Fuera de la ley

—No… —dijo adoptando una expresión recelosa—. ?Por qué?

 

Glenn se detuvo ante el bordillo de delante de la iglesia, y aparcó el coche.

 

—Hemos evitado transmitirlo por radio —aclaró echando el brazo hacia los asientos traseros tratando de encontrar su abrigo—. No queríamos que se presentara la SI.

 

—Rache —dijo Jenks con cautela. Aproveché que estaba suspendido en el aire para esconder las manos. No quería que las viera temblar—. ?Qué has hecho?

 

Yo me quedé mirando la iglesia. Me hubiera gustado estar en el interior, pero estaba tan cansada que no tenía fuerzas ni para moverme.

 

—Tom y yo tuvimos unas palabritas.

 

Un destello de polvo de pixie iluminó el coche, y Glenn dio un respingo.

 

—?Maldita sea, Rache! —exclamó—. ?Por qué no nos llamaste? Sabes que estoy deseando ponerle los huevos de corbata de una patada.

 

La mezcla de miedo y de culpa dio como resultado un inesperado arranque de ira.

 

—?No tuve elección! —grité. Jenks echó a volar hacia atrás y acabó aterri-zando en el salpicadero. No dijo ni una palabra, y yo me puse buscar a tientas el tirador de la puerta. A continuación puse los pies en la acera, me levanté con cuidado, y alcé la vista para mirar la iglesia. Hacía frío, y me removí incómoda en mi ropa interior húmeda. Mierda. Estaba agotada.

 

Jenks se aproximó batiendo las alas en silencio y se colocó a una distancia demasiado corta, aunque no llegó a posarse en mi hombro.

 

—No quise dejarte allí, Rachel —susurró apesadumbrado por el sentimiento de culpa—. Probablemente, al cerrarse las líneas, me aspiraron. Pero sabía que encontrarías la solución. A partir de ahora, ya no te volverás a quedar encerrada en siempre jamás.

 

Sus últimas palabras estaban cargadas de orgullo, y yo tragué saliva y utilicé la excusa de tener que cerrar la puerta del coche para evitar mirarlo a la cara. Me sentía incapaz de contarle lo que había sucedido realmente. Al ver su actitud entusiasta y su cara de felicidad, me había entrado miedo. Estaba demasiado emocionado como para captar las cosas que no se habían dicho. Cosas que iban a arruinarme la vida y, por extensión, también la de ellos.

 

—?Ivy! —gritó Jenks de repente—. ?Tengo que decirle que has vuelto! ?Maldita sea! ?No sabes cuánto me alegro de verte!

 

Yo contuve la respiración cuando se acercó como una centella a mi hombro y sentí el frío tacto de las alas de pixie en mi rostro.

 

—Creí que te había perdido para siempre —dijo en un susurro justo antes de desaparecen

 

Azorada, me quedé mirando la estela de polvo que había quedado suspendida en el aire. Entonces oí el golpe de una puerta que se cerraba detrás de mí y me di la vuelta. Glenn había rodeado el coche y venía en dirección al camino de entrada.

 

—Aah —farfullé—. Gracias por traerme, Glenn. Y por todo lo demás.

 

La farola iluminó su rostro. Tenía los labios apretados de modo que el bigote sobresalía más de lo normal.

 

—?Te importa si te acompa?o dentro? —me preguntó. Por un instante sentí cierta inquietud. Tal vez Jenks no había prestado atención a mis palabras, pero Glenn sí. Había puesto sobre aviso sus instintos de investigador y, si no lo invitaba a entrar, tendría que escoger entre nuestra amistad y una orden de arresto. Quería saber cómo había acabado en el sótano de Tom y, dado que no podía esperar más para encontrarme con mis amigos, me di por vencida y asentí con la cabeza.

 

Con los brazos cruzados, eché un vistazo al interior del coche en busca de un macuto inexistente. Glenn había metido mi pistola de bolas en una bolsa de papel para sacarla del sótano sin levantar sospechas entre los chicos que recogían pruebas, y cuando me la entregó, me sentí bastante ridícula. A con-tinuación miré el cartel iluminado con nuestros nombres, y me pregunté si había sido una buena idea crear aquella sociedad. Bis me hizo un gui?o desde lo alto de la torre, y me puse en marcha. Una parte de mí esperaba que me impidiera la entrada, y al ver que no lo hacía, me sentí mejor.

 

—?Te apetece un café? —pregunté a Glenn mientras mis pies avanzaban silenciosamente por la acera agrietada. Yo me moría por tomarme uno.

 

En aquel momento oí el ruido de la puerta de la iglesia al abrirse de golpe, y alcé la vista. Ivy bajó rápidamente dos escalones y, cuando me vio, aminoró el paso y se cruzó de brazos como si tuviera frío. Las sombras mantenían su rostro en la penumbra, pero su postura corporal denotaba miedo y preocupa-ción. Jenks estaba con ella.

 

—?Lo ves? —dijo el pixie orgulloso, como si hubiera sido él mismo el que me había sacado de siempre jamás—. ?Te lo dije! Consiguió averiguarlo y aquí está. Sana y salva, en el lugar al que pertenece.

 

Ivy puso un pie en la acera y siguió acercándose. Por unos instantes se quedó mirando a Glenn, y luego se concentró en mí.

 

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