Jenks levantó el vuelo agitando las alas con fuerza.
—?Por supuesto que la hay! —gritó lanzándole una miradita nerviosa a Ivy—. Necesitarás a alguien que te cubra las espaldas.
Frustrada, golpeé la mesa con la palma de la mano. En ese momento un par de pixies salieron disparados del armario de los hechizos en dirección al pasillo. Lo que me faltaba. Matalina estaba a punto de enterarse de que Jenks quería acompa?arme. Sabía que no se lo impediría, pero no estaba dispuesta a arrebatárselo de nuevo.
—No voy a siempre jamás para patearle el culo a ningún demonio —dije en voz baja intentando que entrara en razón—. Incluso con tu ayuda, la magia no me permitiría enfrentarme a más de uno y, en cuanto se enteren de que estoy allí, acudirán como moscas a la miel. —Entonces miré a Ceri, y ella hizo un gesto de asentimiento—. He pensado mucho en ello, y ni la fuerza ni la magia me ayudarán a conseguir mi objetivo. Tengo que usar el ingenio, y lo siento pero, a pesar de que me encantaría que me acompa?arais, no podéis ayudarme. —En aquel instante me quedé mirando a Ivy, que estaba junto al frigorífico, y sentí que despedía una oleada de frustración—. Prefiero que os quedéis aquí y que me invoquéis para que pueda volver a casa. —Mi rostro se encendió por la vergüenza de tener un nombre demoníaco, y el miedo hizo que bajara el tono de voz—. Una vez que haya conseguido liberarlo.
—?Deja de decir chorradas! —gritó Jenks—. Todo eso no es más que un montón de mierda de hada.
Ivy se frotó las sienes.
—Me duele la cabeza —susurró. Aquella era una de las pocas veces que admitía que le dolía algo—. Al menos, podrías llevarte a Ceri.
La dulce elfa tomó aire emitiendo un sonido ronco.
—No —respondí poniéndole la mano en el hombro para mostrarle mi apo-yo—. Iré sola. —Jenks comenzó a agitar las alas y yo me incliné sobre él—. ?He dicho que iré sola! —exclamé—. No podría haber conseguido la muestra sin tu ayuda, pero esta vez es diferente. Y no voy a permitir que tengas que cargar con una mancha del tama?o de un cubo solo para que me sujetes la mano mientras lo hago. ?De ninguna manera! —dije casi gritando mientras me ponía a temblar—. Antes de conoceros, trabajaba sola, a pesar de que, supuestamente, tenía quien me guardara las espaldas. Se me da muy bien, y no voy a poneros en peligro si no es absolutamente necesario. ?Así que basta!
Por unos instantes, Jenks se quedó callado, mirándome con el ce?o fruncido, los labios apretados y los brazos en jarras. Desde la ventana se oyó que alguien chistaba a otro para que tuviera la boca cerrada.
—?Tan poco valor le das a tu vida, Rachel?
En aquel momento me di la vuelta para que no pudieran verme los ojos.
—Yo maté a Kisten —dije—. No pienso poneros en peligro. A ninguno de los dos.
Entonces apreté la mandíbula para tragarme el dolor que sentía. Es cierto que había matado a Kisten. Tal vez no lo había hecho directamente, pero había sido culpa mía.
Ivy frotó los pies contra el linóleo y Jenks se quedó callado. No conseguía amar a nadie sin poner en peligro su vida. Tal vez por eso mi padre me aconsejó que trabajara sola.
Ceri me tocó el brazo y yo me sorbí la nariz para librarme de mi profundo pesar.
—No fue culpa tuya —me consoló. Sin embargo, el silencio de Ivy y de Jenks me decía todo lo contrario.
—Sé cómo hacerlo —dije tratando de acallar mi dolor—. He sido invocada, como un demonio; puedo utilizar la magia demoníaca, exactamente igual que un demonio; y tengo un nombre registrado en su base de datos, al igual que todos ellos. Entonces, ?por qué no puedo alegar que Trent me pertenece y traerlo de vuelta a casa? Estoy segura de que él no pondría ninguna pega.
—?Por todos los achuchones y arrumacos de campanilla! —exclamó Jenks. Hasta Ivy parecía desconcertada. Ceri, sin embargo, se limitó a clavar los codos en la mesa y a apoyar la barbilla en la palma de la mano con expresión meditabunda. Era el primer atisbo de esperanza, y las manos empezaron a sudarme.
—No puedes saltar a través de las líneas —dijo como si aquel fuera el factor decisivo—. ?Cómo piensas llegar hasta allí?