Mi cuerpo se tensó y, al sentir en su voz la acusación de ser una cobarde, lo odié mucho más de lo que lo había odiado hasta ese momento. Nunca había pensado seriamente en la posibilidad de tener hijos hasta que conocí a Kisten, y a partir de ese momento siempre lo hice con una melancólica tristeza al sa-ber que no tendrían sus hermosos ojos. Pero ?y si fuera yo la que esperaba un ni?o? ?Y si este sufriera tanto como yo lo había hecho en el pasado? Sí. Tenía razón. Lo arriesgaría todo.
Trent pareció leer en mis ojos, y un asomo de victoria se dibujó en sus labios. Pero entonces pensé en Al. En una ocasión había sido su familiar. O algo parecido. Y fue una auténtica pesadilla. Eso considerando que no me matara directamente. No me iba a arriesgar a que sucediera. Esta vez iba a pensar con la cabeza y no iba a permitir que Trent me empujara a tomar la decisión equivocada solo porque me pusiera a cien. Y tampoco pensaba sentirme culpable por ello.
Por un instante sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Seguida-mente levanté la barbilla y lo miré fijamente a los ojos hasta que mi desprecio le hizo parpadear.
—No —le dije con voz temblorosa—. No lo haré. Si voy a siempre jamás, Al me agarrará apenas pise la línea. Y después de eso, estaré muerta. Es así de simple. Ocúpate tú de salvar tu maldita especie.
—No necesitamos la ayuda de Morgan —dijo Trent con voz tensa. A pesar de sus palabras, no se me escapó que había esperado a que yo me negara para decirlas. Ceri no era el único elfo cabezota, y no pude evitar preguntarme si el repentino deseo de mostrar su valentía se debía a que quería impresionarla.
—Este no es mi problema —farfullé recolocándome el bolso—. Tengo que irme.
Sintiéndome una persona horrible, abrí la puerta y salí, pegándole un codazo a Jon en el estómago por no apartarse de mi camino con la suficiente rapidez. Hasta aquel momento nunca me había interesado el ambicioso plan de Trent para salvar a los elfos, pero aquella actitud no era propia de mí.
Me consolé pensando que el hijo de Ceri sobreviviría tanto con una muestra suya de mil a?os de edad, como con una de doscientos a?os traída de siempre jamás. La única diferencia era la cantidad de ajustes que tendrían que hacerle al ni?o.
Mi boca se torció en una mueca cuando recordé los tres veranos que pasé en el campamento ?Pide un deseo?, regentado por el padre de Trent y dirigido a ni?os moribundos. Hubiera sido estúpido creer que todos aquellos ni?os estaban en la lista para ser salvados. Sencillamente, servían como tapadera viviente para los pocos que disponían de suficiente dinero como para pagar el tratamiento de Kalamack. Y yo hubiera dado cualquier cosa por evitar el dolor de hacer amistad con ni?os que estaban destinados a morir.
El parloteo de la gente de delante se detuvo cuando me divisaron, y yo les hice un gesto con la mano para que me dejaran en paz. Después me precipité a toda velocidad hacia la puerta sin preocuparme de si Jon pensaba que su jefe se había salido con la suya. No paré ni reduje la marcha hasta que mis pies pisaron la acera.
El bullicio de la calle me golpeó de repente, y también el sol. Aminoré el paso y, recordando dónde estaba, giré en redondo. Mi coche estaba por el otro lado. No levanté la vista al pasar por el escaparate, escondiendo los ojos mientras revolvía el bolso en busca del teléfono. Molesta, apreté el botón para marcar el número de la última llamada recibida para decirle a Marshal que me había surgido una emergencia con una amiga y que no podría ir a Fountain Square. Tenía que hablar con Ceri.
8.
Giré bruscamente a la izquierda y entré a toda velocidad en la cochera, furiosa todavía con Trent. La costumbre fue lo único que impidió que rayara la pintura. Adoraba mi coche y, aunque estaba manejando la palanca de cambios como si fuera una de las participantes de las 500 millas de Indianápolis, nunca habría hecho nada que pudiera da?ar el símbolo de mi independencia, especialmente después de que me hubieran devuelto el permiso de conducir y de haber re-parado la abolladura que no recordaba cómo había hecho. Por suerte, la iglesia se encontraba en una zona residencial bastante tranquila y los únicos testigos de mi mal humor fueron los robles casi centenarios que flanqueaban la calle.
Pisé el freno con fuerza y la cabeza se me movió hacia delante y hacia atrás. En ese momento tuve una perversa sensación de satisfacción. La rejilla delantera estaba a unos diez centímetros de la pared. Perfecto.
Tras coger mi bolso de los asientos traseros, bajé dando un portazo. Eran casi las dos. Probablemente Ceri todavía estaba durmiendo, teniendo en cuenta que, cuando podían permitírselo, los elfos tenían unas pautas de sue?o similares a las de los pixies. Pero yo tenía que hablar con ella.
Apenas puse el pie en el suelo, oí el batir de las alas de un pixie y me retiré el pelo para no interferir en la trayectoria de quienquiera que fuese. Apostaba lo que fuera a que se trataba de Jenks. Tenía por costumbre quedarse despierto con algunos de sus hijos para hacer guardia para luego echar alguna que otra cabezadita mientras todos los demás estaban levantados.