Howard masculló algo sobre una reunión e Ivy se giró hacia la ventana y observó la luna, a la que le faltaba poco para ser llena, aunque en ese momento quedaba oculta tras las nubes. Los hombres lobo podían transformarse en cual-quier momento, pero los tres días de luna llena era el único periodo en que estaba permitido deambular a cuatro patas por las calles de la ciudad, una tradición que los paranoicos de los humanos habían convertido en una ley. No obstante, lo que hicieran los hombres lobo en sus propias casas era asunto suyo. El recorrido de las vías del tren iba a estar muy concurrido aquella noche.
Ivy tomó asiento y le dio la vuelta a la revista para ocultar el titular. Su pie temblaba como la cola de un gato y yo tuve que esforzarme por mantener la seriedad. No era muy frecuente verla tan colada por alguien como para comportarse como una adolescente. No es que se le notara tanto, pero era tan reservada con sus emociones que cualquier indicación de que se sentía atraída por alguien resultaba tan evidente como si hubiera encontrado un montón de cartas de amor desperdigadas por el suelo de la habitación. Probablemente había reconocido el ruido de su coche y había ido a arreglarse con la excusa de bajar la música.
—Deberías haberme llamado cuando el demonio apareció —dijo David dirigiéndose a la puerta.
En ese momento se oyó el ruido de las alas de Jenks mientras volaba como una flecha desde el escritorio al centro de la habitación.
—Ya estaba yo allí para salvarle el culo —dijo desafiante. Luego, con cierto retraso, a?adió—: ?Hola, David! ?Quién es tu amigo?
—Es Howard. Mi antiguo compa?ero —explicó David.
Jenks lo miró de arriba abajo.
—?Ah, sí! Ya decía yo que apestabas a brujo. ?Qué tal va todo?
Howard se rio y el sonido retumbó en las vigas e hizo que los pixies se rieran por lo bajo.
—Estoy haciendo algún que otro trabajito por mi cuenta. Y gracias, se?or Jenks. Me lo tomaré como un cumplido.
—Puedes llamarme solo Jenks —musitó el pixie mirando a Howard con inusual cautela mientras se posaba en mi hombro.
Ivy le estaba poniendo ojitos a David por encima de las galletas saladas y este se dirigió hacia la puerta, pero esta vez en serio.
—?Quieres que me quede hasta que amanezca? Por si acaso.
—?Oh, no! Para nada —exclamé—. Estoy en terreno sagrado. Estoy más segura aquí que si estuviera en los brazos de mi madre.
—Conocemos a tu madre —dijo Ivy como quien no quiere la cosa—, y eso no nos infunde mucha confianza.
—?Qué pasa? ?Es la noche de meterse con Rachel? —dije un poco harta—. Puedo cuidar de mí misma.
Nadie dijo nada y el silencio se rompió por una carcajada proveniente de las vigas. En aquel momento alcé la vista, pero los pixies se habían escondido.
—?A que no sabes lo que está haciendo esta noche? —preguntó Jenks deján-dome para acompa?ar hasta la puerta a David y a Howard que, rápidamente, se batían en retirada—. Una lista de personas que quieren matarla, seguida de otra en la que apunta las diferentes formas de invocar a un demonio.
—Lo sé. Ya me lo ha dicho —respondió David abrochándose el abrigo mientras se dirigía a la puerta—. Por cierto, no te olvides de poner a Nick.
—Ya lo he hecho —dije, dejándome caer en mi silla y mirando a Ivy con el ce?o fruncido. Prácticamente cada vez que venía David, conseguía que saliera huyendo—. Gracias, Jenks —le solté al pixie, pero no estaba escuchando porque, una vez que le abrió la puerta a David, se elevó para evitar la corriente de aire frío.
Antes de cruzar el umbral, David se giró. Detrás de él Howard bajaba las escaleras en dirección a un coche familiar que no había visto antes. Aparcado junto al bordillo, estaba el deportivo gris de David.
—?Adiós, Rachel! —dijo David con la luz sobre la puerta que iluminaba su pelo negro—. Si no nos vemos ma?ana, llámame. Por lo general, cuando al-guien invoca a un demonio, se suele presentar una o dos reclamaciones. Cuando regrese a la oficina, miraré si hay algo inusual.
Yo alcé las cejas y tomé nota mentalmente para acordarme de a?adir a la lista las reclamaciones de seguros. David trabajaba para una de las mayores compa?ías de seguros de los Estados Unidos, al menos sobre el papel y, si le dabas tiempo, tenía acceso casi a cualquier información. De hecho, tal vez de-bía llamar a la AF1 para ver si habían recibido alguna demanda últimamente. Solían tener unos archivos magníficos para compensar su escandalosa carencia de talentos inframundanos.
—Gracias, lo haré sin falta —le respondí mientras David seguía a su anciano compa?ero y cerraba la puerta.
Ivy se quedó mirando al vestíbulo con el ce?o fruncido, dando peque?os sorbos a su bebida sin dejar de mover el pie. Cuando vio que me había dado cuenta, se obligó a sí misma a parar. En ese momento di un respingo al percibir una oleada de gritos agudos proveniente de mi escritorio, y observé, asombrada, que cuatro haces plateados salían de él en dirección a la parte trasera de la iglesia. A continuación, un gran estrépito hizo que me girara y me pregunté qué sería lo que había caído del estante más alto de la cocina.
Ya empezamos…