Fuera de la ley

Al ver mi interés, Quen adoptó una actitud de confianza.

 

—Trent y ella han estado tomando el té todos los jueves —explicó suavemente, mirando de reojo al pasillo con culpabilidad—. Deberías estarle agradecida. él está absolutamente obsesionado con ella, a pesar de lo mucho que le aterroriza su mancha demoníaca. De hecho, creo que forma parte de la atracción. Pero está empezando a considerar que poseer una mácula demoníaca no te convierte en una mala persona. Ella salvó mi relación con él. Es una mujer muy sabia.

 

No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que había pasado un mile-nio sirviendo a un demonio. Las puertas empezaron a cerrarse de nuevo, y yo apreté el botón durante algunos segundos más.

 

—Todo se fue a la mierda cuando Trent descubrió que estabas usando la magia negra para protegerlo, ?eh?

 

Quen no se inmutó, e incluso siguió respirando con calma, pero su excesiva tranquilidad me dio a entender que estaba en lo cierto.

 

—?Y bien? —le pregunté en tono desafiante.

 

—Pues que está empezando a barajar la posibilidad de que tú también seas de fiar. ?Por qué no lo piensas? Necesitamos la muestra.

 

El recuerdo de que también mi alma tenía una mancha demoníaca me molestó, y apreté el botón de cerrar. De ninguna manera iba a aceptar.

 

—Ponte en contacto conmigo dentro de, digamos, unos cien a?os.

 

—No tenemos cien a?os —dijo Quen con cierto tono de desesperación—. Solo tenemos ocho meses.

 

?Oh, mierda!

 

—?Qué quieres decir con ocho meses? ?Por qué no siete? ?O nueve?

 

Quen no dijo nada. De hecho, ni siquiera me miró. Y yo no me atreví a tocarlo.

 

—?No me digas que la ha dejado embarazada! —grité sin importarme que alguien me pudiera oír—. ?Qué hijo de puta! ?No es más que un maldito hijo de puta!

 

Estaba tan enfadada que casi me echo a reír. Quen tenía la mandíbula tan apretada que las picaduras de viruela de su rostro salían hacia fuera adquiriendo un tono blanquecino.

 

—Quiero hablar con Trent —le dije. Con razón Ceri llevaba un tiempo evi-tándome. La pobre todavía se estaba recuperando de mil a?os de servidumbre demoníaca y va Trent y la deja embarazada—. ?Dónde está?

 

—De compras.

 

Yo fruncí el ce?o.

 

—Te he preguntado ?dónde?.

 

—Al otro lado de la calle.

 

Conque había salido de compras. Me apostaba lo que fuera a que no se trataba de botitas de bebé o de una silla de seguridad para el coche. Entonces me acordé de mi cita con Marshal y miré por los cristales empa?ados de la ventana para calcular qué hora era. Debía de ser la una y pico. Tenía tiempo de sobra. A no ser que se tratara de una estratagema y que en realidad Trent quisiera matarme; en cuyo caso podía ser que llegara un poco tarde.

 

Apreté con fuerza el botón de bajada y las puertas del ascensor se abrieron inmediatamente. ?De compras! ?Se había ido de compras!

 

—Tú primero —dije a Quen antes de entrar en el ascensor.

 

 

 

 

 

7.

 

 

El ligero calor de la acera se desvaneció cuando doblé la esquina y entré en la sombra de los altos edificios.

 

—?Dónde está? —pregunté girándome hacia Quen y retirándome el pelo de la cara. Caminaba junto a mí, aunque unos pasos por detrás, y aquello me ponía los pelos de punta.

 

El hombre tranquilo y poderoso apuntó con la barbilla al otro lado de la calle y, cuando seguí su mirada, sentí una punzada de temor. ?Disfraces Otras criaturas terrestres, S.A.?. Maldita sea. ?Trent se estaba comprando un disfraz para Halloween?

 

En aquel momento eché a andar en dirección a la exclusiva tienda de disfraces. ?Y por qué no? Seguro que a Trent le habían invitado a fiestas como a cualquier otro. Probablemente a más que a la mayoría. Pero ?Otras criaturas terrestres? Se necesitaba pedir cita con antelación, especialmente en octubre.

 

De pronto me detuve en el bordillo, sintiendo que Quen se detenía detrás de mí.

 

—?Quieres dejar de seguirme de una maldita vez? —le pregunté haciendo que diera un respingo.

 

—Lo siento —dijo. A continuación se apresuró a colocarse junto a mí mientras cruzaba por en medio de la calle. En ese momento lo pillé mirando al paso de peatones y tuve que aguantarme la risa. Oh, sí. Soy una chica mala.

 

Tras un instante de vacilación ante la placa ?Se requiere cita previa?, me acerqué a la puerta justo en el momento en que alguien abría desde el interior. El portero tenía cara de retrasado mental, pero, antes de que tuviera tiempo de abrir la boca, una mujer algo mayor vestida con una falda y una chaqueta de color melocotón que parecían recién planchadas se acercó taconeando, aunque el sonido de sus pasos se amortiguó cuando pisó la espesa alfombra blanca.

 

Kim Harrison's books