Fuera de la ley

—?Maldita sea, Rachel! ?Quieres callarte de una vez?

 

En ese momento me quedé mirándolo. Su rostro se había alargado, dán-dole un aspecto espeluznante. Había vuelto a usar el hechizo para cambiar su complexión, pero esta vez con el doble de altura, haciendo que las redon-deces desaparecieran. En aquel momento parpadeé y cerré la boca. Trent me estaba dando información, algo que no sucedía muy a menudo. Tal vez debía estarme calladita.

 

En ese momento, muy a mi pesar, me recliné en la silla e hice un gesto con la mano como si cerrara la boca con una cremallera. Sin embargo, no conseguía dejar de mover la pierna. Trent se quedó mirándola unos segundos y luego se giró hacia el espejo.

 

—Quen me ha garantizado que Ceridwen está tan segura en ese agujero al que llaman casa como lo estaría conmigo. Ha accedido a recibir asistencia médica y a que yo corra con los gastos. Si le falta algo, es porque se ha negado en rotundo a aceptarlo.

 

Esto último lo dijo secamente y yo no pude evitar una sonrisa compungida mientras observaba su reflejo en el espejo. Era evidente que no le gustaba lo que veía. Yo entendí perfectamente a qué se refería. Aunque, por lo general Ceri era una persona muy dulce, cuando se le metía algo entre ceja y ceja, podía mostrarse bastante inflexible, e incluso agresiva, si no conseguía salirse con la suya. Había nacido en una familia que pertenecía a la realeza, y yo tenía la sensación de que, a excepción de la época en que se había mostrado sumisa con Al durante el periodo que fue su familiar, estaba acostumbrada a llevar las riendas de su hogar. Hasta que su mente se rompió y perdió toda voluntad y las ganas de hacer cosas.

 

Trent me estaba mirando claramente sorprendido por mi afectuosa sonrisa. Yo me encogí de hombros y cogí otra galleta.

 

—?Qué posibilidades hay de que el bebé nazca sano? —pregunté inten-tando averiguar hasta qué punto me sentiría culpable por negarme a ir a siempre jamás.

 

Un Trent con el cabello plateado se giró de nuevo hacia los hechizos de líneas luminosas. Estaba callado, e imaginé que quería elegir cuidadosamente sus palabras.

 

—Si tuviera un hijo con alguien de su mismo periodo, las posibilidades de que el ni?o naciera sin problemas con una mínima cantidad de intervención genética serían muy altas —dijo finalmente. A continuación cogió otro he-chizo de líneas luminosas y lo invocó. Seguidamente un destello cayó sobre él como una cascada y creció unos ocho centímetros. Luego apartó el alfiler de invocación y se dejó el hechizo puesto.

 

Con los dedos entre los fragmentos de metal, a?adió:

 

—Al tener un hijo de alguien de nuestra generación, las posibilidades de tener un ni?o sano son solo ligeramente superiores a las que tendría con cualquier otro sin intervención. Aunque algunas de las modificaciones que conseguimos mi padre y yo están ancladas en el ADN mitocondrial, y por lo tanto pasan de madre a hijo, la mayoría no lo están, así que dependeríamos de la calidad del óvulo y del espermatozoide en el momento de la concepción. Las aptitudes reproductoras de Ceri son excelentes —dijo buscando mi mirada sin el más mínimo ápice de emoción—. El problema está en las nuestras.

 

Yo no retiré la mirada, aunque el sentimiento de culpa me asestó una buena bofetada. El padre de Trent había permitido que yo siguiera con vida gracias a las modificaciones que había hecho en mi mitocondria. De este modo, aunque concibiera un hijo de un hombre afectado del síndrome de Rosewood, nuestro bebé sobreviviría libre de la anomalía que había matado a miles de brujos recién nacidos durante milenios. Yo levanté la vista de la galleta a medio comer que tenía entre las manos. Era injusto que los esfuerzos de los elfos pudieran salvar a una bruja pero no a su propia especie.

 

Trent me miró con expresión cómplice y yo bajé la mirada. Había adivinado lo que estaba pensando, y me resultaba incómodo que empezáramos a entender qué era lo que nos movía a cada uno, a pesar de que no estuviéramos de acuerdo en los métodos del otro. La vida hubiera sido mucho más sencilla si hubiera sido capaz de fingir que no veía los diferentes matices de gris.

 

—?Quién se supone que quieres ser? —pregunté de repente, para cambiar de tema. Se?alé a los amuletos para que supiera de qué estaba hablando.

 

Quen adoptó una posición más cómoda y Trent suspiró y, en menos de un segundo, dejó de ser el exitoso ejecutivo para convertirse en un joven avergonzado.

 

—Rynn Cormel —respondió no muy convencido.

 

—?Qué horror! —dije.

 

Trent asintió con la cabeza sin apartar la vista del espejo.

 

—Lo sé. Creo que debería elegir a otro. Alguien menos… inquietante.

 

A continuación empezó a quitarse hechizos y yo, preparándome, me levanté de la silla y me sacudí las migas de galleta del jersey.

 

Después dejé el bolso sobre la mesa y me dirigí a los armarios abiertos.

 

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