Su sonrisa se hizo más amplia y abrió la puerta.
—Ma?ana tengo que ir a la entrevista, pero antes me gustaría ver un par de apartamentos. Si te invitara a un café, tal vez podrías aconsejarme si están intentando timarme con el precio. A menos que tengas que trabajar…
—?Dos días antes de Halloween? —De repente, sentí un escalofrío y crucé los brazos bajo mi pecho. No me esperaba que quisiera quedar tan pronto, y en ese momento empezaron a asaltarme las dudas. Pensé echarme atrás con la excusa de que tenía que localizar a la persona que estaba invocando aun demonio antes del amanecer del día siguiente, pero tenía que dar tiempo a mis fuentes para trabajar. Yo detestaba el trabajo de investigación, y conocía suficiente gente que se divertía haciéndolo como para delegar en ellos—. Claro —contesté, algo reticente. Total, era solo un café. ?Qué tenía de malo tomar un café?
—Perfecto —dijo él. Seguidamente se inclinó hacia delante y yo me puse rígida. Antes de que pudiera darme un abrazo o, peor aún, un beso, le extendí la mano con toda naturalidad, aunque en realidad el gesto resultó bastante obvio, y él retiró los dedos de entre los míos casi de inmediato. Avergonzada por mis sentimientos de culpa y por mi amargura, bajé la vista.
—Siento mucho lo mal que lo estás pasando —dijo sinceramente, dando un paso atrás hacia la escalinata. La luz del cartel de encima de la puerta proyectó algunas sombras sobre él. Cuando lo miré, me di cuenta que sus ojos, negros por efecto de la tenue luz, tan solo mostraban un ligero asomo de emoción contenida—. Nos vemos ma?ana. ?Te parece bien a media noche?
Yo asentí con la cabeza e intenté pensar en algo que decir, pero tenía la mente totalmente en blanco. Marshal sonrió por última vez y, lentamente, empezó a bajar los escalones en dirección al todoterreno último modelo de color plateado que estaba aparcado junto al bordillo. Aturdida, retrocedí hacia el interior de la iglesia y me golpeé con fuerza contra el marco de la puerta. El intenso dolor me hizo volver a la realidad y, cuando cerré la puerta y me apoyé en ella para mirar hacia la nave, sentí que la angustia y la congoja se intensificaban cada vez más.
Tenía que volver a vivir, por muy doloroso que me resultara.
5.
El suave chasquido de los dientes en la manivela de mi habitación hizo que me removiera, pero lo que realmente me despertó fue sentir el resoplido de un hocico húmedo junto a mi oreja. Aquello me provocó un chute de adrenalina mucho más efectivo que si me hubiera metido tres tazas de café de golpe.
—?David! —exclamé incorporándome de un salto y apoyando la cabeza sobre el cabecero con las sábanas sujetas a la altura del cuello—. ?Cómo has entrado?
Con el corazón latiéndome a toda velocidad, observé sus orejas puntiagudas y su sonrisa perruna y la sensación de pánico disminuyó hasta convertirse en irritación. Entonces miré el reloj. ?Las once? Mierda. Todavía faltaba una hora para que sonara el despertador. Cabreada, desactivé la alarma. Me iba a resultar imposible volver a dormirme después de haber sentido la versión lobuna de un miembro húmedo.
—?Qué ha pasado? ?El coche no arranca? —pregunté al enorme y desgarba-do lobo. él, como única respuesta, se limitó a sentarse sobre las patas traseras, menear la lengua y mirarme con sus cautivadores ojos marrones—. ?Sal inme-diatamente de mi habitación! Tengo que levantarme. He quedado para tomar café —dije moviendo la mano enérgicamente para ahuyentarlo.
Al oír mis palabras, David sacudió la cabeza con un resoplido, lo que me hizo dudar.
—?Qué quieres decir? ?Qué no voy a tomar café con nadie? —pregunté dispuesta a creerlo—. No me digas que le ha pasado algo a Ivy. ?O se trata de Jenks?
Preocupada, giré las piernas con intención de apoyarlas en el suelo. David, sin embargo, me lo impidió colocando sus pezu?as delanteras a ambos lados de mis caderas. Su aliento era cálido, y me consoló con un lametón. Nunca se habría acercado tanto en su estado habitual, pero el estar cubierto de pelo parecía sacar la parte más afectuosa de la mayoría de los lobos.
Yo me recosté convencida de que no tenía por qué preocuparme. Al fin y al cabo, él no parecía intranquilo.
—Hablar contigo es como hablar con un pez —me quejé. David jadeó y se bajó de la cama, provocando un ruido sordo con sus zarpas sobre la madera del suelo—. ?Necesitas algo de ropa? —le pregunté pensando que, probablemente, no me habría despertado así porque sí. Si el problema no era el coche, tal vez se había olvidado de traer algo para cambiarse—. Quizá te vengan las cosas de Jenks.