Fuera de la ley

Mi voz la obligó a detenerse apenas a un metro de distancia, y el corazón empezó a latirme con fuerza. De pronto, un atisbo de angustia quebró mi seguridad.

 

—?Por qué? —susurró atravesándome con su voz de seda gris.

 

Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, me aprisionó contra el frigorífico de acero inoxidable, sujetándome el hombro con una mano, e introduciendo la otra entre mis cabellos. Yo inspiré, sintiendo un inmenso dolor en el pecho, mientras me obligaba a inclinar la cabeza dejando al descubierto mi cuello, que todavía no había dejado de sangrar. Dios, no. Así no.

 

Entonces apoyó todo su cuerpo contra el mío y colocó una de sus botas entre mis pies. El corazón me latía con fuerza y estaba cubierta de sudor. Aquello la estaba poniendo a cien, pero no conseguía parar. Aterrorizada, intenté mirarla a los ojos, pero me tiraba del pelo con tal fuerza que no podía girar la cabeza. Estaba muerta de miedo y en ese momento la imagen de Kisten cruzó mi mente y, rápidamente, se desvaneció.

 

—Ivy —acerté a decir retorciendo el cuello para poder verla—. Puedes parar. Basta que dejes de mirarme. Podemos hacerlo. ?Maldita sea! ?Podemos hacerlo!

 

—?Por qué? —repitió con la misma voz calmada. A continuación me presio-nó aún más con su cuerpo, pero aflojó la mano que me agarraba los cabellos y me giré. Sentí que el flujo de sangre de mi rostro disminuía de golpe, y ella se estremeció, bebiéndose mi miedo como un sangriento afrodisíaco.

 

Tenía los ojos completamente negros, y su cara no mostraba ningún tipo de expresión. Con una tranquilidad pasmosa, se quedó mirándome, respirando mi pavor y alimentando sus ansias de sangre. Era como si ya estuviera muerta y, desde lo más profundo de mi mente, afloró un nuevo recuerdo de Kisten. Le había visto mirarme de aquel modo… en su barca.

 

—Tienes que dejarlo —susurré agitando sus cabellos con mi respiración—. Lo hemos conseguido, Ivy. Ahora solo tienes que dejarlo estar.

 

Fue entonces cuando, por primera vez, un destello de angustia se asomó al rabillo de sus ojos.

 

—No puedo… —susurró mientras la repentina sensación de miedo dibujaba una arruga en su frente que indicaba que estaba luchando contra sí misma—. Me has dado demasiado. ?Maldita sea! Yo… —Entonces la expresión de su rostro se suavizó y sus instintos se hicieron de nuevo con el control—. Quiero sentirlo otra vez —dijo alzando la voz. A continuación me apretó con más fuerza y yo sentí un escalofrío—. ?Dámelo! ?Ahora!

 

Podía ver como su mente se cerraba para protegerla de la locura. Estaba perdiéndola. Y si lo hacía, estaba muerta. Seguidamente me tiró del pelo con fuerza y el pánico me invadió.

 

—?Ivy! —exclamé. Intentaba con todas mis fuerzas hablarle con voz calmada, pero no era capaz—. ?Espera! Puedes esperar. Se te da muy bien. Solo tienes que escucharme.

 

El corazón me latía con fuerza, pero ella vaciló.

 

—Soy un monstruo —susurró. Sus palabras recorrieron mi piel provocándome una intensa sensación. Incluso en aquel momento, a punto de perder la vida, las malditas feromonas vampíricas intentaban enga?arme—. No puedo parar.

 

Su voz suplicante casi había vuelto a ser la de siempre.

 

—No eres ningún monstruo —dije colocándole la mano en el hombro por si me veía obligada a apartarla de mí de un empujón—. Piscary te echó a perder, pero ahora estás mejor. Ivy, lo hemos conseguido. Solo tienes que dejarlo estar.

 

—No estoy mejor. —Su voz era grave, y estaba cargada de reproche hacia sí misma—. Es lo mismo de siempre.

 

—Eso no es cierto —protesté mientras sentía que mis pulsaciones dismi-nuían—. Estoy consciente. No tomaste lo suficiente como para hacerme da?o. Paraste.

 

En aquel momento apartó su cabeza de la mía para mirarme a los ojos y yo contuve la respiración. Podía ver mi reflejo en las oscuras profundidades de sus pupilas, con el pelo revuelto y el rostro surcado de lágrimas que no recordaba haber derramado. Me veía a mí misma en sus ojos y recordé… Me había visto reflejada en los ojos de otra persona antes, sintiéndome indefensa y temiendo por mi vida. Lo había vivido.

 

De repente no eran los pálidos dedos de Ivy los que me sujetaban el hombro, sino el recuerdo de otro vampiro. El miedo regresó de mi pasado, dejándome estupefacta. Aquel recuerdo se había apoderado de mi realidad como un fogo-nazo. Kisten…

 

De mi subconsciente brotó la sensación de estar aprisionada contra una pared en la embarcación de Kisten, solapándose con el tacto del frigorífico contra mi espalda. Con una nauseabunda precipitación, cubrió mi presente con una repugnante capa de miedo e indefensión. Un recuerdo que no sabía que existía hizo que los ojos de Ivy se transformaran en los de otra persona. Los dedos que me sujetaban el pelo se volvieron extra?os. En mi mente, su cuerpo se impregnó del desconocido aroma de un furioso vampiro no muerto ansioso por poseerme.

 

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