Fuera de la ley

Las cosas se habían calmado, y el único sonido que alteraba el silencio era el incesante golpeteo de uno de los pies de Jenks contra la cafetera de porcelana de Ceri. Me sentía fatal por arruinarles la vida a todos, pero en tan solo unas horas o bien estaría muerta, o me vería obligada a instalarme definitivamente en siempre jamás. Todavía cabía la posibilidad de que todo concluyera felizmente, pero las opciones eran prácticamente nulas. Evidentemente, esperaba que así fuera, aunque tenía que admitir que me parecía bastante improbable.

 

Glenn se había ido a recoger a mi madre después de que echara a todo el mundo del ba?o para darme una ducha, así que nos habíamos quedado los cua-tro solos, con el ambiente cargado de tensión y de palabras duras que nadie se había atrevido a pronunciar. Dios. Estaba agotada, y la taza de café que sostenía entre las manos no conseguía liberarme de aquel profundo cansancio. Cerca de mí había un cuenco lleno de galletas saladas, y me eché una a la boca. El fuerte sabor a queso chédar hizo que me picaran las comisuras y comencé a masticar lentamente. A continuación agarré un buen pu?ado y me las comí una a una, sintiéndome culpable por estar saboreando aquellas galletas después de haber disfrutado de una buena ducha mientras que Trent se encontraba en una jaula.

 

Al ver que me movía, Jenks echó a volar y lo intentó de nuevo.

 

—?Por qué? —me preguntó con ganas de discutir despidiendo una peque?a cantidad de polvo rojo que formó un diminuto charco a sus pies. Seguidamen-te se posó en la mesa adoptando la típica postura de Peter Pan—. ?Por qué te preocupa lo que pueda pasarle a Trent?

 

Yo deslicé la yema del dedo por encima del nombre de Ivy, como si pudiera sentir el pasado. En algún momento, había sido una ni?a inocente. Al igual que yo. ?Quizá porque Trent puede explicarme qué demonios me hizo su padre? ?Porque necesito que me diga que no soy una diablesa? ?O tal vez porque necesito que descubra la manera de revertirlo?

 

—Porque si no lo hago —respondí quedamente—, todos pensarán que se lo entregué a los demonios para que me dejaran libre. —Jenks resopló y mi presión sanguínea aumentó—. Y porque le prometí que le traería de vuelta a casa —a?adí a rega?adientes—. No puedo dejar que se pudra allí.

 

—Rachel… —dijo Jenks adoptando un tono algo más conciliador.

 

—Le prometió que lo protegería a condición de que pagara por su viaje de ida y vuelta —le espetó Ivy desde el ordenador, echando fuego por los ojos—. A mí tampoco me hace ninguna gracia, pero ha llegado el momento de que cierres la boca y escuches. Si encontramos la manera de resolver este enredo, lo haremos.

 

—?Pero él no la trajo de vuelta a casa! —protestó Jenks—. ?Lo hizo sola! Además, ?a quién le importa que se pudra en siempre jamás?

 

Ivy se puso rígida, mientras Ceri observaba en silencio evaluando la situación.

 

—A mí —dije apartando las galletas e intentando sacarme el queso de entre los dientes.

 

—De acuerdo, Rachel. Pero…

 

—?él no ha vuelto! —le grité, cada vez más cabreada—. ?Y ese era el trato!

 

Jenks golpeó la mesa con los pies, me dio la espalda y, con las alas quietas, agachó la cabeza.

 

Ceri tomó asiento en la silla que estaba junto a mí y colocó sobre la mesa un libro de hechizos abierto. Llevaba unas gafas en la punta de la nariz y un lápiz entre los dientes. Los pixies le habían hecho una trenza mientras yo vociferaba desde la ducha, y presentaba un aspecto decididamente intelectual. Se había sonrojado cuando advertí que se había puesto gafas, pero no le dije nada. Creo que estaba orgullosa de necesitarlas, porque significaba que volvía a envejecer.

 

A decir verdad, me extra?aba que Ivy se hubiera puesto de mi parte. Me habría gustado pensar que era porque creía que las promesas había que cumplirlas, o porque consideraba que Trent se merecía que lo rescatáramos, pero la verdad es que la ausencia de Trent habría alterado el soterrado equilibrio de poder que reinaba en Cincy. La idea de que Rynn Cormel sacara pecho y volviera a hacerse con el control no le atraía demasiado. Resultaba mucho más difícil amar a un hombre cuando se dedicaba a cometer asesinatos.

 

Alcé la vista y me quedé mirando la extra?a figura que Ceri dibujaba con desgana en una de las hojas amarillas del bloc de notas que tenía sobre el libro de hechizos. Estaba segura de que el glifo obedecía a alguna maldición demonía-ca, pues emitía un débil destello negro. Busqué su mirada y ella se estremeció mientras trazaba un círculo a su alrededor para contener la fuerza que había engendrado. Seguidamente arrugó el papel, lo introdujo en su taza de té y le prendió fuego con un hechizo de líneas luminosas.

 

Al ver la llama negra Jenks hizo una pedorreta, pero Ivy se tragó el sermón que estaba a punto de soltar y murmuró algo con desagrado que no conseguí entender.

 

—?Y si tú me ense?as a saltar las líneas? —pregunté intentando trazar los primeros pasos de un plan—. Si pudiera viajar hasta allí sin que me detectaran, tendríamos media batalla ganada. Tal vez más. Solo tendría que cogerlo y salir pitando.

 

La cosa no era tan sencilla, pero podíamos intentar perfeccionarlo.

 

Ceri agarró el extremo superior del lápiz y machacó las cenizas hasta que se convirtieron en polvo.

 

—?Quieres aprender a viajar por las líneas antes del amanecer? Lo siento, Rachel, pero no es posible. Se necesitarían décadas.

 

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