Apenas terminé de decirlo, no pude evitar preguntarme si, en realidad, estaba intentando alejarlo de mí. Pero Marshal soltó una carcajada, aunque enseguida se puso serio cuando se dio cuenta de que no estaba bromeando.
—Umm, ?y qué tal van las entrevistas? —pregunté intentando romper el incómodo silencio.
—Tendrás que preguntármelo dentro de un par de horas —refunfu?ó—. Aún tengo que encontrarme con otras dos personas. No había lamido tantos culos desde aquel día que, accidentalmente, tiré a un cliente por la borda
Yo solté una carcajada mientras atravesaba el concurrido vestíbulo siguiendo con la vista los carteles que indicaban dónde se encontraban los ascensores. Oe repente, asaltada de nuevo por los remordimientos, dejé de sonreír, lo que me hizo cabrearme conmigo misma. Maldita sea, podía reírme si quería. Que me riera no significaba que Kisten me importara menos. A él le encantaba hacerme reír.
—Si quieres lo dejamos para ma?ana —dijo Marshal como si intuyera la razón de mi repentino silencio.
Escondiendo mis fantasmas en el bolso, me dirigí a los ascensores que con-ducían directamente a la azotea. Tenía que encontrarme con el se?or Doemoe en la terraza del edificio. Alguna gente veía demasiadas películas de misterio.
—Hay un puesto de café en Fountain Square —sugerí con resolución, aunque no sin cierta amargura. Sé que puedo hacerlo, maldita sea. Estaba justo al lado de un puesto de perritos calientes. Entonces recordé que a Kisten le encantaban los perritos calientes y me asaltó una imagen suya, con el elegante traje de rayas que se ponía para trabajar, apoyado junto a míen los enormes maceteros de Fountain Square. Estaba sonriendo, con los ojos gui?ados por culpa del sol, mientras se limpiaba una gota de mostaza que le corría por la comisura y el viento le alborotaba el cabello. El estómago se me hizo un nudo.
—Suena genial —interrumpió la voz de Marshal—. El primero que llegue, compra el café. Yo lo tomaré largo, con tres terrones de azúcar y un chorrito de nata líquida.
—Solo —a?adí yo, medio atontada. Quedarme escondida en casa porque tenía el corazón roto era mucho peor que hacerlo por culpa de un demonio, y yo no quería convertirme en ese tipo de persona.
—Has dicho Fountain Square, ?verdad? —dijo Marshal—. Entonces, nos vemos allí.
—Así es —respondí mientras pasaba el mostrador de seguridad—. ?Ah! ?Y buena suerte! —a?adí recordando sus entrevistas.
—Gracias, Rachel. ?Hasta luego!
Tras esperar a oír la se?al de que había colgado, susurré un triste ?Hasta luego?, cerré el móvil y lo guardé. Estaba siendo mucho más difícil de lo que había pensado en un principio.
Mientras cruzaba el corto vestíbulo, la melancolía me siguió como si fuera una sombra. Entonces, lentamente, volví a concentrarme en la cita con el cliente potencial. La terraza, pensé poniendo los ojos en blanco. Honestamente, el supuesto se?or Doemoe me había parecido un gallina cuando le había llamado por teléfono para concertar la cita. Se había negado a venir a la iglesia, y yo no había sido capaz de discernir si su nerviosismo se debía a que era un humano pidiendo ayuda a una bruja, o si simplemente estaba preocupado de que al-guien estuviera siguiéndolo. ?Qué más daba! El trabajo no podía ser tan malo. Teniendo en cuenta que se trataba de una simple entrevista, le había dicho a Jenks que se quedara en casa. Además, tenía que hacer algunos recados, y obligar a Jenks a acompa?arme a la oficina de correos y a la sede de la AF1 era una pérdida de tiempo.
Mi visita a la AFI había sido muy productiva, y en ese momento disponía de información sobre las primeras tres brujas y de una cuarta que había apare-cido en las esquelas del periódico matutino. Aparentemente, dos de las brujas muertas recientemente se conocían y, por lo visto, ambas habían sido detenidas con anterioridad por profanación de tumbas. Lo que más me llamó la atención era que el agente de la SI que las había arrestado era, ni más ni menos, que Tom Bansen, el mismo imbécil asqueroso que había intentado arrestarme la noche anterior.