Fuera de la ley

—?No! —grité.

 

El tacto de la piel de Ivy había reavivado recuerdos que ni siquiera sabía que existieran. El miedo me electrizó y la alejé de mí con un empujón. Un estallido de energía linear salió con fuerza de mi interior intentando golpearla, y yo salté hacia atrás, encorvada por el dolor, mientras la ardiente fuerza volvía a replegarse bajo las palmas de mis manos, hasta que, finalmente, conseguí empujarla hacia la línea y soltarla.

 

Me duele la mu?eca. Me ha atacado un vampiro. Me ha inmovilizado contra la pared. Alguien me ha inmovilizado contra la pared y… ?Oh, Dios! ?Me ha mordido!

 

?Que Dios me ayude! ?Qué he estado a punto de hacer?

 

Jadeando, levanté la vista y vi a Ivy deslizándose por la puerta de un armario hasta acabar tirada en el suelo de la cocina. Tenía la mirada perdida, y parecía que había logrado liberarse de la pulsión.

 

Yo me apoyé con fuerza contra el frigorífico, sujetándome el brazo, y llorando desconsoladamente. Ivy se puso de pie de un salto, tambaleándose.

 

—?Rachel? —susurró estirando la mano como si estuviera mareada.

 

—?Alguien me mordió! —farfullé sin saber de dónde provenían aquellas lágrimas—. En el labio. Intentaba… —La congoja cubrió mi alma como si fuera alquitrán y me derrumbé—. Kisten estaba muerto —sollocé sentándome en el suelo con la espalda contra el frigorífico y las rodillas a la altura de la barbilla. ?Cómo podía haberlo olvidado?—. Estaba… ?estaba muerto! El vampiro que lo mató… —Entonces alcé la vista. Jamás había sentido un miedo semejante—. Ivy… su asesino me mordió… por eso no pude enfrentarme a él.

 

La expresión de Ivy estaba completamente vacía. Yo la miré fijamente, con una mano apretándome el brazo opuesto hasta que empezó a palpitar. ?Dios mío! Estaba atada. Estaba atada al asesino de Kisten sin ni siquiera saberlo. ?Qué más había olvidado? ?Qué más aguardaba en el fondo de mi mente, dispuesto a aplastarme?

 

Ivy se movió, y yo sentí que el pánico se apoderaba de mí.

 

—?Quieta! —grité con el corazón a mil—. ?No me toques!

 

Ella se quedó inmóvil mientras mi realidad luchaba contra las mentiras que me había estado contando a mí misma. Mi lengua empezó a pasearse por el interior de mi boca, y un nuevo miedo empezó a crecer cuando encontré la diminuta, casi inexistente cicatriz. Estoy atada. Alguien me ha sometido. De pronto, sentí náuseas y pensé que iba a vomitar.

 

—Rachel —dijo Ivy haciendo que me concentrara en ella. Era una vampiresa. Me había caído y ni siquiera había sido consciente de que mi cara estaba cubierta de suciedad. Aterrorizada, me puse de pie como pude, me desplacé hasta que encontré un rincón y me eché la mano al cuello para esconderle mi sangre. Me habían atado. Le pertenecía a alguien.

 

Los ojos de Ivy estaban negros a causa de mi miedo. Con el pecho subiendo y bajando aparatosamente, se colocó los pu?os en las caderas.

 

—Rachel, tranquilízate —susurró con voz ronca—. Nadie te ha atado. Yo lo notaría.

 

Entonces dio un paso hacia delante y yo estiré el brazo.

 

—?Para!

 

—?Maldita sea! —gritó—. ?Ya te he dicho que yo lo notaría! —Seguida-mente, bajando de nuevo la voz, a?adió—: No voy a morderte. Mírame. Yo no soy ese vampiro. Rachel, tú no estás atada.

 

El miedo me atravesó con unas fibras acuosas, como las de una ara?a, e in-tenté controlarlo. Por debajo de mis dedos, sentí el martilleo de mi pulso. Solo era Ivy. Pero entonces dio un paso más, y mi voluntad se resquebrajó.

 

—?Te he dicho que pares! —grité una vez más apretándome contra la esquina. Ella sacudió la cabeza y siguió avanzando lentamente.

 

—?Para! ?Para si no quieres que te haga da?o! —le exigí, casi histérica. Había soltado la línea, pero podía volver a contactarla. Podía golpearla con ella. Había intentado golpear al asesino de Kisten, y el vampiro me había atado. Me había atado de tal manera que sería capaz de arrastrarme hacia él suplicándole que me mordiera. ?Dios mío! ?Era la sombra de alguien!

 

Cuando alargó el brazo y me apoyó la mano en el hombro, me di cuenta de que estaba temblando y de que su perfecto rostro estaba cubierto de lágrimas. Su aroma me invadió y el tacto de su piel superó mi maltrecha memoria y alcanzó lo más profundo de mi ser. El terror que sentía se desvaneció como un trozo de gasa trasparente. Era Ivy. Era solo Ivy, y no mi desconocido torturador. No estaba intentando matarme. Era solo Ivy.

 

De pronto me eché a llorar desconsoladamente. El asesino de Kisten me había atado y bastaría que moviera un solo dedo para que le suplicara, retorciéndome, que volviera a hacérmelo. Me había caído, y ni siquiera había visto el agujero.

 

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