Fuera de la ley

Trent no me caía bien. Nada podía justificar su pasado como asesino y capo de la droga, y tampoco había visto nada que me hiciera pensar que tenía intención de cambiar. Aun así, estaba preocupada. No podía permitir que todo lo que había hecho, tanto las cosas buenas como las malas, cayeran en saco roto. Cuando me di cuenta de que me importaba lo que le pudiera ocurrir, me quedé desconcertada. Era responsable de muchas cosas buenas, aunque las hubiera hecho por razones puramente egoístas.

 

Al pasar por delante de la sombría casa de Keasley, sin apartar la vista de la ventana, me froté el brazo. Casi podía sentir la mano de Trent agarrándome con fuerza, aprovechando su última oportunidad de tocar a alguien. No me había pedido que me quedara y que me enfrentara a los demonios. No estaba furioso, ni siquiera frustrado por el hecho de que yo fuera a escapar de allí y que él tuviera que sufrir el castigo de ambos.

 

En el preciso instante en que todas sus esperanzas se desvanecieron, me había encomendado que salvara a su gente. En sus palabras no había ni el más mínimo atisbo de la culpa que yo sentía en aquel momento. Tan solo quería estar seguro de que sus semejantes sobrevivirían, y de que su vida había servido para algo más que para matar o traficar con drogas.

 

Pues bien, si creía que iba a ocuparme de la supervivencia de los elfos, esta-ba muy equivocado. Tendría que ser él mismo el que se encargara del trabajo sucio. Yo solo tenía que rescatarlo para que pudiera hacerlo. Mierda. Tenía que hablar con Ceri.

 

Delante de nosotros se encontraba mi iglesia. Estaba iluminada, y la luz que manaba de todas y cada una de las ventanas topaba con la hierba de color negro. Incluso antes de que nos acercáramos, divisé el pesta?eo de un par de ojos rojos que me observaban desde la parte más alta y un leve aleteo a modo de saludo. Bis sabía que había vuelto y yo envié un agradecimiento silencioso a sus congéneres, que me habían protegido la noche anterior, durante el tiempo que estuvimos en la basílica. A pesar de que no me conocían y de que no tenían ni idea de que me encontraba en apuros, era evidente que seguía con vida gracias a aquellos nobles y misericordiosos seres.

 

Los faros iluminaron las luces traseras de mi deportivo, que estaba aparcado en la cochera. Alguien se había encargado de llevarlo hasta allí, posiblemente Quen. Cuatro haces de luz verdosa empezaron a dar vueltas alrededor del campanario descendiendo sobre Bis, y cuando una de ellas se desvió y se diri-gió hacia nosotros me puse derecha y bajé del todo la ventanilla. Tenía que ser Jenks. Por favor, por favor. Que sea él.

 

Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando llegó hasta mis oídos un familiar batir de alas y Jenks entró en el coche como una flecha.

 

—?Rachel! —exclamó jadeando. Llevaba puesto el traje negro de ladrón, y tenía muy buen aspecto—. ?Por el puto contrato de permanencia de Campanilla! ?Lo conseguiste! ?Has vuelto! ?Por el amor de Dios! ?Qué mal hueles! Ojalá fueras más peque?a. Te daría una patada en el culo que te pondría en órbita. Hubiera matado a Trent cuando me mandó de vuelta con aquella muestra.

 

Yo sacudí la cabeza confundida.

 

—él no te mandó de vuelta. Dijo que te habías apropiado de la maldición y que nos habías dejado tirados.

 

Jenks ralentizó el batir de las alas y se colocó justo encima de mis dedos, titubeante.

 

—?Por todas mis jodidas margaritas! ?Cómo se supone que iba a hacer algo así? Yo no hice absolutamente nada. —De pronto sentí como si me estuvieran metiendo las tripas por el trasero de un caracol, y antes de que quisiera darme cuenta, aparecí en la basílica—. Aquella pobre mujer casi se caga por la pata abajo. —En aquel momento se quedó mirando a Glenn, y las chispas que des-prendía se volvieron de color rojo—. Ummm… ?Hola, Glenn!

 

La garganta se me hizo un nudo y, cuando se posó en mi mano, me di cuenta de que estaba temblando. En ese momento, a mí también me hubiera gustado ser mucho más peque?a. La reacción de Trent a la ausencia de Jenks había sido demasiado genuina para ser fingida. Además, ?por qué iba a molestarse en mentir? Quizás a los pixies les pasaba lo mismo que a los demonios, que no podían estar en el lado equivocado de las líneas cuando salía el sol.

 

—?Pudiste darle la muestra a Quen? —le pregunté pensando en la petición de Trent—. ?Está a salvo?

 

El pixie me miró con una sonrisa radiante.

 

—Sí, la tiene él —respondió con un estallido de luz que hizo que Glenn tuviera que gui?ar los ojos—. Al ver que no aparecías, se la llevó a casa de Trent. Le pidió a Ceri que lo acompa?ara, pero ella dijo que prefería esperar a que volvieras porque ibas a necesitarla. ?Maldita sea! Tengo que mandar a uno de mis hijos para que le diga que ya estás aquí. Sabía que averiguarías cómo saltar las líneas. ?Tú también apareciste en la basílica? ?Y cómo es que llamaste a Glenn y no a nosotros? Podríamos haber ido a recogerte.

 

La mano empezó a temblarme violentamente, y Jenks se elevó. Los dos se abstuvieron de hacer comentarios, pero el entusiasmo de Jenks dio paso a una expresión preocupada. Creía que había descubierto cómo saltar las líneas. No se imaginaba que había regresado porque alguien había invocado el nombre de Algaliarept.

 

—No has estado escuchando las comunicaciones por radio de la AFI, ?ver-dad? —le pregunté.

 

Jenks se me quedó mirando fijamente.

 

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