Quen era el experimentado agente de seguridad de Trent Kalamack, cien por cien mortífero, aunque yo me habría fiado con los ojos cerrados de él si me hubiera dicho que me cubriría las espaldas. Trent era igual de peligroso sin haberse ganado mi confianza, pero el da?o lo hacía con las palabras y no con las acciones. En sus mejores momentos era un político apestoso y en los peores, un asesino. El atractivo, carismático y exitoso hombre de negocios, no solo controlaba la mayor parte del tráfico de azufre de los bajos fondos de Cincinnati, sino también el de todo el hemisferio norte. Sin embargo, la razón que podría llevarlo a la cárcel, además de por ser un cabrón asesino (por lo que yo había conseguido que lo encarcelaran durante casi tres horas unos meses antes), era por traficar con biofármacos a escala mundial. Y lo que realmente me sacaba de quicio era que yo seguía viva gracias a ellos.
Había nacido con un defecto genético bastante común entre las brujas, el ?sín-drome de Rosewood?, según el cual mi mitocondria contenía una enzima que mi cuerpo interpretaba como un invasor y, como resultado, estaba destinada a morir antes de cumplir los dos a?os. Dado que por aquella época mi padre trabajaba en secreto codo con codo con el padre de Trent para intentar salvar sus respectivas especies, este último había modificado la composición genética de mi mitocondria de modo que la enzima fuera ignorada. Estaba convencida de que no sabía que la enzima era lo que permitía que mi sangre despertara la magia demoníaca, y agradecía a Dios que las únicas personas que conocíamos este hecho fuéramos mis amigos y yo. Bueno, y Trent. Y algunos demonios. Y todos los demonios a los que se lo hubiera contado. Y todas las personas a las que se lo hubiera contando Trent. Y, por supuesto, también Lee, el otro brujo que el padre de Trent había sometido al tratamiento.
De acuerdo, tal vez se había convertido en un secreto a voces.
En aquel momento la relación que tenía con Trent se encontraba en un punto muerto. Yo intentaba meterlo en la cárcel, y él, lo mismo intentaba matarme que contratar mis servicios, dependiendo de su estado de ánimo.
Además, aunque yo podía hacer público su negocio ilegal con biofármacos y provocar que todo se viniera abajo, probablemente acabaría recluida en algún centro de salud en Siberia o, peor todavía, en algún lugar rodeado de agua salada como Alcatraz. él, en cambio, volvería a la calle y se presentaría a la reelección en menos que estornuda un pixie. Ese era el tipo de poder que tenía.
Y eso era realmente irritante, pensé cambiando el peso de mi cuerpo a la otra pierna mientras el ascensor se detenía y las puertas empezaban a abrirse.
Inmediatamente salí y apreté el botón de bajada. Ni por lo más remoto iba a recorrer los pasillos hasta el diminuto ascensor secundario y subir a la terraza con Quen. Era impulsiva, pero no estúpida. Quen también salió a toda prisa, mirando como un guardaespaldas mientras se quedaba de pie delante de la puerta del ascensor hasta que volvió a cerrarse.
Mis ojos se dirigieron a la cámara de la esquina, y comprobé aliviada que la luz roja estaba encendida. Me quedaría allí hasta que el ascensor volviera.
—Ni se te ocurra tocarme —lo amenacé—. Ni por todo el oro del mundo volvería a trabajar para Trent. Es un maldito ni?o mimado, manipulador y hambriento de poder que piensa que está por encima de la ley. Y mata a la gente con la misma tranquilidad con que un mendigo abriría una lata de judías.
Quen se encogió de hombros.
—Y también es una persona inteligente, leal con aquellos que se han ganado su confianza, y que se preocupa por sus seres queridos.
—Y al resto que les zurzan ?no?
Con la cadera ladeada esperé en silencio, cada vez más cabreada. ?Dónde demonios estaba el ascensor?
—Me gustaría que lo reconsideraras —dijo Quen, y yo di un paso atrás so-bresaltada al comprobar que estaba sacando un amuleto de su manga. Después de mirarme con una ceja levantada, empezó a moverse lentamente haciendo una especie de circuito, sin quitar ojo al disco de secuoya que brillaba de un débil verde. Probablemente se trataba de algún amuleto de detección. Yo tenía uno que me decía si había algún hechizo mortífero en las inmediaciones, pero había dejado de llevarlo encima cuando descubrí que hacía saltar las alarmas antirrobo del centro comercial.
Aparentemente satisfecho, Quen se guardó el amuleto.
—Necesito que vayas a siempre jamás para recuperar una muestra de elfo.
Yo me eché a reír, lo que provocó un asomo de rabia en su rostro.
—Trent acaba de hacerse con una muestra de Ceri —dije agarrándome con fuerza a mi bolso—. Creo que eso le tendrá ocupado por un tiempo. Además, por mucho que quisierais pagarme, nunca será suficiente como para que vaya a siempre jamás. Y mucho menos para coger un pedazo de elfo muerto de dos mil a?os.
En ese momento oí llegar uno de los ascensores que tenía detrás y me acerqué a él dispuesta a salir pintando de allí.
—Sabemos donde está la muestra de tejido. Solo necesitamos recuperarla —dijo Quen observando de reojo que se abría la puerta del ascensor.
Yo reculé colocándome de manera que no pudiera seguirme.
—?Cómo? —pregunté sintiéndome más segura.
—Se trata de Ceri —dijo simplemente con un asomo de miedo en sus ojos.
Las puertas empezaron a cerrarse y yo apreté el botón de abrir.
—?Ceri? —inquirí preguntándome si era esa la razón por la que no nos ha-bíamos visto mucho últimamente. Sabía que yo odiaba a Trent, pero los dos eran elfos y, dado que ella pertenecía a la realeza y que él estaba forrado, hubiera sido estúpido pensar que no hubieran tenido algún tipo de contacto en los últimos meses, independientemente de que se cayeran bien o no.