Yo levanté las cejas y me di la vuelta para mirar la mesa, cuya superficie conocía como la palma de mi mano.
—?Ni que estuviera en perfecto estado! —exclamé secamente—. Es imposible estropearla más de lo que está. Tiene una abolladura del tama?o de un codo junto a uno de los agujeros y, justo en medio, parece como si alguien hubiera cosido unas marcas de u?as.
Ivy se sonrojó y agarró un ejemplar atrasado de Vamp Vixen que había puesto allí para que lo leyeran los clientes.
—?Oh, Dios mío! —exclamé soltando las piernas y saltando como si ima-ginara cómo podían haber llegado allí unas marcas como aquellas—. ?Gracias de todo corazón! Nunca más podré volver a jugar.
Jenks se echó a reír emitiendo un sonido similar al politono de un teléfono móvil y se unió a mí justo en el momento en que me inclinaba para coger un arenque. Luego me dejé caer en el sofá, enfrente de Ivy, dejando a mi lado el sujetapapeles y estirando la mano para coger unas galletas mientras el olor a cuero me invadía.
—La sangre empezó a salir inmediatamente —farfulló.
—?No quiero saberlo! —le grité, y ella se escondió detrás de la revista. En la portada se podía leer: ?Seis maneras de dejar a tu sombra suplicando y sin aliento?. Genial.
El silencio se hizo entre nosotras, pero era un silencio cómodo, que llené rellenándome la boca de arenques. El gustillo ácido del vinagre me recordó a mi padre (fue él quien hizo que me enganchara a aquel sabor) y me recosté sobre el respaldo con una galleta salada y mi portapapeles.
—?Cómo lo llevas? —preguntó Ivy intentado cambiar de tema.
—De momento he apuntado a los sospechosos habituales —respondí qui-tándome el lápiz de la oreja—. El se?or Ray. El se?or Sarong. Trent. El cabrón de Trent. Uno de los personajes más amados de la ciudad y, al mismo tiempo, un insoportable playboy más escurridizo que una rana bajo una tormenta. No obstante, dudaba mucho que fuera él. Después de haberse topado con él en una ocasión y de haber terminado con un brazo roto, Trent odiaba a Al incluso más que yo y, probablemente, todavía tenía pesadillas. Además, contaba con maneras más rastreras de acabar conmigo aunque, si lo hacía, sus laboratorios biológicos acabarían en la primera página de los periódicos.
En aquel momento descubrí que Jenks se había puesto a introducir la punta de su espada en los agujeros de las galletas saladas para romperlas en pedazos adecuados para un pixie.
—?Y qué me dices de los Withon? Echaste a perder sus planes de casar a su hija.
—Noooo —dije, incapaz de pensar que alguien pudiera guardarme rencor por algo así. Además, eran elfos. Nunca utilizarían a un demonio para matarme. Odiaban a los demonios incluso más de lo que me odiaban a mí. ?O no?
Jenks agitó con fuerza las alas haciendo desaparecer todas las migas que había dejado. Con las cejas levantadas ante mis dudas, empezó a colocar diminutos trozos de arenque en los pedacitos de galleta, cada uno de ellos del tama?o de un grano de pimienta.
—?Y por qué no Lee? —sugirió—. Minias dijo que no se fiaba de él.
—Por eso mismo lo he descartado —respondí apoyando los arcos de los pies en el borde de la mesa. Yo le había liberado de las garras de Al, y lo normal sería pensar que este hecho había merecido la pena, especialmente cuando, tras la muerte de Piscary, Lee se había apoderado de los juegos de azar de Cincy—. Tal vez debería hablar con él.
Ivy levantó la vista de la revista y me miró con el ce?o fruncido.
—Yo creo que se trata de la SI. Les encantaría verte muerta.
—La seguridad del inframundo —dije sintiendo una punzada de miedo mientras deslizaba el lápiz por encima del portapapeles para a?adirlos a la lista. Mierda. Si realmente era la SI, tenía un problema muy gordo.
Las alas de Jenks emitieron un zumbido mientras intercambiaba una mirada con Ivy.
—Y luego está Nick —dijo.
Yo relajé la mandíbula casi con la misma velocidad que la apreté.
—Sabes perfectamente que es él —dijo el pixie con los brazos en jarras mientras Ivy me miraba por encima de la revista con las pupilas cada vez más dilatadas—. ?Por qué no se lo dijiste a Minias? Lo tenías allí mismo. él se habría ocupado de todo, y tú preferiste mantener la boca cerrada.
Con los labios apretados, calculé las posibilidades que tenía de dar en el blanco si le tiraba el lápiz.
—No tengo la seguridad de que sea Nick y, aunque así fuera, no se lo entre-garía a los demonios. Me ocuparía yo misma —respondí amargamente. Piensa con la cabeza, Rachel, no con el corazón—. Aunque tal vez le haga una llamada.
Ivy emitió un suave sonido.
—Nick no es tan listo. Si hubiera sido él, a estas alturas ya sería pasto de los demonios.