—?Ah, no! No me creo que seas tan ingenua. ?Y mi nombre? —preguntó haciendo un gesto sugerente—. Quiero que me lo devuelvas.
Yo lo miré fijamente a los ojos. No estaba dispuesta a pasar por ahí.
—Ya no tendrás que ir a la cárcel.
él entrecerró los ojos.
—Quiero mi nombre. Lo necesito.
Entonces recordé lo que me había contado Ceri de cómo se ganaba la vida. Si se lo devolvía, ?sería responsable de la gente que Al consiguiera esclavizar mediante enga?os? La lógica me decía que no, pero mis sentimientos me decían que, si estaba en mi mano, debía impedírselo. Sin embargo, no podía olvidar haber sido invocada en el círculo de Tom, y no quería que volviera a pasar.
—Ya veremos —susurré.
Entonces me buscó los ojos con la mirada e inspiró lentamente. No tenía ni idea de con qué me iba a salir.
—Rachel —dijo, y el simple hecho de oír su voz pronunciando mi nombre hizo que se me helara la sangre. Había algo nuevo en ella, algo que no había oído antes, y aquello me ponía la carne de gallina—. Antes de volver a pactar contigo, necesito saber una cosa.
Intuyendo que se trataba de alguna trampa, me eché atrás y mis vaqueros aplastaron la arenilla que había entre el cemento y yo.
—No voy a hacerte ninguna concesión gratuita.
La expresión de su rostro no cambió.
—?Oh, no! No será gratuita —dijo en un peligroso tono monocorde—. Tener acceso a los pensamientos de otra persona nunca sale gratis. Siempre acabas pagándolo de la forma más… inesperada. Quiero saber por qué no llamaste a Minias la otra noche. Percibí cómo tomaste la decisión de dejarme ir, y quiero saber por qué. Minias me habría encarcelado y tú podrías haber gozado de una noche de libertad. Aun así… permitiste que me marchara. ?Por qué?
—Porque no me parecía necesario llamar a un demonio gallina si podía arreglármelas sola —dije. Luego, vacilé unos instantes. Aquel no era el moti-vo—. Y porque pensé que, si te concedía una noche de descanso, tú harías lo mismo conmigo.
?Dios! ?Qué estúpida había sido! ?Cómo había sido tan imbécil de pensar que un demonio respetaría algo así?
Sin embargo, una profunda sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Al, y su respiración se aceleró.
—No está mal, para empezar —susurró—. Eres ingenuamente inteligente e increíblemente confiada, mi querida bruja piruja. Sin embargo, esa dudosa forma de sincerarte acaba de salvar tu triste vida. —La sonrisa de Al cambió, volviéndose más ligera—. Y ahora vivirás para, posiblemente, arrepentirte.
Yo me estremecí, sin saber si acababa de salvarme o si me había condenado para siempre. Pero seguiría con vida, y en aquel momento era lo único que importaba.
—Entonces, ?serás mi protegida? —me preguntó como si estuviera tan-teándome.
Yo sentí que la cabeza me daba vueltas.
—Solo de cara a la galería —susurré apoyando la mano en el frío cemento para no perder el equilibrio—. Y tú me dejarás en paz. Y también a mi familia. No vuelvas a acercarte a mi madre, maldito hijo de puta.
—?Qué graciosa! —se mofó Al—. Las cosas no son así. Si te adopto, tendrás que quedarte aquí —dijo apoyando la rodilla en el suelo—. En siempre jamás. Conmigo.
—De ninguna manera.
Al inspiró y se inclinó hacia delante con el ce?o fruncido, como si intentara impresionarme con el peso de sus palabras.
—Tú no lo entiendes, bruja —dijo enfatizando esta última palabra—. Hace mucho tiempo que no surge la posibilidad de ense?ar a alguien que merezca la sal de su sangre. Si vamos a jugar a este juego, tendremos que hacerlo de todas todas.
A continuación se echó atrás, y yo recordé que tenía que seguir respirando.
—No puedo reivindicar que eres mi alumna si no estás conmigo —dijo ges-ticulando aparatosamente, sustituyendo su previa actitud de seriedad por su habitual teatralidad—. Sé razonable. Sé muy bien que eres capaz. Pero tendrás que esforzarte mucho.
No me gustaba nada su tono burlón.
—Te visitaré una noche a la semana —repliqué.
él me miró una vez más por encima de las gafas y luego dirigió la vista hacia el sol naciente.
—No. Te daré una noche libre a la semana. El resto del tiempo lo pasarás conmigo.
Entonces pensé en Trent. Podía largarme de allí en ese mismo momento, pero no podría convivir con el sentimiento de culpa.
—Te concederé un periodo de veinticuatro horas a la semana. Un día con su noche correspondiente. Lo tomas o lo dejas. Maldita sea, Trent. Me debes un gran favor.
—Dos —objetó, y yo reprimí un escalofrío. Lo tenía entre la espada y la pared, tras haberle ofrecido su libertad y el estatus que le otorgaría tener un discípulo. Aun así, podía negarse, y ambos nos quedaríamos con las manos vacías. Además, todavía esperaba conseguir algo más de él antes de que ce-rráramos el trato.