Fuera de la ley

Marshal se quedó boquiabierto. Por un instante creí que iba a ponerse en pie, pero al final se quedó inmóvil en el sofá.

 

—?Jenks? —balbució. Me miró con los ojos como platos y yo asentí con la cabeza—. Cuando me dijiste que era un pixie, creí que te estabas burlando de mí.

 

—Pues ya ves que no —respondí disfrutando de la incredulidad de Marshal.

 

—?Qué demonios estás haciendo aquí, viejo zorro? —preguntó Jenks revo-loteando sin parar a su alrededor.

 

Marshal gesticulaba impotente.

 

—La verdad es que no sé cómo comportarme. La última vez que te vi, medías un metro ochenta. No puedo estrecharte la mano.

 

—Pon la palma hacia arriba —dijo Ivy secamente—, y deja que se pose en ella.

 

—Lo que sea con tal de que deje de dar vueltas —dije alegremente. Jenks aterrizó sobre la mesa agitando las alas con tal frenesí que sentí una ligera brisa.

 

—?Me alegro muchísimo de verte! —exclamó haciendo que me preguntara por qué su presencia nos producía semejante euforia. Tal vez se debía a que nos había ayudado cuando realmente lo necesitábamos, y a que había arriesgado su propia vida a pesar de que no nos debía nada.

 

—?Me cago en todas mis margaritas! —dijo Jenks alzándose y volviendo a aterrizar—. Ivy, tenías que haber visto su cara cuando Rachel le dijo que íbamos a rescatar a su exnovio en una isla llena de hombres lobo militantes. Todavía me cuesta creer que lo hiciera.

 

—A mí también —intervino Marshal con una sonrisa—. Supongo que, cuando la vi, me di cuenta de que podía servirle de ayuda.

 

Ivy me miró con expresión interrogante y yo me encogí de hombros. De acuerdo, es posible que mi mono de goma ajustado hubiera influido en su decisión, pero eso no significaba que me hubiera puesto un conjunto sexi para conseguir su apoyo.

 

Los ojos de Marshal se dirigieron bruscamente a Ivy cuando se puso en mo-vimiento. Zalamera y depredadora, se acomodó en el sofá junto a él apoyando la espalda en el brazo, una rodilla a la altura de la barbilla y la otra pierna colgando. A continuación agarró la revista, que había acabado en el suelo por culpa suya e, intencionadamente, la dejó sobre la mesa de forma que se vieran los titulares. Se estaba comportando como una novia celosa, y aquella actitud no me gustaba un pelo.

 

—Vaya, vaya —dijo Jenks con una sonrisa cuando vio que yo estaba sentada con las manos apoyadas en el regazo y a una distancia inusual de Marshal—. Imagino que podrías ense?ar algunos trucos nuevos a un joven brujo.

 

—?Jenks! —exclamé sabiendo que se refería a la distancia que yo había puesto entre Marshal y yo, pero el pobre brujo no lo pilló, afortunadamente. Furibunda, intenté apartarlo de un manotazo y el peque?o hombre, de solo diez centímetros de altura, se echó a reír y se posó en el hombro de Marshal. El nadador se puso rígido, pero se quedó inmóvil, limitándose a ladear un poco la cabeza para ver a Jenks.

 

—?Has dicho que habías venido para una entrevista de trabajo? —preguntó Ivy amablemente. Sin embargo, no me fiaba un pelo de ella.

 

Moviéndose cuidadosamente como si Jenks pudiera salir volando en cualquier momento, Marshal respondió:

 

—Sí, en la universidad —dijo dando ciertas muestras de nerviosismo.

 

—?Para hacer qué? —preguntó Ivy, y casi pude oír sus pensamientos diciendo ??Conserje??. A pesar de que no había dicho nada inconveniente, no estaba siendo lo que se dice agradable, y se comportaba como si yo le hubiera pedido que viniera ex profeso para traicionar el recuerdo de Kisten.

 

Marshal debía de haberlo captado también, ya que giró los hombros y ladeó la cabeza hasta que hizo crujir el cuello. Estaba claro que se trataba de un tic nervioso.

 

—Voy a entrenar al equipo de natación. Pero, una vez que consiga entrar, me gustaría aspirar a una verdadera plaza de profesor.

 

—?Y qué ense?arías? —preguntó Jenks con cierto recelo.

 

Marshal esbozó una sonrisa.

 

—Manipulaciones menores de líneas luminosas. En realidad se trataría de un curso de instituto. Un curso de apoyo para conseguir que los estudiantes más retrasados puedan adquirir los conocimientos necesarios para seguir las clases de nivel 100.

 

Ivy no parecía impresionada pero, lo que probablemente no sabía, es que había que tener un nivel 400 para poder ense?ar algo a alguien. Yo no tenía ni idea de en qué nivel de competencia me encontraba, dado que lo había adquirido sobre la marcha, aprendiendo las cosas cuando las necesitaba, y no lo que era seguro o prudente a un ritmo constante y progresivo.

 

—Cincinnati no tiene equipo de natación —dijo Ivy—. Intuyo que será un duro trabajo crear uno desde cero.

 

Marshal inclinó la cabeza y la luz iluminó su incipiente barba.

 

—Tienes toda la razón. Ni siquiera hubiera presentado mi candidatura, de no ser porque estudié aquí y me apetecía volver.

 

—?Eh! —exclamó Jenks agitando las alas con tal ímpetu que la corriente me hizo sentir un escalofrío—. ?No me digas que eres un chico de Cincy! ?En qué a?o te licenciaste?

 

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