Fuera de la ley

Trent volvió a mirarse en el espejo y puso un alfiler en el hechizo de línea luminosa para invocarlo. Su aura se iluminó con un resplandor, ha-ciéndola visible por un breve instante mientras surtía efecto. Yo resoplé. Trent había ganado unos diez kilos de músculo haciendo que la chaqueta se le quedara estrecha.

 

—Yo no te he pedido ayuda para recuperar una muestra de tejido de elfo —dijo girándose hacia ambos lados para ver el resultado y frunciendo el ce?o.

 

Detrás de mí, Quen se agitó inquieto. Fue un movimiento muy sutil, pero resonó en mí como si hubiera sido un disparo. Por lo visto la petición de ayuda provenía exclusivamente de Quen, que había decidido actuar por su cuenta. Ya lo había hecho en otras ocasiones.

 

—Bueno, pues Quen sí lo hizo —dije, consciente de que tenía razón cuando Trent buscó la imagen de su guardaespaldas a través del espejo.

 

—Eso parece —dijo Trent secamente—, pero yo no. —A continuación se pasó la mano por la cara con una mueca de desagrado. Estaba horrorosamente hinchado, como si hubiera estado esnifando hierro—. No necesito tu ayuda. Yo mismo iré a siempre jamás para recuperar la muestra. El hijo de Ceri nacerá sano.

 

Tuve que contener la risa al imaginar a Trent en siempre jamás y él se son-rojó. Algo más relajada, me senté con las piernas extendidas en una de las sillas, junto a la mesa con vino y queso.

 

—Ahora entiendo por qué recurriste a mí —dije a Quen—. ?De veras crees que puedes manejarte en siempre jamás? —a?adí girándome hacia Trent—. No durarías ni un jodido minuto. —En ese momento me quedé mirando el queso. No había probado bocado desde primera hora de la ma?ana, y el olor hacía que la boca se me hiciera agua—. El viento te estropearía tu maravilloso peinado —a?adí con indulgencia.

 

Quen dio un paso adelante.

 

—Entonces, ?irás en su lugar?

 

Seguidamente extendí el brazo para coger una galleta salada y vacilé hasta que Trent hizo una mueca de desagrado. Sin embargo, no había dicho que no pudiera cogerla, así que la agarré, la partí en dos y me comí la mitad.

 

—No.

 

Con el aspecto de uno de esos chicos de póster llenos de esteroides, Trent frunció el ce?o y miró a Quen.

 

—La se?orita Morgan no pinta nada en este asunto. —A continuación, girándose hacia mí, a?adió—: Márchate, Rachel.

 

?Como si alguna vez hubiera hecho lo que se me pedía!

 

Trent deslizó los dedos por un expositor de amuletos y escogió uno que a?adió veinte centímetros de altura. Los falsos músculos se redujeron ligeramente, pero no lo suficiente. Podía sentir cómo la tensión iba en aumento y me quedé donde estaba. Quen iba a tener que trabajar para sacarme de allí y yo sabía que prefería esperar a que estuviera lista.

 

—No eres más que un seductor de bajos fondos —dije cogiendo otra galleta y a?adiendo un trozo de queso—. Y un canalla. Sabía que eras un asesino, pero nunca pensé que fueras capaz de dejar embarazada a Ceri y de abandonarla después. Es realmente patético, Trent. Incluso para ti.

 

—No te permito que me acuses de algo que no he hecho —dijo alzando la voz—. Está recibiendo los mejores cuidados. A su hijo no le faltará de nada.

 

Yo sonreí. No me sucedía muy a menudo que consiguiera que perdiera su tono profesional y que se comportara de acuerdo con su edad. No era mucho mayor que yo, pero no solía presentársele la ocasión de disfrutar de su adine-rada juventud.

 

—Ya me lo imagino —dije, tratando de importunarlo—. Por cierto, ?de quién se supone que te vas a disfrazar? —pregunté, indicando con un gesto los hechizos—. ?Del monstruo de Frankenstein?

 

Su cuello enrojeció y rápidamente se desprendió de los hechizos de altura y peso.

 

—Si estás tratando de ridiculizarme, lo único que consigues es ponerte en ridículo tú misma —dijo volviendo a su tama?o normal—. Le ofrecí que se viniera a vivir a mi casa. Le ofrecí mandarla adonde ella quisiera, desde los Alpes hasta Zimbabue, pero prefirió quedarse con el se?or Bairn y, por mucho que yo me oponga…

 

—?Bairn? —pregunté entrecortadamente, irguiéndome de forma repentina mientras se desvanecía mi fingida indolencia—. ?Te refieres a Keasley? —Miré a los ojos verdes de Trent, que me miraban burlones—. ?León Bairn? ?Pero si está muerto!

 

Trent se giró con expresión petulante. Dándome la espalda, revolvió un perchero de hechizos terrenales y observó como le cambiaba el color de pelo.

 

—Y, por mucho que yo me oponga…

 

—Bairn se encargó de investigar la muerte de tus padres —le interrumpí confundida—. Y la del mío. Se suponía que Bairn estaba muerto. ?Por qué estaba al otro lado de la calle fingiendo que era un amable anciano llamado Keasley? ?Y cómo sabía Trent quién era?

 

Con el pelo de un autoritario color blanco, Trent frunció el ce?o.

 

—Y por mucho que yo me oponga —intentó de nuevo—, Quen me ha ga-rantizado que Bairn y los dos pixies…

 

—?Dos? —lo interrumpí—. ?Jih se ha buscado un marido?

 

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