Fuera de la ley

La gente que estaba a nuestro alrededor emitió un grito ahogado y empezó a agitar las manos.

 

—Se trata de un profesor universitario que llegaba tarde a clase —les mentí. Ellos se giraron y empezaron a reírse de su absurdo temor, convencidos de que el hedor obedecía a alguna travesura a propósito de la proximidad de la noche de Halloween.

 

—?Que Dios te ayude, Rachel! —me reprochó mi madre con amargura—. ?Es así como tratas a los hombres? No me extra?a que no consigas retener a ningún novio.

 

—Mamá, él no es un hombre, ?es un demonio! —protesté en voz baja. Luego me detuve y esperé a que se guardara el amuleto. Era evidente que los hechizos para alisar el pelo no eran lo único que vendía a Patricia. Los amuletos para alterar olores no eran difíciles de hacer, pero que uno fuera lo suficientemente potente como para bloquear el hedor de un demonio, lo convertía en un objeto fuera de lo común. En lo que respecta a sus chanchullos, posiblemente se había especializado en hechizos, que nadie más hacía para evitar la competencia, (y también posibles demandas) de enfadados fabricantes de conjuros que contaban con una licencia.

 

Con los ojos puestos en el café, comencé a decirle:

 

—Mamá, a propósito de los amuletos que has estado vendiéndole a Patricia…

 

Jenks echó a volar y mi madre se puso de morros.

 

—Nunca encontrarás a ?Míster Perfecto? si no empiezas a probar con ?Míster Aquí y Ahora? —dijo colocándolo todo encima de su plato—. Evidentemente Minias es ?Míster Jamás de los Jamases?, pero podías haber sido un poco más amable.

 

Jenks se encogió de hombros y yo suspiré.

 

—No obstante, me he fijado que no se ha ofrecido para pagar la cuenta, ?verdad? —concluyó mi madre.

 

Bebí un último trago de café y me puse en pie. Quería llegar a mi casa, la iglesia consagrada, antes de que otros demonios irrumpieran en mi vida con nuevas propuestas deshonestas. Por no mencionar que tenía que hablar con Ceri y asegurarme de que Ivy le había informado de que Al estaba libre.

 

Mientras seguía a Jenks y a mi madre hasta la basura, y después en dirección a la puerta, volví a pensar en lo que Minias había dicho acerca de que no había nacido ningún demonio en los últimos cinco mil a?os. ?Quería decir eso que él tenía por lo menos esa edad y le habían encomendado vigilar y seducir a un demonio hembra? ?Y por qué no nacían más demonios? ?Tal vez porque quedaban muy pocas hembras? ?O porque mantener relaciones sexuales con ellas podía resultar letal?

 

 

 

 

 

3.

 

 

Estremecida por los estridentes chillidos de los ni?os pixie que se arremoli-naban en el recoveco que acababa de dejar al descubierto, solté sobre el suelo de madera lleno de rasgu?os el montón de organizadores sin abrir que había comprado el mes anterior.

 

Todavía no habían empezado la mudanza del invierno, pero Matalina había decidido dar un salto para estudiar el escritorio. No la culpaba por hacer la limpieza oto?al. No utilizaba mucho mi mesa, y había mucho más polvo acu-mulado que tareas terminadas.

 

En ese momento sentí ganas de estornudar y contuve la respiración con los ojos llenos de lágrimas hasta que se me pasaron las ganas. Gracias, Dios mío. Luego miré a Jenks, que estaba en la parte delantera de la iglesia, ocupándose de la decoración de Halloween. Era un buen padre, algo que era fácil de olvidar cuando íbamos por ahí trincando delincuentes. Esperaba encontrar alguien la mitad de bueno cuando estuviera lista para formar una familia.

 

En ese momento pensé en Kisten y en sus sonrientes ojos azules y el corazón me dio un vuelco. Habían pasado varios meses, pero su recuerdo todavía me asaltaba con rapidez e intensidad. Y ni siquiera sabía de dónde había salido la idea de los ni?os. Kisten y yo nunca los habríamos tenido, a menos que hubiéramos vuelto a la antiquísima tradición de coger prestado por una noche el hermano o el marido de una amiga, una práctica que se ha-bía extinguido mucho antes de la Revelación, cuando ser bruja era sinónimo de una ?muerte segura?. Pero después de lo que había pasado, incluso esa esperanza se había desvanecido.

 

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