Fuera de la ley

?Oh, Dios! ?Era Trent! Mientras se balanceaba al ritmo de la falsa marea lo encontré muy delgado y descolorido. Al verme, sus ojos inyectados de sangre se llenaron de odio. Tenía que saber que estaba allí para rescatarlo, ?no?

 

El demonio de detrás de la mesa suspiró, y volví a concentrarme en él. En cierto modo, no se podía decir que desentonara mucho allí fuera, bajo la sombra del toldo y a la fresca brisa que olía a ámbar quemado, con una taza de café y un montón de archivos. Por debajo de la mesa de caoba asomaban unas chanclas de playa, y la camisa de estampado hawaiano dejaba entrever un mechón del pelo de su pecho. En ese momento dejó el bolígrafo sobre la mesa e hizo un gesto de irritación.

 

—?Por la colisión de los dos mundos, Al! ?Qué diantres estás haciendo en mi oficina?

 

Cuando el demonio lo reconoció, Al se irguió y esbozó una sonrisa, mientras tiraba de la cinta que rodeaba los pu?os de su camisa y frotaba sus relucientes botas contra los tablones.

 

—Elevar tu estatus, querido Dali.

 

Dali se inclinó hacia delante y se quedó mirando a la mujer que esperaba en silencio.

 

—?Antes o después de que arroje tu maldito culo a la superficie? —preguntó con voz grave y tono molesto. Entonces se me quedó mirando y frunció breve-mente los labios—. ?Cómo pretendes elevar a nadie? Te has quedado sin nada. Y matarla delante de los tribunales no servirá para que te perdonemos que le ense?aras a almacenar energía luminosa y la dejaras corretear por ahí sin la obligación de tener la boca cerrada.

 

—?Eh! —protesté queriendo dejar las cosas bien claras—. Sí que me obligó a mantener la boca cerrada. Y también a Ceri. De hecho, teníamos muchísimas obligaciones. —Al me agarró el brazo y me obligó a bajar un escalón mientras yo a?adía—: No te puedes imaginar la cantidad de obligaciones que teníamos.

 

—No has entendido nada, honorabilísimo lameculos —dijo Al apretando las mandíbulas ante mi arrebato—. Preferiría morir antes que entregar a Rachel Mariana Morgan a los tribunales. No he venido hasta aquí para matarla, sino para solicitar que se retiren los cargos de estupidez supina que se me imputan.

 

Mi sorpresa ante el comentario de ?honorable lameculos? se vio ofuscada por la existencia de una ley contra la estupidez supina, y me pregunté qué podía hacer para que también nosotros tuviéramos una. Entonces me acordé de Trent y le asesté un codazo a Al.

 

—?Ah, sí! —a?adió el demonio—, y también me gustaría que liberarais al familiar de mi discípula y que me otorgarais la custodia. Nos espera un día muy ajetreado y podría servirnos de ayuda. Tenemos que empezar a formarlo desde cero.

 

Trent, que seguía en el bote, se alzó y se sentó en el banco con dificultad, como si le doliera algo. Tenía una humillante cinta roja alrededor del cuello y me pregunté por qué la llevaba pero, tras descubrir que tenía los dedos rojos e hinchados, decidí que no le dejaban que se la quitara.

 

Dali apartó los papeles de su mesa y echó un vistazo a la mujer.

 

—Aprecio mucho tus esfuerzos por librarte de cien a?os de servicios a la comunidad, pero no te queda nada. Lárgate.

 

En aquel momento miré a Al y me di cuenta de que su rostro adquiría un tono de rojo diferente.

 

—?Servicios a la comunidad? ?Me dijiste que te iban a exiliara la superficie!

 

—Y así es —masculló pellizcándome el codo—. Y ahora, cállate.

 

Yo solté un bufido, pero Al ya se había vuelto hacia Dali.

 

—He adoptado a Morgan como discípula, no como familiar —explicó—. No es ilegal, ni se considera una estupidez supina, ense?ar a un discípulo a almacenar energía luminosa. Lo que pasa es que, en aquel momento, no pensé que mereciera la pena mencionarlo.

 

Dali se nos quedó mirando con incredulidad. En el suelo, el odio de Trent aumentó, pero esta vez tenía un objetivo muy preciso. De repente, sentí un escalofrío. Aquello no pintaba nada bien, tendría que haber hecho algo que me permitiera explicarme. Con una amplia sonrisa, Al entrelazó su brazo con el mío.

 

—Intenta parecer sexi —me susurró clavándome el codo hasta que puse la espalda recta.

 

—?Discípula? —le espetó Dali apoyando ambas manos sobre la mesa—. Al…

 

—Es capaz de almacenar energía luminosa —lo interrumpió Al—. Su sangre puede modificar maldiciones demoníacas y adoptó a un humano como familiar antes de que yo rompiera el vínculo.

 

—Eso lo sabe todo el mundo —dijo el demonio apuntándole airadamente—. Antes has hablado de elevar mi estatus. Dame algo que no sepa o lárgate a la superficie, el lugar donde deberías estar desde hace tiempo.

 

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