Fuera de la ley

—Un día a la semana —dije con las piernas temblorosas.

 

—Te daré la marca de Newt a condición de que me devuelvas mi nombre —dijo Al agitando los dedos como si necesitara que los cogiera para cerrar el trato. Yo alargué la mano y, en el último momento, el guante de Al se esfumó y me encontré a mí misma agarrando su mano. Reprimí el impulso de retirarla, sintiendo las duras callosidades y el calor. Ya no había vuelta atrás. A partir de ese momento solo tendría que afrontar las sorpresas conforme se presentaran.

 

—?Rachel! —se oyó gritar junto con el ruido de la puerta de un coche al cerrarse—. ?Dios! ?No!

 

Era la voz de mi madre, y sin soltar la mano de Al, me giré, incapaz de ver nada.

 

Al tiró de mí hacia sí y, aturdida, sentí que me rodeaba la cintura con el brazo con actitud posesiva.

 

—Demasiado tarde —susurró removiéndome los mechones de pelo por encima de las orejas, y saltamos.

 

 

 

 

 

33.

 

 

El salto a través de la línea me golpeó como un cubo de agua helada. En un primer momento sentí como si hubiera recibido una incómoda bofetada y, acto seguido, el impacto se transformó en la sensación de encontrarte calada hasta los huesos, chorreando, y en un lugar en el que no quieres estar. Me sentía como si me hubiera hecho a?icos, evidentemente, por culpa del impacto, y a continuación mis pensamientos se comprimieron formando una bola que rodeó mi alma para mantenerla unida, esa era la parte húmeda y deprimente. El hecho de que fuera yo, y no Al, la que mantuviera unida mi alma, fue una sorpresa para ambos.

 

Bien, sentí el pensamiento rencoroso, casi preocupado de Al, que ondulaba la superficie de la burbuja protectora que, de algún modo, había construido alrededor de mi psique. Y entonces sentí que recuperaba mi forma.

 

Una vez más sentí el cubo de agua helada que golpeaba mis pensamientos cuando Al tiró de mí para sacarme de la línea. Intenté ver cómo lo hacía, pero no saqué nada en claro. Aunque, al menos, había conseguido evitar que mis pensamientos se desplegaran por todo el continente a través del entramado de líneas luminosas, la sustancia elástica que, si Jenks estaba en lo cierto, evitaba que siempre jamás se desvaneciera.

 

En el momento en que mis pulmones terminaron de formarse, solté un grito ahogado. Mareada, caí al suelo, apoyando las manos y las rodillas.

 

—?Au! —exclamé mientras echaba un vistazo a la sucia baldosa blanca. Entonces alcé la cabeza al escuchar un sonido martilleante. Nos encontrábamos en una amplia sala llena de hombres trajeados, algunos de pie y otros sentados en sillas de color naranja, esperando.

 

—Levántate —gru?ó Al tirando de mí con fuerza.

 

Yo me puse en pie sintiendo que los brazos y las piernas me flojeaban hasta que logré mantener el equilibrio. Estupefacta, me quedé mirando a aquella gente airada, vestida de los estilos más variopintos. Al me obligó a ponerme en marcha y me quedé boquiabierta cuando me di cuenta de que habíamos apa-recido justo encima de lo que parecía el emblema de la AFI. ?Maldita sea! ?Si incluso se parecía a la recepción de la Agencia Federal del Inframundo! Excepto por los demonios, claro está.

 

Sintiéndome irreal y fuera de lugar, me giré hacia donde debería haberse encontrado la puerta de salida, pero descubrí solo una pared blanca y más demonios esperando.

 

—?Estamos en la AFI? —farfullé.

 

—Se trata de una especie de broma. Por lo visto, a alguien le pareció gra-cioso —respondió Al con voz tensa y un acento impecable—. Será mejor que te quites de ahí encima, a menos que quieras llevarte un codazo en la oreja.

 

—?Dios! ?Qué peste! —exclamé echándome la mano a la nariz mientras tiraba de mí para que subiera a un amplio escalón.

 

Al comenzó a andar a grandes zancadas y con la cabeza bien alta.

 

—Es el hedor de la burocracia, mi querida bruja piruja, y la razón por la que elegí dedicarme a los recursos humanos cuando todavía era un mocoso.

 

Habíamos llegado a un grupo de imponentes puertas de madera. Junto a ellas había dos hombres uniformados (demonios, a juzgar por sus ojos), con expresión aburrida y pinta de idiotas. Probablemente también en siempre jamás tenían idiotas, como en todas partes. Detrás de nosotros escuché un creciente murmullo de fastidio que me recordó a cuando intenté colar trece artículos en una línea que solo permitía doce.

 

—?Número? —preguntó el que parecía más espabilado de los dos, y Al se acercó a la puerta.

 

—?Eh! —exclamó el otro, despertándose de repente—. Se supone que de-berías estar en la cárcel.

 

Al le dedicó una sonrisa forzada mientras su mano, cubierta por el guante blanco, agarraba con fuerza la manivela de madera, que había sido cuidadosamente tallada para darle la forma de un cuerpo desnudo y retorcido de mujer. Genial.

 

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