Fuera de la ley

—Esto… —balbució Marshal, y Jenks soltó una risita cuando vio que se bebía lo que le quedaba de sake.

 

—Tengo un trabajo muy arriesgado —dije poniéndome a la defensiva y apoyando el brazo sobre la mesa con tal fuerza que casi volqué mi plato de arroz—. Y me encanta. Pero podría ponerte en peligro. —Entonces apreté la mandíbula con fuerza. Estaba convencida de que Kisten había muerto porque se negó a matarme cuando Piscary se lo pidió.

 

Jenks echó a volar, y yo me quedé mirando los destellos mientras aterrizaba en el hombro de Marshal con un suspiro.

 

—No le hagas caso. Es muy teatrera —le susurró al oído, aunque lo suficien-temente fuerte para que yo lo oyera y me cabreara aún más con él.

 

—Cierra la boca, Jenks —dije lentamente para que no se me trabara la lengua. No estaba borracha, pero el alcohol estaba haciendo efecto. Entonces me giré hacia Marshal—. Tengo una marca demoníaca desde el día en que mi exnovio pagó para viajar por las líneas cuando Al me abrió la garganta en ca-nal. Tengo otra en el pie porque un gilipollas me arrastró hasta siempre jamás para entregarme a Al y yo tuve que comprarle un viaje de vuelta a casa a una diablesa absolutamente pirada y que podría presentarse en cualquier momento si se acuerda de mí.

 

—?Pirada? —preguntó Marshal alzando las cejas, aunque aceptándolo.

 

—También tengo un par de cicatrices vampíricas no reclamadas que me convierten en una mujer susceptible a las feromonas vampíricas —a?adí sin importarme lo que pudiera pensar—. Si no fuera por la protección de Ivy, en este momento estaría muerta o habría perdido la cabeza.

 

Jenks se inclinó hacia el oído de Marshal y dijo en voz alta:

 

—Si quieres mi opinión, yo creo que le gusta tenerlas.

 

—Estoy metida en un lío, Marshal —dije ignorando a Jenks—. Si fueras un poco listo, saldrías ahora mismo de la iglesia, te meterías en tu furgoneta y te largarías. ?Dios! Ni siquiera sé qué estás haciendo aquí.

 

Marshal apartó su plato y se cruzó de brazos haciendo que se le marcaran los músculos bajo la camisa y yo me esforcé por no mirarlo. Maldita sea, no estaba borracha, pero sentí que los ojos se me estaban llenando de lágrimas.

 

—?Has terminado? —preguntó él.

 

—Supongo que sí —dije deprimida.

 

—Jenks, ?te importaría dejarnos solos? —sugirió Marshal.

 

El pixie se puso las manos en las caderas y su rostro se ensombreció, pero cuando vio cómo lo miraba, se dirigió enfurru?ado hacia la puerta. Hubiera apostado lo que fuera a que se quedaría escuchando en el pasillo, pero al menos tendríamos la sensación de tener algo de privacidad.

 

Tras ver cómo se marchaba, Marshal se inclinó y me cogió las manos por encima de la mesa.

 

—Rachel, cuando te conocí en mi barco me pediste ayuda para rescatar a tu exnovio de un pu?ado de hombres lobo militantes. ?Crees que no sé que vas dejando tras de ti un rastro de migas que atraen los problemas?

 

Yo levanté la vista.

 

—Sí, pero…

 

—Ahora me toca a mí —me interrumpió obligándome a cerrar la boca—. No estoy sentado en tu cocina porque soy nuevo en la ciudad y busco un cuerpo con curvas con el que meterme en la cama. Estoy aquí porque me gustas. Solo tuve oportunidad de hablar contigo un par de horas en mi barco pero, a pesar del poco tiempo del que dispusimos, pude verte tal y como eres. Sin pretensiones, sin jueguecitos. ?Sabes lo difícil que resulta conocer a alguien de ese modo? —En ese momento me apretó los dedos con suavidad y yo levanté la vista—. En una cita es imposible ver a una persona de ese modo, ni siquiera después de una docena de citas. A veces puedes pasar a?os con una persona sin llegar a conocer cómo es realmente debajo de la máscara que nos ponemos para sentirnos mejor. Me gustó lo que vi cuando estabas bajo presión. Además, lo que menos necesito en este momento de mi vida es una relación estable. —Seguidamente me soltó la mano y se apoyó en el respaldo de la silla—. La última fue una auténtica pesadilla, y en este momento prefiero tomármelo con calma y dejar que las cosas fluyan por sí solas. Como esta noche. Bueno, exceptuando lo de la vista del demonio.

 

Entonces esbozó una sonrisa y yo no pude hacer otra cosa que devolvérsela. Había conocido a un número suficiente de hombres como para saber que no debía tomarme sus palabras al pie de la letra, pero me di cuenta de que estaba intentando reprimir un escalofrío provocado por algún recuerdo.

 

—No quiero que te hagan da?o por mi culpa —murmuré avergonzada. La mejor manera de conseguir que un hombre se interesara por ti era decirle que tú no lo estabas.

 

A continuación Marshal se irguió.

 

—No me pasará nada —dijo mirando hacia la oscura ventana y en-cogiéndose de hombros—. Sé cómo defenderme. Tengo una licenciatura en manipulación de líneas luminosas de bajo nivel. Debería ser capaz de enfrentarme a un demonio, e incluso a dos —continuó con una sonrisa—. Eso sí, se trataba de una licenciatura breve.

 

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