Fuera de la ley

—Sí —insistió el joven apoyando el peso del cuerpo sobre uno de sus pies—. Tú eres la propietaria de esa agencia de escoltas. En los Hollows, ?puede ser?

 

No sabía si aquello era mejor o no y, tras levantar la vista, lo miré con expre-sión de cansancio. Había trabajado como escolta anteriormente, y había tenido que enfrentarme a muchos peligros. Una vez, incluso, me había visto envuelta en la explosión de un barco que saltó por los aires en pedazos.

 

—Sí, esa soy yo.

 

Minias, que estaba echándole canela a su café, levantó la vista. Jenks se rio por lo bajo y yo golpeé con mi rodilla la parte inferior de la mesa para tirarle encima el café.

 

—?Oye! —me gritó elevándose unos centímetros, para luego posarse de nuevo sin dejar de reír.

 

En ese momento sonó la campanilla de la puerta principal y el chico cortó el rollo de ?cuánto nos alegramos de tenerla aquí? y se marchó. Minias era el único que estaba escuchando.

 

Mi café estaba humeando y yo me encorvé sobre él sin apartar la vista del de-monio. Sus largos dedos estaban entrelazados alrededor del enorme tazón blanco, como si disfrutara del calor que desprendía y, aunque no podía afirmarlo con seguridad por culpa de las gafas de sol, me pareció que cerraba los ojos mientras daba su primer sorbo. La expresión de placer y profunda felicidad que transmitía hizo que todos sus rasgos se relajaran, y resultaba tan genuina, que era imposible que estuviera fingiendo.

 

—Soy todo oídos —le dije poniéndome la careta de ?no ha pasado nada entre nosotros?.

 

Mi madre, que se estaba comiendo su tarta de queso en silencio, nos miró alternativamente con inquietud. Por la expresión de su cara, tuve la clara sensación de que creía que estaba siendo maleducada.

 

—No estoy nada contenta —a?adí provocando que apretara fuertemente los labios—. Me dijiste que Al estaba bajo control. ?Qué pensáis hacer ahora que ha roto su palabra y que va a por mí? ?Qué crees que sucederá cuando todo esto salga a la luz?

 

A continuación tomé un trago y, por un momento, olvidé dónde estaba y dejé que el café bajara por mi garganta aliviando mi ligero dolor de cabeza y relajándome los músculos.

 

—Ya no podrás enga?ara nadie más para que firme un trato —le dije cuando recuperé el foco de atención—. No más familiares. Va a ser genial, ?verdad? —concluí con una sonrisita tonta.

 

Con la mirada fija en los encantos del bebé vestido de fruta de la fotografía, Minias, que tenía los codos apoyados sobre la mesa, dio un sorbo al café y mantuvo el tazón a la altura de la boca.

 

—Es mucho mejor a este lado de las líneas —dijo en voz baja.

 

—?Oh, sí! —intervino Jenks. La taza de café le llegaba hasta más arriba de la cintura—. Estoy seguro de que todo ese ámbar quemado se te queda pegado a la garganta, ?verdad?

 

Un fugaz gesto de irritación asomó a la cara de Minias y, por unos instantes, la tensión se apoderó de su pose de relajada despreocupación. Inspiré profundamente y solo percibí el aroma del café, de la tarta de queso y el característico olor a secuoya de los brujos. Estaba segura de que mi madre le había pasado un amuleto y preferí no pensar en cuánto iba a aumentar el coste de los desperfec-tos de la tienda cuando se descubriera la desaparición de aquel costoso objeto. De todos modos, no podía quejarme, porque evitaba que oliera a demonio y provocara un ataque de pánico entre los clientes.

 

—Bueno, ?y qué es lo que quieres? —le pregunté dejando la taza sobre la mesa—. No tengo toda la noche.

 

Mi madre frunció el ce?o, pero Minias se lo tomó con calma, se reclinó en su rígida silla y apartó su tazón gigante.

 

—Alguien está sacando a Al de su reclusión…

 

—Esa parte ya la hemos pillado —dijo Jenks con aires de superioridad.

 

—Jenks… —le recriminé. El pixie cruzó la mesa con su espada provisional en dirección a la tarta de queso.

 

—Jamás nos había pasado algo así —continuó Minias sin saber cómo inter-pretar la actitud de Jenks—. Debido a la extraordinaria cantidad de contacto con este lado de las líneas, Al se las ha arreglado para que alguien lo invoque todos los días al caer el sol. Consiguen lo que quieren y luego lo liberan sin obligarlo a volver a siempre jamás. Es una situación en la que ambas partes salen beneficiadas.

 

Y en la que yo salgo perjudicada. En ese instante recordé al que había sido mi novio, Nick. Jenks me miró por encima de un pedazo de tarta de queso tan grande como su cabeza. Era evidente que él también estaba pensando en lo mismo. Nick era un ladrón que utilizaba habitualmente a los demonios para conseguir información. Gracias a Glenn, que trabajaba para la AF1, tenía una copia de su expediente en el último cajón de mi cómoda. Su espesor era tal que el enorme elástico que lo sujetaba apenas podía contenerlo. No me gustaba pensar en ello.

 

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