Tras asegurarse de que no se oía nada más que las palabras que salían de la boca de Trent, Sylvia llamó a la puerta con los nudillos y entró sin esperar a que la invitaran. Yo me aparté y cedí el paso a Quen. No me gustaba que los dependientes maleducados irrumpieran en el probador cuando yo estaba dentro, y en aquel lugar vendían ropa. Además, aunque ver a Trent con ropa interior ajustada supondría una alegría para mi vista, hacía mucho que había descubierto que era incapaz de mantenerme enfadada con un hombre en cal-zoncillos. ?Resultaban tan encantadoramente vulnerables!
Al entrar, el rico olor a lana y cuero se volvió más intenso. Las luces, situa-das alrededor del techo de la cálida y confortable habitación, estaban bajas, lo que contribuía a ocultar los armarios abiertos llenos de perchas con disfraces, sombreros, plumas, alas e incluso colas, cosas que no resultaba sencillo crear con los hechizos de líneas luminosas. A mi derecha, en la penumbra, había una mesita con vino y queso, y a la izquierda, un biombo de una altura considerable. Justo en el centro, y bajo una serie de halógenos empotrados en el techo, había una tarima redonda que me llegaba a la altura de los tobillos sobre la que se apoyaba un espejo de tres hojas. A su alrededor había varios percheros bajos con amuletos cuya estructura de madera presentaba la tersura y el color del fresno centenario. Y en medio de todo ello se encontraba Trent.
Estaba tan ocupado en esquivar las atenciones del entusiasta brujo que le ayudaba a probarse los amuletos de líneas luminosas, que no se había percatado de mi presencia. Junto a él estaba Jon, su extraordinariamente alto lacayo, y yo me estremecí al recordar cómo me torturó cuando fui un visón atrapado en la oficina de Trent.
Tras observar su reflejo en el espejo, Trent frunció el ce?o y entregó un amuleto al dependiente. Su pelo recuperó el color rubio casi transparente pro-pio de algunos ni?os, y el dependiente empezó a balbucear deduciendo que no lo estaba haciendo bien. Trent estaba recién afeitado y su rostro ligeramente bronceado con su frente lisa, los ojos verdes y su cautivadora voz mostraba una estudiada sonrisa. Desde luego, era un político de los pies a la cabeza. Con los zapatos puestos no era mucho más alto que yo y llevaba un traje de seda y lino de los que cuestan más de mil dólares con el pin ?vota Kalamack?. Aquella indumentaria acentuaba su esbelta figura, lo que me hizo creer que realmente montaba sus exitosos caballos de carreras más de una vez cada novilunio mientras jugaba a El cazador en su bosque vallado y planificado de árboles centenarios.
Con una profesional sonrisa y un delicado gesto de sus cuidadas e impolutas manos, rechazó otro de los amuletos que le ofrecía el brujo. No llevaba anillos y, teniendo en cuenta que yo había interrumpido su boda arrestándolo, era probable que siguiera así durante mucho tiempo, a menos que consiguiera convertir a Ceri en una mujer honesta, algo bastante improbable. Trent vivía de las apariencias, y hacer pública una unión con la exfamiliar de un demonio cuya mancha era fácil de ver a segunda vista no cuadraba con sus aspiraciones políticas. Eso sí, por lo visto no había supuesto ningún inconveniente para dejarla embarazada.
Mientras Sylvia se le acercaba, Trent deslizó sus manos por su cuidada ca-bellera para amagar un par de mechones algo descolocados. Yo retiré el bolso hacia atrás y dije en voz alta:
—A ese traje le quedaría genial una de esas gasas para hacer eructar a los bebés.
Trent se puso rígido. Miró rápidamente al espejo y buscó mi reflejo. A su lado Jon se irguió y se colocó una de sus delgadas y desagradables manos a modo de visera para protegerse de los destellos. El brujo que estaba a sus pies se cayó hacia atrás y Sylvia se disculpó en voz baja, nerviosa, al ver como uno de sus clientes más valiosos y la hija de una de sus proveedoras se fulminaban con la mirada.
—Quen —dijo finalmente Trent, con una voz más dura, pero igualmente seductora—, espero que tengas una explicación para esto.
Quen inspiró profundamente y decidió explicarse.
—Usted no quería escucharme, Sa'han. Tenía que hacer algo para que entrara en razón.
Trent hizo un gesto al dependiente para que se apartara y Jon cruzó la habi-tación para encender las luces principales. Yo entrecerré los ojos para adaptarme a la nueva iluminación y luego miré a Trent con una sonrisa maliciosa. Había recuperado la compostura a una velocidad pasmosa, y solo la ligera tensión de la piel de alrededor de los ojos evidenciaba su enfado.
—Sí que te escuché —dijo, girándose—. Pero no estaba de acuerdo contigo.
El multimillonario se bajó de la tarima y sacudió los brazos para bajarse las mangas. Se trataba de una reacción nerviosa que le había visto hacer en otras ocasiones. O tal vez la chaqueta le estaba muy estrecha.
—Se?orita Morgan —comenzó en un tono relajado sin mirarme a los ojos—, no necesitamos de sus servicios. Le ruego que me disculpe por las molestias que le haya podido ocasionar mi guarda de seguridad. Dígame cuánto le debo y Jon le extenderá un cheque.