Yo me obligué a seguir respirando. Nick, pensé, sin ninguna intención de expresarlo en voz alta. Ni siquiera aunque realmente fuera él el que estaba enviando a Al para matarme porque, en ese caso, me ocuparía yo misma de darle una lección. Entonces sentí los ojos de Jenks sobre mí, deseando que lo dijera, pero no lo haría.
—?Por qué no os limitáis a deshaceros de su nombre de invocación? —le pregunté intentando encontrar otras opciones—. Si lo hacéis, ya no podrán invocarlo.
La parte del rostro de Minias que no estaba oculta tras las gafas se tensó. Sabía que no lo estaba diciendo porque sí.
—No se puede despojar a alguien de una contrase?a. Una vez que la tienes, es tuya. —A continuación vaciló, e intuí que lo que estaba a punto de decir me iba a traer problemas—. Eso sí, se puede intercambiar con la de algún otro.
De improviso, sentí como si un lazo de tensión que rodeaba mi pecho se apretara y todos mis dispositivos de alarma se dispararan.
—Si alguien intercambiara el nombre con él —continuó Minias arrastrando las palabras—, podríamos retenerlo. Desgraciadamente, debido a su trabajo, ha sido muy descuidado con su nombre de invocación. Hay un asombroso número de personas a este lado de las líneas que lo conocen, y ningún demonio estaría dispuesto a cogerlo. —A continuación me miró fijamente y concluyó—: No tienen ningún buen motivo para hacerlo.
Yo apreté con fuerza el vaso de papel parafinado, consciente de que había averiguado la razón por la cual Minias estaba sentado a la mesa conmigo tomando café. Yo tenía una contrase?a. Y también un motivo para negociar. Estaba metida en un buen lío.
—?Y qué tiene que ver eso con mi hija? —preguntó mi madre en tono de-safiante. El miedo había provocado que se despojara de la máscara de persona que no está del todo en sus cabales y que utilizaba como barrera para esconder el dolor que le había provocado la muerte de mi padre.
Minias se ajustó las gafas para tener tiempo de sopesar las emociones de nuestra mesa.
—Quiero que su hija intercambie la contrase?a con Al.
—?Y una mierda de hada! —El polvo que desprendía Jenks era de un rojo tan intenso que parecía negro.
—De ninguna manera —a?adí yo haciéndome eco de sus palabras. A con-tinuación, con el ce?o fruncido, alejé mi silla de la mesa.
Impertérrito, Minias se echó más canela en su café.
—Entonces te matará. A mí me da lo mismo.
—Es evidente que no te da lo mismo, de lo contrario no estarías aquí —le espeté con acritud—. Sin mi nombre, no podéis retenerlo. Sé de sobra que no te importa si estoy viva o muerta. Estás preocupado por ti mismo.
Mi madre seguía sentada, con los músculos agarrotados y expresión abatida.
—?Le quitarás las marcas demoníacas si lo hace? ?Todas ellas?
—?Mamá! —exclamé. No tenía ni idea de que estuviera al tanto de mis marcas.
Con los ojos llenos de dolor, me agarró mi mano helada.
—Tienes un aura que da verdadero asco, cari?o. Y sí que veo las noticias. Si este demonio puede quitarte las marcas y limpiar tu aura, deberías, al menos, enterarte de cuáles serían las consecuencias o los posibles efectos colaterales.
—?Mamá! No se trata solo de una contrase?a, estamos hablando de un nombre de invocación.
Minias miró a mi madre con renovado interés.
—Sí, se trata de un nombre de invocación, pero que no tiene ningún poder sobre ti. Lo peor que te podría pasar es que tuvieras que estar unos meses interceptando llamadas a Al y devolviéndoselas.
Solté la mano de mi madre sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo.
—Me dijiste que tenía que escoger un nombre que nadie pudiera averiguar y que, si alguien lo hacía, mi vida se convertiría en un infierno. ?Tienes idea de cuánta gente conoce el nombre de Al? Yo no, pero sé que son muchos más de los que conocen el mío.
Una vez dicho esto, me alejé de la mesa. La silla chirrió y las vibraciones me subieron por toda la espina dorsal provocándome un escalofrío.
—Precisamente de eso se trata, bruja —dijo Minias haciendo que la palabra sonara como un insulto—. Si no lo haces, morirás. Esta noche he intervenido con la esperanza de que estuvieras dispuesta a llegar a un acuerdo, pero no volveré a hacerlo. Simplemente, no me importa.
El miedo, o tal vez la adrenalina, hicieron que me hirviera la sangre. ?Cómo se atrevía a llamarlo ?acuerdo?? Me estaba proponiendo un pacto. Un pacto con un demonio. Mi madre me miró con ojos suplicantes, y Jenks, furioso, levantó su atizador.
—?La estás amenazando? —le espetó mientras sus alas iban adquiriendo un tono rojo a causa del aumento de la circulación.
—Es una simple cuestión de probabilidades —declaró Minias apoyando la taza sobre la mesa como si quisiera poner fin a la conversación. A continuación cogió la servilleta, la dobló y la colocó justo al lado—. Decídete, sí o no.
—Búscate a otro —le dije—. Hay millones de brujos. Seguro que encuentras alguno más estúpido que yo que esté dispuesto a aceptar. Basta que le des un nombre y que lo intercambie con el de Al.
Minias me miró por encima de las gafas de sol.