Fuera de la ley

Rynn se preparó y se puso en movimiento de un salto.

 

—?Sal del círculo! —le grité agarrando el brazo del vampiro y lanzándolo con todas mis fuerzas contra el escritorio de Ivy. La pesada mesa se mantuvo en pie, pero el ligero olor a chamuscado del ordenador se mezcló con el hedor ácido a ámbar quemado y el penetrante olor a vampiro furioso.

 

El antiguo líder mundial me gru?ó cuando recuperó el equilibrio. Mi rostro se paralizó y me pregunté si me hubiera ido mejor si me hubiera metido dentro del círculo con Al.

 

—?Rache! —gritó Jenks, claramente enfadado, y yo puse la mano de golpe sobre el círculo de sal.

 

—Rhombus —pronuncié aliviada, y la conexión con la línea luminosa se formó a una velocidad muy satisfactoria. En un abrir y cerrar de ojos, una barrera de siempre jamás se alzó del círculo dibujado en el suelo haciéndose más fuerte gracias a mi voluntad y a la sal que había usado.

 

Cuando el círculo se alzó, Rynn se detuvo derrapando y el dobladillo de su largo abrigo se desplegó rozando la impenetrable barrera. Al otro lado, Al se puso en pie y comenzó a aullar.

 

—?Te voy a hacer pedazos! —gritó con los ojos todavía llorosos por culpa del polvo de Jenks—. ?Te mataré con mis propias manos, Morgan! ?No voy a…! ?No puedes hacerme esto! ?Otra vez no! ?No eres más que una apestosa bruja insignificante!

 

Yo caí hacia atrás aterrizando sobre mi trasero y retirando deliberadamente las piernas hacia mí para no tocar la burbuja y hacer que se hiciera a?icos.

 

—Genial —dije respirando entrecortadamente y echando un vistazo a lo que quedaba de mi cocina. El se?or Pez estaba temblando pero, al menos, tanto él como la calabaza de Jenks, que estaba debajo de la mesa, habían sobrevivido.

 

En ese momento divisé a Rynn Cormel y, muerta de miedo, apreté los dien-tes con fuerza. El vampiro estaba hecho polvo, tenía las pupilas dilatadas y sus movimientos eran más agudos y brillantes que un vaso roto. Se encontraba en una esquina, lo más lejos que podía de mí y, gracias a la experiencia que me proporcionaba compartir mi vida con Ivy, supe que estaba luchando con todas sus fuerzas por controlar sus instintos. Se sujetaba con fuerza el abrigo cerrado y el dobladillo temblaba como si luchara por no abalanzarse sobre mí.

 

—?Morgan! —bramó Al estirando los brazos y agarrándose al estante que estaba situado sobre su cabeza. Este se rajó desprendiendo un montón de astillas. Yo alcé la vista como pude y emití un grito ahogado al oír un crujido que provenía del techo. Por fortuna, solo se había roto el estante, y vi cómo las cosas que había encima salían rodando en todas direcciones hasta toparse con el interior de mi círculo y detenerse. No obstante, a él lo tenía controlado y, a pesar de que estaba completamente fuera de sí, en ese momento el que realmente me preocupaba era Rynn.

 

—?Se encuentra bien, se?or? —le pregunté dócilmente.

 

El vampiro alzó la cabeza y una vez más sentí un escalofrío que me recorría todo el cráneo. El aire de la estancia estaba cargado de su presencia y el aroma que despedía penetraba en mí para luego salir. Entonces sentí un cosquilleo en mi antigua cicatriz demoníaca y, cuando la miré, me di cuenta de que estaba empezando a hincharse.

 

—Ummm, será mejor que abra una ventana —dije y, cuando vi que asentía con la cabeza, me puse en pie.

 

Al se lanzó contra el círculo y yo salté y empecé a sudar cuando vi que resistía el envite.

 

—Te mataré, bruja —gritó el demonio jadeando mientras se colocaba frente a mí, con el estante roto y los trozos de madera esparcidos en el interior del círculo—. Te mataré y luego te curaré. Voy a hacer que pierdas la razón y que me supliques que acabe contigo. Te corromperé, te vaciaré por dentro y pondré en tu interior cosas que se arrastrarán por tu interior y que te quemarán el cráneo…

 

—?Cierra la boca de una maldita vez! —lo interrumpí. él soltó un alarido y su rostro se puso rojo de rabia.

 

—En cuanto a usted —dije dirigiéndome a Rynn—, no se mueva de donde está, ?me oye? Tengo que ver cómo resuelvo esto.

 

Su actitud silenciosa no me inspiraba mucha confianza, pero, al fin y al cabo, hacían falta grandes dosis de autocontrol para gobernar el mundo.

 

—Mo-o-o-orga-a-a-an —canturreó Al, y yo, que estaba recogiendo mi espejo adivinatorio, me gire hacia él.

 

En ese momento me quedé paralizada. Tenía entre las manos uno de mis libros de magia terrenal.

 

—Suéltalo —le exigí.

 

él entrecerró los ojos.

 

—Es posible que me hayan despojado de las maldiciones que había almace-nado en mi interior durante toda una vida —dijo en tono amenazante—, pero todavía recuerdo algunas cosas de memoria.

 

—?Basta ya! —exclamé cuando pasó el brazo por la encimera tirando todas las cosas al suelo.

 

Jenks se posó en mi hombro inundándome de su aroma de clorofila rota.

 

—Esto no me gusta nada, Rachel —dijo.

 

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