Fuera de la ley

—Ummm… Tengo que hablar contigo —dije. De pronto la conversación se vio interrumpida por el ruido de una cometa que se estrellaba de morros contra el suelo.

 

Ivy, que estaba de espaldas, se giró hacia nosotros y se cruzó de brazos con el rostro lívido. El aleteo de Jenks se desvaneció cuando aterrizó en el servilletero. Glenn expulsó todo el aire de los pulmones expectante, y yo intenté serenarme y encontrar el modo de contar lo que tenía que decir sin revelarles lo que me había hecho el padre de Trent.

 

—No regresaste por ti misma, ?verdad? —especuló Ivy haciendo que Jenks dejara de aletear—. ?Tuviste que comprar otra marca? —Yo negué con la cabeza y el alivio de mi compa?era de piso se tornó en suspicacia para, finalmente, convertirse en horror—. ?Dónde está Trent?

 

?Oh, no! Creía que había vendido a Trent a cambio de mi libertad. Todo el mundo lo pensaría. Sentí que se me nublaba la vista y, tras sacudir la cabeza, me quedé mirando una serie de incisiones en la mesa y me di cuenta de que era el nombre de Ivy escrito con una letra infantil.

 

?Por qué estoy aquí?, me pregunté mientras intentaba averiguar cómo de-cirles quién era realmente. Era una diablesa, y lo más probable es que me viera arrastrada a siempre jamás en cuestión de horas.

 

Era una diablesa, pero ellos eran mis amigos. Necesitaba creer que no me darían la espalda. Me dolía la cabeza y, tras inspirar lentamente, levanté la vista.

 

—Jenks, ?te importaría llevarte a los ni?os?

 

él comenzó a agitar las alas con fuerza e Ivy hizo una mueca de dolor.

 

—Claro —respondió. Luego dio tres silbidos que evidenciaron su recelo. Seguidamente se alzó un coro de quejas y, una vez los peque?os se marcharon, la habitación se quedó en silencio. Jenks se frotó las alas emitiendo un sonido discordante, y otros tres salieron de debajo del fregadero y abandonaron el lugar.

 

Bajé la vista y encogí las piernas, me abracé las pantorrillas con torpeza y los talones casi me resbalaron de la silla. Me hubiera gustado cabrearme con Trent por todo lo que había pasado, pero no era culpa suya. Entonces pensé en mi cicatriz demoníaca y una profunda inquina se apoderó de mí. Soy una diablesa. Debería aceptarlo.

 

Pero no estaba dispuesta. No tenía por qué hacerlo.

 

Levanté la vista y miré fijamente a Ivy. Su rostro no mostraba ninguna expresión, pero tenía los ojos llorosos.

 

—Yo conseguí salir —dije con voz apagada—. Trent no.

 

El suave crujido de la puerta trasera al cerrarse hizo que Ivy girara la cabeza y mirara en dirección al pasillo. En el umbral se encontraba Ceri, con el pelo revuelto y un vestido blanco semitransparente ribeteado con tonos verdes y violetas que flotaba alrededor de sus pies descalzos. Tenía el rostro surcado de lágrimas, pero estaba preciosa.

 

—?Rachel? —preguntó soltando un gorgorito con una voz entre culpable y asustada.

 

Aquello me bastó para darme cuenta de que lo sabía. Sabía que yo era una diablesa y esa era la razón por la que había intentado convencerme de que no fuera a siempre jamás, para que no lo averiguara.

 

Alcé la barbilla y me apreté las piernas con fuerza.

 

—?Por qué no me lo dijiste? —le pregunté.

 

Ella dio tres pasos en dirección adonde nos encontramos y se detuvo.

 

—?Porque no lo eres! —alegó—. Tú eres una bruja, Rachel. No lo olvides nunca.

 

No fueron sus palabras, sino la vehemencia con que las pronunció, lo que me convenció de que prefería agarrarse a una feliz mentira que afrontar la dura rea-lidad. Casi podía recordar el momento exacto en el que se había dado cuenta. Me había tratado de forma diferente desde que Minias había dejado de concentrarse en mí y se había interesado por David. No, en realidad todo empezó mucho antes, con el espejo adivinatorio.

 

Por lo visto mis ojos me delataron, porque empezó a caminar sin rumbo por la habitación manifestando una rabia que me era muy familiar.

 

—?Eres una bruja! —gritó mientras las mejillas se le llenaban de peque?as manchas rojas y su pelo emitía unos reflejos espléndidos—. ?Cierra la boca! ?Tú eres una bruja!

 

Jenks revoloteaba con expresión aturdida.

 

—?Y por qué no iba a serlo? —preguntó.

 

Ivy se dejó caer. Yo la miré y me mordí el labio con el rostro lleno de lágrimas de frustración. Parecía haber entendido lo que estaba sucediendo.

 

—Soy una bruja —dije continuando la mentira. Sin embargo, Ceri todavía no me había tocado.

 

—No quería que fueras —dijo colocándose delante de mí con impotencia.

 

Incapaz de soportarlo, apoyé los pies en el suelo y le cogí la mano.

 

—Gracias. Y ahora dime, ?voy a quedarme aquí o tendré que volver?

 

Ivy soltó un suave gemido, se dio la vuelta y, agarrándose con fuerza al fre-gadero, se quedó mirando al jardín. Ceri la observó, luego echó un vistazo a la expresión confusa de Jenks, y finalmente volvió a fijar la vista en mí.

 

—No lo sé —respondió quedamente.

 

Jenks alzó el vuelo y se puso a agitar las alas con furor.

 

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