Fuera de la ley

De acuerdo. Se estaba ocupando de mantener mi culo a salvo de los vampiros.

 

—Gracias —dije a rega?adientes—. Eres muy amable.

 

Cormel apartó una de las cacerolas de cobre con la punta de su elegante zapato y esta chirrió al entrar en contacto con la sal.

 

—No lo puedes soportar, ?verdad? Me refiero al hecho de deberle algo a alguien.

 

—Perdona, pero… —empecé. Seguidamente, con una mueca de dolor, me puse a frotarme la espalda en el lugar en el que me había raspado con el tirador de un armario—. Tienes razón —admití finalmente y detestándolo por ello.

 

Su sonrisa se hizo más amplia, mostrando una parte de sus colmillos, y se giró como si estuviera a punto de marcharse.

 

—Entonces espero que cumplas con tu obligación moral.

 

—No te pertenezco —le espeté.

 

Seguidamente se dio la vuelta en el umbral. Tenía un aspecto fantástico con aquel abrigo largo y el elegante sombrero. Sus ojos se habían vuelto completa-mente negros, pero yo no le tenía miedo. Ivy era una amenaza mayor, dándome caza lentamente. Pero yo le estaba permitiendo que lo hiciera.

 

—Quiero decir, que espero que hagas honor a tu relación con Ivy.

 

—Ya lo hago —dije cruzándome de brazos.

 

—Entonces estamos en perfecta sintonía.

 

Una vez más se giró para marcharse y yo lo seguí hacia el vestíbulo mientras pensaba en Ivy y luego en Marshal. No era mi novio, pero acababa de irrumpir en mi vida. Y estábamos teniendo serias dificultades para conseguir hacer hasta las cosas más simples.

 

—?Estás detrás de que Marshal y yo no hayamos conseguido vernos esta tarde? —lo acusé—. ?Has decidido ahuyentarlo para que Ivy y yo acabemos juntas en la misma cama?

 

—Sí —reconoció desde la sala de estar por encima de su hombro.

 

Yo apreté los labios con fuerza y mis zapatillas de estar por casa rasparon la madera que habíamos encontrado debajo de la moqueta.

 

—Deja en paz a Marshal —dije con los brazos en jarras. En ese momento la pulsera de Kisten se deslizó hasta mi mu?eca y yo la subí de nuevo para esconderla—. Es solo un tipo como otro cualquiera, y si quiero acostarme con alguien, lo haré y punto. Que espantes a los hombres no quiere decir que me vaya a echar a los brazos de Ivy, sino que me cabrearé y me convertiré en una persona con la que será difícil convivir. ?Lo pillas?

 

De pronto me di cuenta de que estaba desafiando a un antiguo líder de los Estados Unidos y me ruboricé.

 

—Siento haberte hablado de ese modo —farfullé toqueteando la pulsera de Kisten y sintiéndome culpable—. Ha sido un día muy difícil.

 

—Soy yo el que tiene que disculparse —dijo con una sinceridad que casi me creí—. A partir de ahora, dejaré de interferir.

 

Yo inspiré profundamente y apreté las mandíbulas con tal fuerza que empezó a dolerme la cabeza.

 

—Gracias.

 

En ese momento el ruido de la puerta principal me hizo dar un respingo. Rynn Cormel soltó la manivela de la puerta y se giró hacia el vestíbulo.

 

—?Rachel? —gritó la preocupada voz de Ivy—. ?Rachel! ?Estás bien? Ahí fuera hay un par de tipos en un coche.

 

Yo miré a Rynn Cormel y sus ojos se oscurecieron hasta ponerse negros. Estaba hambriento.

 

—?Estoy bien, Ivy! —respondí fuerte y claro—. ?Estoy aquí atrás!

 

—?Maldita sea, Rachel! —dijo mientras sus tacones resonaban por el ves-tíbulo—. ?Te dije que no te movieras del terreno consagrado!

 

En aquel momento entró disparada en la sala de estar y frenó tan en seco que casi empieza a dar vueltas sobre sí misma como un remolino. Su rostro adquirió un color rojo intenso y sus cortos cabellos oscuros oscilaron al dete-nerse. Instintivamente se llevó la mano a su cuello desnudo, y luego se obligó a sí misma a bajarla y apoyarla en la cadera cubierta por el mono de cuero.

 

—Disculpad —dijo con el rostro cada vez más pálido—. Siento mucho ha-beros interrumpido.

 

Rynn Cormel cambió de pierna el peso del cuerpo y ella adoptó una actitud servil.

 

—No te preocupes, Ivy —dijo con una voz más profunda y comedida. Había suavizado su comportamiento habitual para calmarme y, desde luego, había funcionado—. Me alegro mucho de que estés aquí.

 

Ivy levantó la vista, claramente avergonzada.

 

—Tendrás que perdonarme por lo de tus hombres. No los he reconocido, Intentaban impedirme que entrara.

 

Yo arqueé las cejas y me di cuenta de que Ivy parecía tan sorprendida por la carcajada de Cormel como yo.

 

—Así que les has dado una lección. Pues, ?sabes qué te digo? Que no les venía mal un peque?o recordatorio. Además, se lo tienen merecido. De hecho, te agradezco que les hayas obligado a reconsiderar la poca fe que tenían en tus capacidades.

 

Ivy se pasó la lengua por los labios. Era una especie de tic nervioso al que no estaba muy acostumbrada y aquel gesto hizo que me pusiera aún más tensa.

 

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