Fuera de la ley

—En el a?o 2001 —respondió con orgullo.

 

—?No me jodas! ?Entonces estarás a punto de cumplir los treinta! —comentó el pixie—. ?Maldita sea! Los llevas muy bien.

 

—?A punto? No, en realidad ya los cumplí —respondió dando a enten-der que no quería reconocer su verdadera edad—. Es por la natación —se justificó. Seguidamente miró a Ivy como si supiera que iba a consultar los registros—. Me especialicé en Administración y Dirección de Empresas, y utilicé el título para empezar Marshal's Mackinaw Wrecks. —En ese instante su rostro mostró un asomo de decepción—. Pero lo he dejado, de manera que, aquí estoy

 

—Es por el frío, ?verdad? —preguntó Jenks. Quizás ignoraba que, probable-mente, la razón de que lo dejara éramos nosotros, o tal vez estaba intentando arrojar algo de luz sobre el asunto—. ?Dios! El agua estaba tan helada que casi se me congela el ciruelo.

 

Su comentario me hizo sentir vergüenza ajena. Jenks hablaba cada vez peor. Parecía como si intentara quedar como un hombre delante de Marshal y hu-biera decidido hacerlo siendo todo lo vulgar que podía. No obstante, yo había percibido un sentimiento de culpa en las palabras de Marshal.

 

—Los hombres lobo de Mackinaw descubrieron que tenías algo que ver con que yo saliera de la isla, ?verdad? —le pregunté. él se quedó mirando los res-tos de agua de sus botas de cuero amarillas y supe que había dado en el clavo. Mierda—. Lo siento mucho, Marshal —dije deseando haberme limitado a darle un golpe en la cabeza para robarle sus cosas. De ese modo, al menos, seguiría al frente de su negocio. él había hecho lo que debía pero, a la larga, le había perjudicado. ?Por qué era todo tan injusto?

 

Cuando levantó la cabeza, su sonrisa se había vuelto más tensa, e incluso Ivy parecía arrepentida.

 

—No os preocupéis —dijo Marshal—. El fuego tampoco destruyó nada realmente importante.

 

—?El fuego? —mascullé, consternada.

 

Marshal asintió.

 

—Había llegado el momento de regresar —dijo encogiéndose de hombros—. Solo empecé el negocio de buceo para conseguir el dinero necesario para cos-tearme un máster. —A continuación hizo una pausa y miró a Ivy de arriba abajo, como si intentara evaluar hasta qué punto podía resultar una amenaza—. Bueno —a?adió finalmente—, ahora tengo que irme. Tengo cita para ver un par de apartamentos y, como llegue tarde, el agente inmobiliario pensará que se trata de una broma de Halloween y se marchará.

 

Entonces se puso en pie y yo, casi sin pensarlo, hice lo propio. Jenks echó a volar de golpe y, tras refunfu?ar algo sobre no disponer de un sitio cómodo donde poner el culo en toda la iglesia, se posó en mi hombro. Me hubiera gustado acompa?ar a Marshal para evitar que el agente inmobiliario lo con-venciera para aceptar un piso de mala muerte lleno de humanos armando jaleo después del amanecer, pero probablemente conocía Cincinnati tan bien como yo. Al fin y al cabo, a pesar del tama?o de la ciudad, tampoco había cambiado tanto en los últimos a?os. Además, no quería que se hiciera una idea equivocada.

 

Una vez que Marshal empezó a ponerse el abrigo, Ivy también se levantó.

 

—Ha sido un placer conocerte, Marshal —dijo. A continuación se giró sobre sí misma y se alejó. Cinco segundos después oí cómo levantaba la tapa de la olla y una nueva oleada de olor a tomate, alubias y especias inundó el lugar.

 

—?Te apetece quedarte a cenar? —solté sin saber muy bien por qué lo había hecho, exceptuando que me sentía agradecida porque nos hubiera ayudado a Jenks y a mí—. La cena está casi lista. Hemos preparado chili.

 

Marshal dirigió la mirada al fondo del oscuro pasillo.

 

—Te agradezco la invitación, pero he quedado con un par de compa?eros del colegio. Solo quería pasar a saludar y devolverle el sombrero a Jenks.

 

—?Oh, sí! ?Claro!

 

?Qué estúpida! ?Cómo no se me había ocurrido que tendría amigos en la ciudad?

 

Mientras lo acompa?aba a la puerta para despedirlo, mis ojos se posaron en la gorra de Jenks, de vuelta tras pasar varios meses en poder de Marshal. Me alegraba mucho de verlo, y me hubiera gustado que se quedara a cenar pero, al mismo tiempo, me sentía culpable por ello.

 

Mientras yo abría la puerta, Jenks se colocó delante de Marshal, a la altura de sus ojos, despidiendo un intenso color dorado.

 

—Me ha encantado volver a verte, Marsh-man —dijo—. Si no hiciera tanto, frío, te ense?aría mi casa en el tocón.

 

La forma en que lo dijo sonó casi como una amenaza, y me di cuenta de que Marshal pensaba en ello mientras se abotonaba lentamente el abrigo, proba-blemente intentando decidir si hablaba en serio o no. Quería quedarme un rato a solas con Marshal, pero no había forma de que Jenks se largara.

 

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