Fuera de la ley

David sonrió. Sus ojos marrones mostraban una clara expresión de placer.

 

—Una vez que llegamos aquí, decidieron irse a casa solas. La verdad es que las veo bastante seguras sin mí. En realidad, esa es la razón por la que he venido.

 

Yo me acomodé en mi silla sintiendo un ligero dolor de cabeza por culpa de la luz del sol y del olor a café. Justo delante había un motón de periódicos nocturnos abiertos por la página de las necrológicas, que había estado hojeando antes de irme a la cama. No había encontrado nada lo suficientemente obvio, pero Glenn, mi contacto en la AFI, estaba consultando sus bases de datos para averiguar si las tres brujas que había descubierto se conocían entre si. Una había muerto por un ataque al corazón a la edad de treinta a?os, otra de aneurisma cerebral y la tercera de un repentino ataque de apendicitis, una expresión que solía utilizarse antes de la Revelación para referirse a un fallo en la magia. Tan pronto como me llegaran las ediciones matutinas, le pasaría a Glen nuevos candidatos.

 

Al ser un humano, no solo no le correspondía celebrar Halloween, sino que tenía además que patrullar la ciudad.

 

—Creí que te habías dejado las llaves dentro del coche —le dije.

 

—?Oh, no! —respondió con una risita—. En ese caso me habría ido a casa a pie. Quería hablarte sobre la posibilidad de hacernos un tatuaje de manada.

 

—?Ah! —exclamé, levantando las cejas. La mayoría de las manadas tenían un tatuaje registrado, pero yo no había visto la necesidad y David estaba acostumbrado a moverse por su cuenta.

 

Al percibir mi reticencia, el hombre lobo se encogió de hombros.

 

—Ha llegado la hora de hacerlo. Serena y Kally ya se sienten lo suficiente-mente seguras como para moverse solas por ahí, y si no llevan algún signo que demuestre su pertenencia a una manada, alguien podría considerarlas un híbrido. —A continuación, tras vacilar un instante, a?adió—: Serena, en concreto, se está volviendo algo chulita. No tiene nada de malo pero, si no tiene un modo obvio de mostrar su estatus y afiliación, alguien podría retarla.

 

En ese instante se oyó un silbido que indicaba que el café estaba listo. Yo me levanté, deseosa de encontrar alguna distracción. Nunca me había comido mucho la cabeza al respecto, pero los tatuajes con los que los hombres lobo decoraban sus cuerpos tenían una finalidad y un significado muy claros. Probablemente impedían cientos de refriegas y heridas potenciales, minimizando los enfrentamientos entre las numerosas manadas que vivían en Cincy.

 

—De acuerdo —dije lentamente, volcando un poco de café en una de las tazas—. ?Tienes pensado alguno? ?Maldita sea! ?No quiero un tatuaje! ?No veas lo que duele!

 

Claramente complacido, David agarró la taza que le ofrecí.

 

—Tras muchas deliberaciones, han tomado una decisión. Eso sí, teniéndote en cuenta.

 

En ese momento me vinieron a la mente imágenes de lunas crecientes y palos de escoba y deseé que la tierra me tragara.

 

El lobo se inclinó hacia delante desprendiendo un olor a almizcle que evi-denciaba su entusiasmo.

 

—Se trata de un diente de león, pero con la pelusa negra en vez de blanca.

 

?Oh! ?Qué guay!, pensé y, al ver mi reacción, David esbozó una sonrisa ladeada.

 

—Entonces ?puedo interpretarlo como un sí? —preguntó soplándole al café.

 

—Supongo que yo también tendré que hacérmelo… —comenté, preocupada.

 

—Si no quieres quedar como una maleducada, sí —me reprendió con dul-zura—. Significaría mucho para ellas. Han pasado mucho tiempo intentando elegir el más adecuado.

 

Un sentimiento de culpa me invadió e intenté disimularlo dando un trago al café hirviendo. Nunca había pasado mucho tiempo con Serena y Kally ?Oh, Dios mío! ?Iba a cumplir ciento sesenta a?os con una flor en el culo!

 

—?Por cierto! ?Por qué dijiste que no, cuando te conté que había quedado para tomar café? —pregunté, cambiando de tema.

 

David se?aló con la barbilla un trozo de papel que había encima de la mesa y yo lo agarré.

 

—Jenks me abrió la puerta antes de irse a dormir —explicó—. Matalina…

 

Yo levanté la cabeza, alarmada.

 

—?Qué le pasa?

 

—Nada. Está bien —me tranquilizó David—. Es solo que se fue a la cama pronto, así que le— dije a Jenks que se acostara. Conmigo aquí, ya no hacía falta que estuviera pendiente de la puerta.

 

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