Fuera de la ley

—Y yo iré contigo —declaró Jenks en tono belicoso.

 

Llegados a ese punto, exhalé para relajar la mandíbula, pero no funcionó. Después de pasar todo un a?o compartiendo casa y trabajo con Ivy y Jenks, había aprendido a confiar en otros, pero esta vez debía recordar que también podía confiar en mí misma. Que podía hacerlo sin ayuda. Y así sería.

 

—Jenks…

 

—?No te pongas paternalista! —dijo aterrizando en los folios enrollados del bloc amarillo, acusándome con el dedo e intentando mantener el equilibrio con las alas—. Solo tenemos que entrar, cogerlo, y largarnos.

 

—No funcionará —interrumpió Ceri con delicadeza.

 

Jenks se giró hacia ella.

 

—?Y por qué no? Si el plan B funcionó con ese pez, también servirá para salvar a Trent.

 

Ceri me buscó con la mirada y después se dirigió de nuevo a Jenks.

 

—Sea quien sea el demonio al que Rachel le compre el viaje, intentará aprovechar la ocasión para capturarla. O peor aún, se lo dirá a Newt, que tiene razones de peso para reclamarla.

 

En aquel momento raspé el suelo con los zapatos. Casi podía sentir cómo se alzaba el círculo grabado justo debajo de ellos.

 

—?Y si contacto directamente con Newt? —sugerí desesperada—. Tal vez acceda a olvidarlo todo.

 

Ceri se puso rígida.

 

—No —respondió rotundamente, haciendo que Ivy se pusiera en guardia ante su expresión aterrorizada—. No puedes recurrir a ella. Está loca y ya llevas una de sus marcas. No te puedes fiar de su palabra. Te dice una cosa y luego hace otra. No se rige por las normas demoníacas, se las inventa.

 

En aquel momento eché un ojo al siguiente dibujo, que mostraba la distri-bución de la biblioteca de la universidad. Jenks, mientras tanto, se posó en mi hombro, lo que me permitió valorar su nerviosismo a razón de la corriente de aire que levantaban sus alas. Era tan fría que tuve que taparme los mordiscos del cuello con la mano.

 

—?Y qué me dices de Minias? —propuso Ivy.

 

Ceri sacudió la cabeza.

 

—Minias está intentando volver a congraciarse con Newt, y Rachel se con-vertiría en el regalo ideal. Solo le faltaría llevar un enorme lazo y ponerse a cantar Cumplea?os feliz.

 

Yo me acerqué un poco más a los mapas.

 

—?Por qué? —pregunté comiéndome otra galleta salada—. Por lo que tengo entendido, lo despidieron.

 

El semblante de Ceri adoptó una expresión grave.

 

—Porque Newt es la única diablesa que queda. Y, como cualquier otro, Mi-nias daría cualquier cosa por engendrar un vástago. En eso consistía su trabajo. Hicieron una votación, y perdió. Ya te lo expliqué en otra ocasión.

 

Su voz se había vuelto tirante, pero utilizaba el mal genio para esconder su miedo. O, tal vez, para exorcizarlo.

 

—No me dijiste que estaba intentando seducirla —le respondí con sequedad. Por alguna estúpida razón, tenía ganas de provocarla. Quizá yo también necesitaba desahogarme gritándole a alguien—. Me contaste que le hacía de canguro.

 

Jenks volvió a agitar las alas con tal fuerza que, tras rozarme el cuello, aca-baron enredándose en mi pelo.

 

—?Cuánto tiempo han estado juntos? ?Unos pocos cientos de a?os? ?Y cuál es su problema? ?Ya no se le levanta?

 

Ceri alzó las cejas y respondió secamente.

 

—Mató a los seis últimos demonios con los que mantuvo relaciones íntimas. Los atravesó con toda una línea luminosa y…

 

—Les frió sus peque?os cerebros gatunos —concluyó Jenks.

 

En aquel momento busqué a Rex en el umbral, pero todavía no había salido de debajo de mi cama.

 

—Es perfectamente comprensible que Minias se muestre cauto —explicó Ceri.

 

Ivy resopló, levantó los brazos de la encimera y se dirigió a la cafetera.

 

—Si la cuestión es cómo llegar hasta allí, ?no puede colocarse sobre una línea y, simplemente… moverse? —inquirió. Su inusual expresión de ignorancia era un claro indicio del miedo que sentía.

 

Ceri negó con la cabeza y dejó caer el bloc sobre la mesa. Yo, por mi parte, rememoré aquella ocasión que estaba en el despacho de Trent, con un pie aquí y otro en siempre jamás. Había estado fuera de peligro, a menos que Al me hubiera agarrado y tirado de mí.

 

—No. Se necesita la intervención de un demonio —dije frotándome los brazos para mitigar la carne de gallina—. Y no me va a acompa?ar nadie. Ni tú, ni tú, ni tú.

 

Miré a cada uno de ellos sucesivamente, percibiendo una expresión de alivio en el rostro de Ceri, de ira en el de Jenks y de enfado en el de Ivy.

 

—No me importa cargar con una peque?a mancha demoníaca —dijo Ivy, poniéndose a la defensiva.

 

—Ni a mí tampoco —intervino Jenks. Ceri movió la cabeza de un lado a otro susurrándome un tenue ?no?. Haber vuelto al mundo real apenas salió el sol no era una buena se?al—. Voy a ir contigo, Rachel —dijo alzando la voz—. Aunque tenga que esconderme en tu sobaco.

 

?Oh! ?Qué estampa tan agradable!

 

—Ni hablar —dije intentando borrar la imagen de mi mente—. No hay razón alguna para que vengas.

 

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