—No podemos quedarnos. —David entró como una flecha, y su compa?ero lo siguió a toda velocidad a pesar de la edad—. íbamos a recoger a Serena y a Kally. Howard nos va a llevar en coche a Bowman Park y vamos a hacer la ruta de Licking River. ?Te importa si dejo mi coche aquí hasta ma?ana por la ma?ana?
Yo asentí con la cabeza. El tramo de vía férrea entre Cincy y Bowman Park se había convertido en una superficie de caza segura poco después de la Revelación. En aquella época del a?o, solo se encontraban hombres lobo y la ruta pasaba muy cerca de la iglesia para luego cruzar el río y entrar en Cincinnati. David solía acabarla allí, pero esta era la primera vez que iba con las chicas. Me pregunté si era la primera vez que realizaban una larga cacería en oto?o. En ese caso, se llevarían una grata sorpresa. Hacerla completa sin pasar calor era una delicia.
Cerré la puerta y acompa?é a los hombres desde la oscura entrada hasta la nave. El abrigo de David le llegaba hasta el borde desgastado de sus botas, y se quitó el sombrero al entrar; era evidente que la zona consagrada le hacía sentirse incómodo. Como brujo, a Howard no le importaba y, con una sonrisa, respondió con la mano a los diminutos saludos provenientes del techo. Probablemente le debía estar agradecida, pues había sido idea suya que David me tomara como nueva socia en sus negocios.
David dejó su gastado sombrero de cuero sobre el piano y se balanceó de las puntas y los talones, transmitiendo la típica imagen de macho alfa, aunque uno bastante incómodo. Despidiendo un sutil olor a almizcle, mi robusto amigo se pasó la mano por la barba de tres días que le causaba la cercanía del plenilunio. Para ser un hombre, no era especialmente alto y, a pesar de que sus ojos que-daban casi a la altura de los míos, lo compensaba con su magnífico porte. La palabra más adecuada para describirlo era ?vigoroso? aunque, cuando llevaba sus mallas de caza, también se le podía calificar de ?tío bueno?. No obstante, al igual que Minias, David tenía un problema con el tema de pertenecer a ?di-ferentes especies?.
Se había visto obligado a asumir el cargo de auténtico macho alfa cuando, accidentalmente, transformó dos mujeres humanas en mujeres lobo. En teo-ría, no era posible, pero en aquel momento estaba en posesión de un poderoso artefacto. Ver cómo David asumía su responsabilidad no solo me llenaba de orgullo, sino que también me hacía sentir culpable porque, en parte, había sido mi culpa. Bueno, en realidad la mayor parte.
Cuando llegara el solsticio de invierno haría un a?o que David había em-pezado una manada. Su jefe le había obligado y él se empe?ó en utilizar una bruja en vez de una mujer lobo para no tener que asumir nuevas responsa-bilidades. Era una situación que nos beneficiaba a ambos: David conservaba su trabajo, y yo conseguía que mi seguro fuera más barato. Pero ahora se había convertido en un verdadero macho alfa, y yo estaba orgullosa de que lo hubiera aceptado de buen grado. Había dejado su camino para que las dos mujeres que había transformado con el foco se sintieran aceptadas y útiles, y siempre que podía aprovechaba para ayudarles a explorar su nueva situación con alegría y buena disposición.
Sin embargo, lo que más me enorgullecía era que se negara a mostrar la culpa que le atormentaba, porque sabía que, si les dejaba ver lo mal que se sentía por haber cambiado sus vidas sin su consentimiento, empezarían a sentir que lo que eran no estaba bien. Posteriormente había demostrado su nobleza cuando aceptó la maldición de hombres lobo en mi lugar para salvaguardar mi salud mental. La maldición me habría matado con la llegada de la primera luna llena. David decía que le gustaba, y yo lo creía, aunque me preocupaba. Yo apreciaba a David por quién era y también por ver en quién se estaba convirtiendo.
—Hola, David. Howard —dijo Ivy desde lo alto de la entrada. Se acababa de cepillar el pelo y se había puesto los zapatos—. Os quedáis a cenar, ?verdad? Tenemos una olla llena de chili en el fuego, así que hay de sobra —a?adió, aunque en realidad lo único que le interesaba era meterse en los calzoncillos de David.
—Gracias, pero no podemos —repuso este bajando la vista—. Me voy de caza con las chicas y es posible que Howard quiera volver antes de que nos quedemos fritos.