Fuera de la ley

El corazón empezó a latirme con fuerza y las manos se me empaparon de sudor. Casi de inmediato, Dallkarackint frunció el ce?o, a continuación su rostro se relajó, y por último esbozó una sonrisa.

 

—Al… —susurré dando un paso atrás al recordar la poderosa y desequilibrada presencia de Newt destrozándome la sala de estar y dominando tres círculos de sangre mientras registraba la iglesia buscando quién sabe qué—. Al, esto no es una buena idea. Tienes que creerme. No es una buena idea.

 

él resopló y me agarró los hombros, obligándome a quedarme de pie junto a él.

 

—Me pediste un jodido milagro. ?A quién pensabas que tendría que recurrir para conseguirlo? Sé buena chica y ponte derecha de una vez.

 

Yo intenté zafarme, pero dejé de moverme cuando emergió la figura an-drógina de Newt, calva y descalza, con sus huesudas mejillas sonrojadas y las cejas levantadas, con expresión interrogante. Llevaba una especie de túnica a medio camino entre un kimono y un sari, similar a la que solía llevar Minias, pero de color granate y mucho más liviana. Tenía los ojos completamente negros, incluida la esclerótica, y recordé el tacto de su mano en mi mandíbula cuando me examinó la cara el día que nos conocimos, comparándola con la de su hermana. Con la boca seca, intenté que Al se interpusiera entre nosotras, sin importarme si parecía asustada. Al fin y al cabo, lo estaba.

 

Ella se giró lentamente, y su negra mirada pasó de la peque?a embarcación a la ampulosa mesa.

 

—Dali —dijo en un tono tranquilo, aunque con un deje masculino, y el demonio retiró la mano del espejo. Entonces se quedó mirando a Al—. ?Algaliarept? —inquirió—. ?No deberías estar construyéndote un refugio para protegerte del sol?

 

Fue entonces cuando descubrió mi presencia.

 

—?Tú! —exclamó adelantándose con una expresión vehemente y se?alán-dome con el dedo.

 

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, me arrimé a Al. Resultaba chocante lo seguro que me parecía en aquel momento.

 

—Newt, querida —la tranquilizó Al extendiendo una mano envuelta por una neblina negra, y yo tuve la sensación de que la tensión se resquebrajaba—. Estás estupenda. No querrás estropear tu bonito vestido. Está aquí por una razón. ?Te gustaría oírla antes de arrancarle la cabeza?

 

Newt vaciló y, mientras yo sentía el martilleo de mi pulso en el oído, se aco-modó elegantemente en la tumbona en la que había estado sentada la secretaria de Dali. él seguía detrás de la mesa, pero se había puesto en pie.

 

—Tu familiar tiene algo que me pertenece —dijo en un tono casi petulante—. Doy por hecho que has venido para venderla. ?Intentas comprarte un poco de espacio en el zoo?

 

Dali se aclaró la garganta, rodeó la mesa y le ofreció un vaso de tubo con una bebida que parecía té helado y que, apenas un segundo antes, no estaba allí.

 

—Al está intentando librarse de su deuda y, por lo visto, necesita la marca que te vincula con la bruja —explicó el mayor de los demonios reclinándose sobre la mesa con los tobillos cruzados en una sutil muestra de sumisión—. Sé buena y véndesela, querida.

 

Ella había agarrado la bebida, y los cubitos tintinearon suavemente cuando la dejó sobre una mesa que apareció en el mismo instante en que separó la mano del cristal.

 

—Teniendo en cuenta que es Al el que lo quiere, la respuesta es no.

 

Al dio un paso adelante, haciendo que me sintiera totalmente indefensa.

 

—Newt, querida, estoy seguro de que…

 

—Soy yo la que está segura de que te has quedado sin nada, querido —a?adió con un soniquete burlón—. Lo vendiste todo, incluidas tus habitaciones, y te lo gastaste en un soborno para postergar lo más posible la fecha del juicio y en pagar la fianza. Estoy loca, pero no soy tonta.

 

La mandíbula inferior se me descolgó y me calenté.

 

—?Que hiciste qué? —exclamé. Genial. Era la discípula de un demonio indi-gente. Sin embargo, en aquel momento descubrí que Newt me estaba mirando, y di un paso atrás.

 

—Tiene algo que me pertenece —dijo—. Y lleva mi marca. Si me la das, tal vez me decida a comprar tus habitaciones y devolvértelas.

 

Al oír aquello, Al esbozó una sonrisa. Luego se arrodilló ante ella y cogió su bebida.

 

—Lo que tiene es el recuerdo de cuando os conocisteis y de lo que descubriste. Algo que nadie más ha conseguido averiguar excepto yo. Dame la marca de la bruja —susurró Al entregándole el vaso—, y te lo revelaré. Mejor aún, te lo recordaré cada vez que el cabrón de Minias te suministre una droga para que lo olvides… una vez más.

 

El vaso que tenía en la mano se resquebrajó y una gota del líquido ambarino comenzó a descender por el lateral, seguida de una segunda.

 

—Minias… —dijo casi en un gru?ido mientras dejaba el vaso, con las man-díbulas apretadas por la rabia y sus órbitas negras terroríficamente penetrantes.

 

Su mirada recayó sobre mí, y yo me quedé [petrificada. Entonces se puso en pie, y Al dio marcha atrás, colocándose entre nosotras con indiferencia.

 

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