Hacía frío, lo que no era de extra?ar, teniendo en cuenta que estaba sentada en el respaldo de un banco de madera de Edén Park, con los pies en el asiento, mientras oteaba por encima de las aguas grises del río Ohio en dirección a los Hollows. Estaba a punto de amanecer, y los Hollows estaban cubiertos por una brillante neblina de un color gris rosáceo. Estaba pensando o, para ser más exactos, esperando. El simple hecho de estar allí sentada significaba que ya había agotado la porción de mi vida dedicada a pensar. Había llegado el momento de actuar.
De modo que allí estaba, sentada en el respaldo de aquel banco, temblando de frío, pues la cazadora de cuero, los vaqueros y las botas no conseguían resguardarme de las gélidas temperaturas de aquella madrugada de noviembre. Al respirar expulsaba peque?as vaharadas, que se desvanecían casi al mismo tiempo que mis fugaces pensamientos. Por unos instantes me acordé de mi padre, de mi madre, de Takata y de Kisten, y también me vino a la cabeza la imagen de Trent encerrado en siempre jamás; de Ivy, confiando en que conseguiría arreglar todo aquello; y de Jenks, insistiendo en acompa?arme.
Con el ce?o fruncido, bajé la vista y me limpié los restos de suciedad de la bota. Mi padre me había llevado allí en alguna que otra ocasión. Por lo general, coincidía con los periodos en que mamá y él estaban enfadados, o cuando ella sufría una depresión, en cuyo caso ella se limitaba a sonreír y darme un beso cada vez que le preguntaba qué le pasaba. En aquel momento me pregunté si sus depresiones tenían que ver con el hecho de estar pensando en Takata.
Entonces exhalé y me quedé mirando cómo aquella idea me abandonaba y, del mismo modo que el vaho, se desvanecía en la consciencia colectiva. Mi madre se había ido alejando poco a poco del rockero intentando divor-ciarse del hecho de haber engendrado a los hijos de Takata, a pesar de estar felizmente casada con mi padre. Los había amado a los dos, y tener que enfrentarse día a día a nuestro parecido con él debió de ser una especie de castigo autoinfligido.
—No es posible olvidar —dije observando cómo las palabras se disipaban hasta desaparecer por completo—. Y aunque lo consigas, a la ma?ana siguiente se presenta de nuevo para darte una buena hostia.
La fría y húmeda neblina del día que estaba por comenzar me resultaba muy agradable, y en ese momento cerré los ojos para protegerme de la incipiente luz de la ma?ana. Llevaba demasiado tiempo despierta.
Sin levantarme de donde estaba, me giré y miré por encima del estrecho aparcamiento hacia los dos estanques artificiales y el amplio puente peatonal que los dividía. Más allá del puente había una línea luminosa que estaba en muy malas condiciones, y que prácticamente no se notaba a menos que pres-taras especial atención. La había descubierto el a?o anterior, mientras ayudaba a Kisten a luchar contra una camarilla de fuera de la ciudad que intentaba raptar a su sobrino Audric. Me había olvidado de ella por completo, hasta que sentí su resonancia discordante a través de Bis. A pesar de su debilidad, estaba segura de que bastaría.
Preguntándome cuántos a?os tendría Audric, me levanté del banco trastabi-llando, me sacudí el frío de los vaqueros y me puse en marcha. Al pasar junto a mi descapotable, acaricié su pintura roja. Me encantaba aquel coche y, si hacía las cosas bien, volvería a recogerlo antes de que se lo llevara la grúa.
Atravesé el puente lentamente, mirando hacia abajo para ver si descubría alguna onda que me revelara la presencia de Sharps, el trol del puente del parque, pero una de dos, o estaba escondido en la parte más profunda, o lo habían vuelto a echar. A la izquierda había una amplia extensión de cemen-to que lindaba con el bordillo del estanque superior. En ella se erigían dos estatuas, y justo entremedias pasaba la línea luminosa. El tenue color rojo, visible solo gracias al ojo de mi mente, perdía intensidad conforme el sol se acercaba al horizonte, pero todavía se apreciaba su recorrido, limitado a un lado por la figura de un lobo, y al otro por un extra?o tipo con un caldero. Ambas esculturas servían para marcar el centro de la línea, que se extendía de un extremo a otro del parque. Pasaba por encima de las aguas poco profun-das, y esa era la razón por la que era tan débil en aquel lugar. Si el estanque hubiera tenido algunos metros más, la línea no habría podido sobrevivir. No obstante, despedía la suficiente energía como para que, cuando hallé un trozo de cemento lo suficientemente limpio para sentarme, sintiera un peque?o cosquilleo en la piel.
A continuación busqué una piedra y tracé un círculo algo destartalado justo en medio de la línea. De ese modo, aunque saliera el sol y rompiera la invocación, bastaría con que me colocara encima para poder seguir hablando con Al. Eso sí, no estaría obligado a quedarse y escuchar, pero no creía que fuera a tener problemas para evitar que se marchara.
El corazón me latía con fuerza y empecé a sudar y a sentir frío.