Fuera de la ley

—?Me estás diciendo que alguien está liberando a un demonio sin obligarlo a volver a siempre jamás? —pregunté sin levantar la vista, intentando conte-nerme—. Eso no parece muy sensato.

 

—En realidad es extremadamente ingenioso, por parte de Al —a?adió Minias. Seguidamente apoyó uno de los codos sobre la mesa y bebió un trago.

 

En ese momento, perfectamente consciente de que mi madre estaba escu-chando, deseé que me tragase la tierra.

 

—?Y crees que podrían estar haciéndolo porque quieren verme muerta? —le pregunté finalmente.

 

Minias se encogió de hombros.

 

—No lo sé y, si quieres que te diga la verdad, tampoco me importa. Solo quiero que dejen de hacerlo.

 

Mi madre soltó un bufido lleno de reproche, y Minias retiró el codo de la mesa.

 

—Podemos recuperar el control sobre él después del amanecer —explicó el demonio con los ojos ocultos tras las gafas de sol—. Cuando las líneas se aproximan al cruce de los mundos, se ve arrastrado de golpe hacia nuestro lado. Una vez allí, basta usar sus marcas demoníacas para encontrarlo.

 

En aquel momento retiré las manos de encima de la mesa, aparté la pulsera de Kisten con los dedos y acaricié el relieve de la cicatriz. La marca del demo-nio había empezado a dolerme justo antes de que Al apareciera, y una nueva preocupación se a?adió a las ya existentes. Así era como me había encontrado. Mierda. No me gustaba un pelo sentirme como un antílope etiquetado por medios electrónicos.

 

—Al no tiene acceso a ningún laboratorio mientras está recluido —dijo Minias captando de nuevo mi atención—, de manera que solo dispone de maldiciones fáciles de ejecutar. No obstante, es extraordinariamente hábil saltando las líneas.

 

—Bueno, ha estado en la cocina de alguien. Por lo visto lo hace siempre. Sé muy bien que esa no es su forma natural. Y no tengo ningún interés en des-cubrir cuál es su verdadero aspecto.

 

La cabeza de Minias se movió de arriba abajo una sola vez y se tragó su café.

 

—Sí —dijo suavemente apoyándose en el respaldo—. Alguien lo ha estado ayudando. Y que haya intentado arrastrarte con él esta noche ha servido para convencerme de que no eras tú.

 

—?Yo? —le espeté—. ?De verdad creías que yo podría trabajar con él?

 

En ese momento, mis dedos, que sujetaban la taza del café, empezaron a perder fuerza. Los hechizos de apariencia física no hacían efecto en una noche. Eso significaba que Al… A continuación levanté la vista y deseé que Minias se quitara las gafas.

 

—?Cuánto tiempo lleva escabulléndose de la prisión?

 

Los labios del demonio empezaron a temblar ligeramente.

 

—Tres noches seguidas. Esta sería la tercera.

 

El miedo me hizo estremecer y Jenks despegó de la mesa desprendiendo una nube de polvo rojo.

 

—?Y no se te ocurrió que yo debía saberlo? —exclamé.

 

Con un movimiento pausado, Minias se quitó las gafas, apoyó el antebrazo sobre la mesa y se inclinó hacia mí.

 

—?Y por qué razón iba a molestarme en decírtelo? A nosotros no nos importa si te mata o no. No tengo por qué ayudarte.

 

—?Pero lo has hecho! —le respondí agresiva, pensando que era mejor mostrar enfado que miedo—. ?Por qué?

 

Inmediatamente Minias se echó atrás y, al darme cuenta de que había algo en todo este asunto de lo que no quería hablar, decidí hacerlo yo misma.

 

—Estaba siguiéndole la pista a Al —dijo el demonio—. Que estuvieras allí, simplemente me resultó útil.

 

Jenks se echó a reír y todos los ojos se volvieron hacia él mientras se alzaba varios centímetros.

 

—Te han echado, ?verdad? —le preguntó.

 

Minias se puso rígido.

 

Mi primer impulso para protestar se desvaneció al ver la expresión estoica del demonio.

 

—?No me digas que te han despedido!

 

Minias agarró su tazón gigante con tal rapidez que casi le da un manotazo a Jenks.

 

—?Por qué otra razón iba a estar siguiéndole la pista a Al en lugar de estar viendo la tele con Newt? —dijo Jenks buscando cobijo en mi hombro—. Te han destituido, despachado, han prescindido de tus servicios, te han largado, te han dado el pasaporte.

 

Minias volvió a colocarse las gafas.

 

—Me han reubicado —dijo secamente.

 

De repente tuve miedo. Mucho miedo.

 

—?Ya no vigilas a Newt? —pregunté en un susurro.

 

A Minias pareció sorprenderle mi temor.

 

—?Quién es Newt? —preguntó mi madre. A continuación se limpió la boca dándose golpecitos con una servilleta y me pasó el plato de la tarta de queso.

 

—Ni más ni menos que el demonio más poderoso que tienen por aquí —alardeó Jenks como si tuviera algo que ver con ese hecho—. Minias le hacía de canguro. Es más peligrosa que un hada combativa que se ha puesto hasta las cejas de azufre, y es la que maldijo la iglesia el a?o pasado antes de que yo la comprara. Sin que le temblara un ala. Y le tiene una manía a tu hija que no te puedes imaginar.

 

Minias consiguió a duras penas contener una carcajada y yo deseé con todas mis fuerzas que Jenks cerrara la boca.

 

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