Fuera de la ley

Yo caí hacia atrás golpeándome con el fregadero. Entonces me sujeté fuer-temente con los brazos y alcé ambas piernas para golpearle de lleno en el pe-cho. ?Oh, Dios! Me iba a matar. No estaba solo regodeándose. Deseaba acabar conmigo a toda costa. Y si lo conseguía, nadie sabría nunca que había faltado a su palabra. Ceri no solo había sido una imbécil por haber estado haciéndole hechizos, sino que además se había equivocado de pleno.

 

En el momento en que lancé mis piernas hacia él, el pánico se apoderó de mí. Perdí el equilibrio y, tras deslizarme por la parte delantera de los armarios, aterricé sobre mi trasero con un grito ahogado. En ese momento divisé mis libros de hechizos. Minias. Mi nuevo círculo de invocación estaba allí mismo, bajo la encimera. Tenía que hacerme con él como fuera.

 

Empecé a gatear hacia delante, pero el dolor no me permitía desplazarme todo lo deprisa que hubiera querido y, mientras recibía una descarga de adrenalina, la gruesa mano de Al, cubierta por su guante, me agarró por el cuello y me levantó por los aires. Estaba a punto de asfixiarme y mis labios dejaron escapar unos horribles sonidos. Sentí que los ojos se me salían de las órbitas y que el cuerpo se me ponía flácido. Entonces me sacudió y su olor a ámbar me inundó.

 

—Eres realmente estúpida, bruja —dijo con su fuerte acento mientras me sacudía de nuevo—. A veces me pregunto cómo esperas que tus genes pasen a la siguiente generación.

 

Entonces sonrió y mi corazón se encogió de miedo mientras miraba sus ojos rojos y sus pupilas horizontales y percibía su rabia. No tenía nada que perder. Nada.

 

Presa del pánico, empecé a luchar con todas mis fuerzas. No podía desva-necerse para evitar mis golpes y seguir agarrándome. Tenía una posibilidad. Entonces conseguí asestarle una patada en la espinilla y, con un estremecedor gru?ido, me soltó.

 

Mis pies chocaron contra el suelo y, mientras intentaba recobrar la respi-ración, me desplomé. Seguidamente me agarró de nuevo, esta vez por el pelo.

 

—Si no sales inmediatamente de mi cocina, te juro que te mataré —le grité. No tenía ni idea de dónde había sacado aquella amenaza, pero estaba cabreada. Y asustada. Y absolutamente aterrorizada.

 

De repente, un brazo cubierto de terciopelo me rodeó el cuello. Entonces me tiró de nuevo del pelo y yo dejé escapar un chillido. Lo hacía con tanta fuerza que me obligaba a mirar hacia el techo. Sentía un dolor lacerante que me recorría el cuello y todo el cuero cabelludo. Entonces eché los bra-zos hacia atrás y le agarré la melena. Aun así no me soltó. Y eso que había conseguido arrancarle un buen mechón y que mis manos luchaban por agarrarlo de nuevo.

 

—?Basta ya! —dijo con determinación, sacudiéndome una vez más—. De-bemos irnos. Tenemos una cita.

 

—?Ni lo sue?es! —respondí jadeando mientras le clavaba las u?as en una de las orejas. ?Dónde demonios estaba Jenks?

 

Al gru?ó y tiró con más fuerza hasta que consiguió que lo soltara. Seguía con vida. ?Oh, Dios mío! Seguía con vida. Al menos de momento. ?Sería por aquella dichosa cita?

 

—Vas a limpiar mi nombre —gru?ó acercándose a mi oreja como si la fuera a morder. Yo intenté zafarme hasta que tiró de mi pelo con tanta fuerza que empezaron a saltárseme las lágrimas. Percibí un fuerte olor a sangre, pero sabía que no era mía. Probablemente le había roto la nariz cuando había echado la cabeza hacia atrás. Entonces intenté apoyarme sobre la encimera pero Al me lo impidió.

 

—Te lo pedí de buenas maneras pero, tú, como la ni?ata mimada que eres, te negaste —dijo—. Ahora tendrás que hacerlo por las malas. Vas a testificar ante la corte para decir que Ceridwen Merriam Dulciate tan solo puede ense?ar a un hijo suyo cómo almacenar energía linear. No estoy dispuesto a pasar una temporada a la sombra por culpa de una exfamiliar que estaría muerta de no ser por ti.

 

?Esperaba que me presentara ante un tribunal demoníaco?

 

—?Y por qué tendría que fiarme de ti? —jadeé. Mis dedos chirriaron cuando él volvió a separarme de la encimera.

 

—Porque eso facilitaría mucho las cosas —sugirió como si estuviera repro-chándome que no lo hubiera hecho.

 

?Facilitar las cosas?, pensé. Sí claro, y también puede facilitar que acabe muerta.

 

Yo forcejeé y mis zapatillas se deslizaron por el linóleo mientras me arras-traba de vuelta al vestíbulo. En ese momento la puerta trasera se abrió y mi corazón dio un vuelco al escuchar el ruido áspero de las garras de un gato que se desplazaban por el suelo. Intenté mirar, pero no resultaba nada fácil teniendo en cuenta que Al me tenía agarrada por el cuello.

 

—?Ya era hora, Jenks! —exclamé—. ?Qué co?o estabas haciendo? ?Ense-?ándole el tocón?

 

Mi bravata se desvaneció al oír un espeluznante gru?ido que fue cobrando vida lentamente hasta que hacer vibrar todos y cada uno de los nervios de mi cuerpo, consiguiendo adentrarse en lo más profundo de mi psique, rodear mi primitivo cerebro, y reducirme a mi instinto animal de luchar o huir. ?Cormel? ?Era él quien emitía aquel terrible sonido?

 

—?Joder! —gritó Jenks mientras Al dejaba de tirarme del pelo.

 

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