consiguiendo ponerme a cien, y tenía la sensación de que él había dado cuenta.

 

—Se?orita Morgan —dijo Trent bajando de la tarima y haciendo crujir el traje—, creo sinceramente que está usted traicionándose a sí misma.

 

Genial. Era perfectamente consciente de ello.

 

—No te olvides de llevarte un hechizo para cambiar tu olor —dije agarrando el bolso—. No conseguirás copiar exactamente el peculiar olor de Cormel, pero con un hechizo genérico podrías enga?ar a cualquiera. —A continuación me lo colgué enérgicamente, me giré y le eché un último vistazo—. A cualquiera que no conozca su olor, claro está.

 

Trent echó un vistazo a Quen, que seguía mirándolo fijamente con expresión incrédula.

 

—Lo tendré presente —farfulló Trent.

 

Justo cuando me dirigía hacia la salida, me detuve en seco cuando Quen me preguntó:

 

—?Podrías reconsiderar tu postura, por favor?

 

En ese momento mi buen humor desapareció y me detuve a medio metro de la puerta con la cabeza inclinada. Era Quen el que me lo estaba preguntando, pero sabía que lo hacía en nombre de Trent. Pensé en Ceri y en la felicidad que le traería tener un hijo sano y el efecto curativo que tendría en ella.

 

—No puedo, Trent. Los riesgos…

 

—?Cuánto estarías dispuesta a arriesgar para que tu hijo naciera sano? —interrumpió Trent. Yo me giré, sorprendida por la pregunta—. ?Qué crees que haría cualquier padre?

 

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