Sentí que algo se cambiaba, como si todo el campo se hubiera vuelto transpa-rente. Miré a Tom. Tenía los ojos muy abiertos. él también lo había sentido. Y entonces desapareció. El escudo de siempre jamás ligado a su aura se desvaneció y caí hacia delante.
—?Maldita sea! —grité mientras recuperaba el equilibrio. Me giré y vi que aquella pobre mujer me estaba mirando y sus sollozos se pararon temporalmente. El intercomunicador seguía zumbando. Me puse en pie con la cadera ladeada y la mano buena en la frente. Habría podido cogerlo, pero me habría puesto a hablar sin ton ni son. ?Joder! No pensaba volver a hacer aquello nunca más.
Pero la mujer seguía agazapada en la puerta y, esforzándome por sonreír, me dirigí hacia ella agarrando de pasada el cuchillo más peque?o para cortarle las tiras de cinta aislante. Finalmente el intercomunicador dejó de zumbar, lo que supuso un gran alivio.
La mujer abrió mucho los ojos presa del pánico.
—?No te acerques! —gritó reculando. Desde el otro lado de la puerta, Sampson ladraba furiosamente.
El intenso terror de su voz hizo que me detuviera de golpe, y pasé la mira-da del cuchillo que tenía en la mano a los cuerpos que yacían a mi alrededor. El aire estaba cargado con un intenso olor a ozono, mezclado con el hedor a sangre. A través de la cinta aislante, sus mu?ecas estaban sangrando. ?Qué le habían hecho?
—No pasa nada —dije soltando el cuchillo y agachándome para ponerme a su altura—. Soy de los buenos. Lo soy. Realmente lo soy. Déjame quitarte la cinta.
—No me toques —gritó con los ojos verdes muy abiertos cuando estiré el brazo.
Yo bajé la mano y la puse en mi regazo. Me sentí sucia.
—?Sampson! —grité en dirección a la puerta—. ?Cállate de una pu?etera vez!
El perro dejó de ladrar, y mi tensión se liberó con la nueva tranquilidad. Las pupilas de la mujer se volvieron enormes.
—De acuerdo —dije retrocediendo mientras las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas—. No te tocaré. Simplemente… quédate ahí. Yo solucionaré esto.
Dejándole el cuchillo a su alcance, busqué un teléfono para pedir re-fuerzos. Alguien había liberado sus intestinos y estaba empezando a oler realmente mal. El intercomunicador empezó a zumbar de nuevo, y aproveché para dirigirme directamente hacia él. Era uno de esos sistemas de comunicación de telefonía interna y, cabreada, apreté el botón.
—?Eres tú, Betty? —grité en el auricular liberando un poco de tensión.
—?Va todo bien ahí abajo? —preguntó ella con voz preocupada. Por encima de la música, pude oír que tenía la televisión encendida—. He oído gritos.
—Está despedazando a la mujer —dije intentando bajar la voz y gui?ándole el ojo a la chica. Ella dejó de gimotear y sus preciosos ojos verdes estaban húmedos—. ?Cuelga de una vez el maldito teléfono y haz el favor de bajar la música!
—?Oh! Lo siento —farfulló—. Creí que teníais problemas.
Se escucharon el clic y el zumbido que indicaban que la línea había quedado libre. Entonces dirigí la mirada hacia la mujer, que se estaba sorbiendo la nariz sonoramente. Tenía una mirada esperanzada, y seguía sujetando el cuchillo con las manos atadas.
—Y ahora, ?me dejas que te desate? —le pregunté.
Ella negó con la cabeza. Pero, al menos, había dejado de llorar. Temblando, marqué el número de la AFI y la extensión de Glenn.
—Aquí Glenn —le oí decir casi de inmediato. A pesar de que su voz sonaba preocupada, jamás me había alegrado tanto de oírla. Me sorbí la nariz para contener una lágrima preguntándome de dónde habría salido. No recordaba haberme puesto a llorar.
—?Hola, Glenn! Soy yo —dije—. He conseguido que Tom reconozca que estaba liberando a Al para que me matara. Incluso tenía un motivo. ?Podrías venir a recogerme?
—?Rachel? —preguntó como si no diera crédito—. ?Dónde estás? Ivy y Jenks te creen muerta. Todo el departamento lo piensa.
Yo cerré los ojos y di gracias a Dios. Jenks estaba con Ivy. Sano y salvo. Los dos estaban bien. Me mordí el labio y contuve la respiración para no ponerme a llorar. Las cazarrecompensas no lloraban. Aunque hubieran descubierto que eran demonios.
—Estoy en el sótano de Betty —dije intentando no alzar la voz para no soltar un gallo y no dar a entender mi turbación—. Aquí abajo hay cinco brujos de líneas luminosas echando una siestecita. Vas a necesitar una buena cantidad de agua salada para despertarlos. ?Sabes? Intentó utilizar a una pobre chica para sacrificarla como un chivo expiatorio —dije mientras las lágrimas comenzaban a fluir—. Se parece a mí, Glenn. La eligieron a ella porque se parece a mí.
—?Te encuentras bien? —preguntó. Yo me obligué a mí misma a parar.