—Y a tu madre le hubiera gustado que hubieras nacido con un cerebro —res-pondió abriendo la puerta de golpe y golpeándole con fuerza en toda la cara.
Al ver el revuelo que se estaba organizando, intenté recular, pero Al me agarró del brazo y echó a andar con decisión, con la barbilla bien alta, dando grandes zancadas con sus zapatos de hebilla, y ondeando los faldones de terciopelo.
—?Vaya! ?Tú sí que sabes cómo tratar a los funcionarios! —dije medio jadeando, mientras intentaba seguirle el ritmo. No tenía ninguna intención de entretenerme. Yo misma había irrumpido más de una vez en diferentes despa-chos, y había que moverse deprisa para dejar atrás a los idiotas que adoraban los trámites burocráticos y encontrar a alguien lo suficientemente inteligente como para apreciar a las personas que tenían el valor de colarse. Alguien que deseara con todas sus fuerzas una distracción y la oportunidad de dejar las cosas para otro momento. Alguien como… En ese momento eché un vistazo a la placa de la puerta delante de la que se había detenido Al. Alguien como Dallkarackint. ?Caray! ?Por qué los demonios siempre tenían nombres tan raros?
Un momento. Dalí, Dallkarackint… ?No es ese el tipo delante del que Al quería arrojar mi cadáver?
Al abrió la puerta, me empujó al interior, y la cerró de una coz para aislar-nos de la barahúnda que se había formado en el pasillo. De pronto sentí un pellizco de inquietud en mi conciencia y me pregunté si habría echado la llave. La idea se volvió aún más plausible cuando me di cuenta de que los golpes en la puerta se prolongaban, en lugar de dar paso a un horrible y enorme demonio con la nariz rota.
Con los ojos entrecerrados intenté recobrar el equilibrio sobre la… ?arena? Estupefacta, levanté la vista mientras lo que debía de ser la imitación de una brisa que olía a algas marinas y a ámbar quemado agitaba mis cabellos. Me encontraba sobre la arena abrasadora y bajo la ardiente luz del sol. La puerta se había transformado en una peque?a caseta de playa y una pasarela de madera cruzaba de derecha a izquierda en dirección a un horizonte ba?ado de olas, y en las aguas cristalinas se adentraba un muelle de madera cubierto por un dosel. Al fondo había una larga plataforma sobre la cual había un hombre sentado detrás de un escritorio. Evidentemente, se trataba de un demonio, pero tenía el aspecto de un atractivo director ejecutivo rondando los cincuenta que, en vez de llevarse el portátil de vacaciones, había optado por coger la mesa de su despacho. Delante de él, sobre una tumbona erguida, había una mujer vestida con un sari color violeta. La luz del sol, que penetraba en diagonal por debajo del dosel que cubría de sombra la mesa, se reflejaba en el espejo adivinatorio que tenía en el regazo. ?Su familiar, quizá?
—?Uau! —exclamé incapaz de abarcarlo todo con la vista—. Esto no es real, ?verdad?
Al se pasó la mano por encima del terciopelo para retirar las arrugas y me subió a la pasarela de un tirón.
—No —respondió mientras comenzábamos a caminar ruidosamente por los tablones de madera—. Hoy es viernes, y los empleados tienen permiso para vestirse con ropa informal.
?Dios mío! ?El sol que se introduce bajo el toldo incluso calienta!, pensé con-forme llegábamos al muelle y empezábamos a caminar por él. Supuse que, si eras un demonio y poseías un poder ilimitado, era normal crear la ilusión de estar en las Bahamas mientras trabajabas en la oficina. Al volvió a tirar de mí cuando me detuve a mirar el agua para ver si había peces, y yo solté un grito cuando sentí un potente resplandor cayendo en cascada sobre mí.
—Por allí —me tranquilizó Al, y yo le di un empujón para que me quitara las manos de encima—. ?Por cierto! ?No podías haberte puesto algo un poco más decente? Cuando uno se presenta ante el tribunal, debe vestirse adecuadamente.
El pulso se me aceleró cuando me di cuenta de que llevaba la ropa de cuero que solía ponerme para trabajar, las botas que utilizaba para patear algún que otro culo y el pelo recogido con un elástico. No obstante, el pa?uelo violeta que llevaba en la cintura era nuevo.
—Si estás intentando hacerte el simpático conmigo, tal vez no sea el mejor modo —dije a Al cuando el tipo de detrás del escritorio se reclinó sobre su silla con expresión de fastidio al vernos, y la mujer retiró la mano del espejo.
—Relájate —dijo Al acercándome todavía más a su olor a ámbar quemado en el momento en que nos deteníamos respetuosamente sobre la alfombra redonda que cubría los toscos tablones de madera justo delante de la mesa—. Se supone que tenían que haberme exiliado esta ma?ana. Se habrían llevado una gran decepción si no hubiera hecho algo dramático.
De pronto, en el bote neumático que se encontraba atado al muelle y expuesto al sol se removió una especie de bulto gris y yo dirigí la mirada hacia él.