Aquello no estaba yendo como yo esperaba.
—Yo no… No puedo… —Entonces inspiré profundamente y dije—: Todavía no me he recuperado del todo. Estás perdiendo el tiempo.
Marshal volvió a mirar el oscuro cuadrado que formaba la ventana.
—Ya te he dicho que no estoy buscando pareja. Las mujeres estáis todas locas, pero me gusta cómo hueles y es divertido bailar contigo.
Yo sentí un breve estremecimiento en el centro del pecho.
—Entonces, ?qué estás haciendo aquí?
Marshal me miró fijamente a los ojos.
—No me gusta estar solo y me ha parecido que tú también necesitas la compa?ía de alguien… al menos durante un tiempo.
Yo bajé la mirada lentamente y luego volví a alzarla. ?Realmente podía creer sus palabras? Entonces vi mi espejito, lo sopesé en la palma de la mano, y lo metí en el bolso. En cierto modo sentí que ya no tenía que demostrarle nada, y que, de hecho, me había equivocado al creer que era una buena idea. ?Dios! No me extra?aba que no dejara de meterme en líos. De manera que no iba a poder salir. ?Y entonces?
—Umm… ?te apetece ver una peli? —pregunté avergonzada por haberle desnudado mi alma, a pesar de que hubiera resultado liberador.
Marshal se desperezó y emitió un suave sonido de satisfacción con los labios cerrados.
—Claro. ?Te importa que me lleve la página de clasificados del periódico? Todavía estoy buscando un apartamento.
—Suena muy bien —dije yo—. Suena realmente genial.
12.
El suave sonido de la tela al rozar con el cuero hizo que me despertara de golpe. Con la adrenalina por las nubes, abrí los ojos como platos y empecé a respirar afanosamente. En ese momento sentí el agradable tacto de la manta de punto acariciando mi rostro y me erguí con un movimiento rápido pero sutil.
No me encontraba en la cama, sino sobre el sofá del santuario y descubrí que la potente luz del amanecer entraba por las altas vidrieras iluminando toda la estancia. Al otro lado de la mesa de centro, Marshal, que se estaba levantando de la silla, se detuvo en seco. La expresión de su cara daba a entender que se había pegado un buen susto.
—?Uau! —dijo terminando de incorporarse—. Estaba intentando no hacer ruido. Tienes el sue?o realmente ligero.
Yo parpadeé dándome cuenta de lo que había pasado.
—Me he quedado dormida —dije como una tonta—. ?Qué hora es?
Con un ligero suspiro, se acomodó de nuevo en la silla donde había pasado la mayor parte de la noche. Sobre la mesa había un cuenco con los restos de las palomitas junto a tres botellas de refrescos y una bolsa vacía de ga-lletas de jengibre. él, que todavía no se había puesto los zapatos, estiró las piernas y echó un vistazo al reloj. Era analógico, lo cual no me sorprendió. La mayoría de los brujos evitan lo digital.
—Algo más de las siete ——dijo echando un vistazo a la televisión, que tenía el sonido quitado, y en la que se veía bailar a unas marionetas.
—?Oh, Dios! —me quejé derrumbándome de nuevo sobre el lugar todavía caliente en el que había estado durmiendo—. Lo siento mucho.
Marshal tenía la cabeza gacha y se estaba ajustando los calcetines.
—?Qué es lo que sientes?
Yo le indiqué con la barbilla las vidrieras de la ventana delante de la que se balanceaban los murciélagos de papel.
—Son las siete.
—Yo no tengo que ir a ningún sitio. ?Y tú?
Ummm, la verdad es que sí, pero más tarde. En ese momento las ideas que se me agolpaban en la cabeza empezaron a fluir más lentamente poniendo de manifiesto que hubiera necesitado dormir un poco más. Entonces me levante de golpe para no parecer tan… atontada.
—?Te apetecería quedarte el resto de la ma?ana? —le pregunté sin poder apartar la vista de las alegres marionetas de la televisión. Sin duda había que ser un humano para querer ver un motón de marionetas a esas horas de la ma?ana, porque, desde luego, los brujos no les encontrábamos la gracia por ninguna parte—. Tenemos un sofá en la sala de estar. Allí hay menos luz.
Marshal apretó los labios con fuerza y sacudió la cabeza.
—No gracias. No he querido despertarte. Iba a dejarte una nota para avisarte de que me había ido. Llevo tres a?os guiándome por los horarios de los humanos y me he acostumbrado a despertarme a estas horas.
Yo torcí el gesto imaginándome lo que eso suponía.
—Pues yo no —dije—. La verdad es que necesito seguir durmiendo.
él esbozó una sonrisa mientras recogía las botellas vacías para llevárselas a la cocina.
—No te molestes —dije en medio de un bostezo—. Ya me ocupo yo. Tengo que enjuagarlas, de lo contrario, la reina del reciclaje me echará la bronca.
Con una sonrisa, las soltó y las dejó donde estaban.