Fuera de la ley

—Has vuelto —dijo quedamente. Su voz de seda gris revelaba las veinticuatro horas de miedo y preocupación que había pasado.

 

Entonces se detuvo, dejó caer los brazos como si no supiera qué hacer con ellos. En vez de extenderlos, optó por descargar toda su rabia.

 

—?Por qué no nos llamaste? —me espetó, alargando finalmente una mano. A continuación, con actitud vacilante, me arrebató la estúpida bolsa de papel—. ?Podríamos haber ido a recogerte!

 

Con el corazón en un pu?o, nos dirigimos a la escalinata. Jenks volaba entre nosotras despidiendo una débil estela de polvo plateado.

 

—Decidió irse por su cuenta a patear algunos culos de brujo —dijo. Ivy me lanzó una mirada reprobatoria.

 

—?Fuiste a casa de Tom? —preguntó—. ?Somos un equipo! Podrías haber esperado unas horas. Tampoco corría tanta prisa.

 

Yo inspiré profundamente y justo allí, al pie de las escaleras, le di un abrazo. Por un breve instante se puso rígida, pero luego me rodeó con sus brazos y oí el crujido de la bolsa de papel al chocar contra mi espalda. El olor a incienso se hizo más intenso, y cerré los ojos e inspiré con fuerza. Los músculos se me relajaron de inmediato y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Había pasado mucho miedo. No tenía ni idea de cómo iba a regresar y me enfrentaba a toda una vida de degradación. Ella era mi amiga, y podía darle un jodido abrazo si me daba la gana.

 

De pronto la rigidez de Ivy aumentó, así que la solté y me limité a cogerle la mano, de manera que nos quedamos más hombro con hombro que cara a cara. Estaba nerviosa por la posible reacción de Glenn, pero a mí me importaba un bledo.

 

—No fui a por él —dije mientras me ayudaba a subir las escaleras—. Sim-plemente sucedió.

 

La puerta estaba abierta y aproveché la penumbra del vestíbulo y el alboroto de dos docenas de pixies revoloteando a nuestro alrededor para intentar que me prestara atención agarrándole el brazo.

 

—Me alegro muchísimo de verte —le dije en un susurro—. No sé lo que va a pasar cuando salga el sol. Necesito tu ayuda.

 

—?Cómo? —preguntó sorprendida. El enfado, causado por el miedo, había dado paso a la preocupación.

 

Desgraciadamente Jenks había conseguido desalojar a sus hijos, así que me limité a apretar los labios intentando darle a entender que necesitaba que habláramos a solas. O, al menos, sin que Glenn nos oyera.

 

Su perfecto rostro ovalado palideció, y me di cuenta de que había captado lo que quería decirle. Se mordió el labio superior como si se quedara pensando y yo le solté el brazo.

 

—Glenn, ?te apetece un café? —preguntó de pronto.

 

Mis hombros se relajaron. Si fingíamos que no pasaba nada, conseguiríamos que se largara. Y, francamente, necesitaba fingir que no pasaba nada. Al menos durante unos minutos.

 

Al escuchar la propuesta, Glenn frunció el entrecejo con expresión rece-losa, pero nos siguió al interior de la iglesia con toda tranquilidad. A pesar de que se esforzaba en aparentar que no sabía que queríamos librarnos de él, cuando se sentó a la mesa tenía la típica actitud de un madero. Tras decirle a Ivy que no le importaba esperar a que preparara otra cafetera, arqueó las cejas, se cruzó de brazos y se me quedó mirando fijamente. No se marcharía hasta que no se enterara de todo.

 

Jenks revoloteaba por encima de mí como si estuviéramos unidos por una cuerda. Mi preocupación se derrumbó y me dejé caer en mi silla intentando decidir por dónde empezar. Los familiares ruidos que hacía Ivy mientras preparaba el café resultaban increíblemente tranquilizadores, y paseé la mirada por la cocina fijándome en los huecos que habían quedado después de que me llevara al campanario los utensilios para preparar hechizos.

 

De repente, sentí una presión en el pecho que me cortó la respiración. Era una diablesa. O, al menos, estaba tan cerca de serlo que no había diferencia. Haber convertido a un humano en mi familiar debería haberme hecho recapacitar. Me sentía repugnantemente sucia, como si la mancha de mi alma estuviera filtrándose y manchando a todos los que amaba.

 

Mientras Glenn se quedaba mirando el cesto de los tomates cherry con ava-ricia y parloteaba sobre lo mucho que le apetecía una buena taza de café bien fuerte, tuve la sensación de que los cerrojos de mi vida cerraran la puerta que daba acceso a mi pasado. Solo podía ir en una dirección, e iba a ser endemoniadamente difícil. La lógica me decía que no había manera de salvar a Trent. Había aceptado su fracaso y me había pedido que salvara a los de su especie. Pero yo nunca me había guiado por posibilidades y porcentajes, y no pensaba quedarme de brazos cruzados. Me arrepentiría toda mi vida.

 

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