En realidad sí que era tan listo, pero no iba a empezar una caza de brujas. O, mejor dicho, una caza de humanos. No obstante, mi presión sanguínea había vuelto a bajar al escuchar la mala opinión que tenía de él y, a rega?adientes, incluí su nombre en la lista.
—No es Nick —dije—. No es su estilo. La invocación de demonios deja indicios, ya sea durante la recogida de los materiales necesarios, los da?os ocasionados mientras está presente, o por el incremento de muertes naturales entre jóvenes brujos. Consultaré con la AF1 por si han encontrado algo extra?o en los últimos días.
Ivy se inclinó hacia delante con las piernas cruzadas y cogió una galleta salada.
—Y no te olvides de la prensa sensacionalista —sugirió.
—?Ah, sí! Gracias —respondí a?adiéndola a la lista. Las historias del tipo ?Un demonio raptó a mi bebé? podían ser perfectamente ciertas.
Apoyando la punta de su espada de metal en la mesa, Jenks se inclinó sobre la empu?adura de madera y empezó a frotarse las alas emitiendo un chirrido penetrante que hizo que sus hijos se colocaran junto a la puerta en medio de un gran alboroto. Yo contuve la respiración temiendo que todos ellos se aba-lanzasen sobre nosotros, pero solo tres de ellos se acercaron como un remolino y se detuvieron en el aire batiendo sus alas con sus caras sonrientes y su cau-tivadora inocencia. Eran perfectamente capaces de matar. Todos y cada uno de ellos, empezando por el mayor y terminando por la peque?a.
—Aquí tienes —dijo Jenks entregando un trozo de galleta a uno de ellos—. Llévaselo a tu madre.
—De acuerdo, papá —respondió. A continuación se marchó volando sin ha-ber puesto el pie en la mesa. Los otros dos transportaron las demás porciones de forma muy bien organizada, dando buenas muestras de la eficiencia de los pixies. Ivy parpadeó anonadada al ver a aquellos seres diminutos, cuyo princi-pal alimento era el néctar, abalanzarse sobre los arenques en vinagre como si fuera sirope de arce. El a?o anterior se habían comido un pescado entero para obtener un aporte extra de proteínas antes de la hibernación y, aunque aquel a?o no iban a hibernar, todavía sentían el impulso.
Contemplando amargamente mi nueva y mejorada lista, destapé la botella que me había traído Ivy. En ese momento pensé en acercarme a la cocina y pre-pararme una copa de vino, pero después de mirar a Ivy, decidí contentarme con lo que tenía. Las feromonas que despedía eran suficientes para relajarme como un buen trago de whisky, y si lo a?adía, probablemente me quedaría dormida antes de las dos de la ma?ana. Tal cual estaba, me sentía genial, y no tenía ni la más mínima intención de sentirme culpable por el hecho de que fuera ella la que me hacía sentir así. Habían sido necesarios mil a?os de evolución para facilitar el encontrar una presa, pero sentí que me lo merecía por soportar toda la mierda que conllevaba compartir casa con una vampiresa. Con ello no quería decir que la convivencia conmigo fuera fácil.
Apoyé la goma de borrar sobre los dientes y estudié la lista. Probablemente debería descartar a los hombres lobo, y también a Lee. Tampoco podía imagi-narme a los Withon tan cabreados, a pesar de que hubiera echado a perder su boda con Trent. Trent, sin embargo, sí que podía estar enfadado, puesto que había hecho que lo arrestaran durante tres horas. En ese momento dejé escapar un suspiro. Había conseguido ganarme la enemistad de un montón de gente influyente en un periodo de tiempo sorprendentemente corto. Desde luego, tenía un talento especial. En lugar de investigar a la gente que podía estar resentida conmigo, debía concentrarme en encontrar pistas de invocaciones de demonios y empezar por ahí.
La campana de la cena que Ivy y yo utilizábamos como timbre empezó a sonar, sobresaltándonos. Sentí que una sacudida de adrenalina invadía todo mi cuerpo, y los ojos de Ivy se dilataron hasta que solo se podía ver un delgado cerco marrón.
—Ya voy yo —dijo Jenks despegando de la mesa de centro, aunque su voz apenas se oyó por culpa del jaleo que armaban sus hijos desde la esquina frontal del santuario, cuyo suelo estaba cubierto de hojas de periódico.
Mientras Ivy se dirigía a la habitación de atrás a bajar la música, yo me limpié la boca de migas de galleta y le di una limpieza de pasada a la mesa. Era posible que Ivy aceptara un trabajo dos días antes de Halloween pero, si me estaban buscando a mí, se iban a llevar una decepción.
Jenks puso en marcha el complicado sistema de poleas que habíamos ins-talado para él y, en cuanto la puerta crujió, un gato anaranjado entró como una flecha.
—?Gaaatooo! —gritó el pixie cuando vio que el felino atigrado se dirigía directamente hacia sus hijos.