La mujer tenía los ojos brillantes por las lágrimas, pero en ellos se leía también un atisbo de rabia. Sinceramente, estaba convencida de que a Al no le habría importado lo más mínimo si era virgen o no.
—No le hagáis da?o —repetí. Los dos hombres que la sujetaban la dejaron caer al suelo y se quedaron mirándola con los brazos cruzados.
Se parecía a mí. Lo que Al tenía previsto hacerle era repugnante. Por favor, que sea la primera…
—?Dejadme salir! —dije desde debajo del arco de siempre jamás—. ?Ahora!
Los acólitos empezaron a removerse por la tensión del entusiasmo. No tenían ni idea de lo que les esperaba.
—?Dejadme salir! —les ordené sin importarme si sonaba o no como un demonio. Mierda. Tal vez era uno de ellos. Me dolía la cabeza, pero no me la toqué. ?Por favor! ?Haz que todo esto sea un error!
Tom miró a la mujer y percibí en sus ojos el primer asomo de remordimiento por lo que estaba a punto de permitir. Sin embargo, apartó la vista e intentó reprimir la culpa.
—?Nos prometes que nos ense?arás cómo realizar el conjuro y que nos dejarás marchar descargando tu rabia sobre esta mujer y no sobre los que te han invocado?
Te prometo que no volverás a ver el exterior de una celda.
—?Oh, sí! —le mentí—. Lo que tú quieras.
Los idiotas de detrás sonrieron y se felicitaron los unos con los otros.
—Entonces, que así sea —dijo Tom con un ridículo sentido de la teatralidad. El resto de los presentes dio una palmada al unísono para mostrar su conformidad y el círculo colectivo cayó.
Cuando el picor desapareció, sentí un escalofrío y me di cuenta de hasta qué punto me había molestado sentirme tan indefensa. No se parecía en nada a cuando había estado encerrada en la celda de Trent. Los acólitos más espabilados dieron un paso atrás cuando percibieron en mi actitud el dolor y el sufrimiento que sentirían a la ma?ana siguiente. Entonces eché mano de la pistola poniendo el pie sobre el círculo para que no pudieran volver a invocarlo.
—Tom —dije con una sonrisa—, eres realmente estúpido.
él me miró confundido y, cuando saqué la pistola, saltó a un lado.
Antes de que los demás tuvieran la suficiente perspicacia como para echar a correr, disparé a tres de ellos.
De pronto la estancia pareció ponerse en marcha. Gritando de miedo, los tres que quedaban se dispersaron como si fueran ranas ondeando al viento sus túnicas negras. La mujer que estaba en el suelo lloraba desde detrás de la mordaza y disparé rápidamente por encima de ella mientras echaba a rodar intentando llegar a la puerta de metal y a la escalera que le permitiría escapar de allí.
Un hormigueo de siempre jamás atravesó mi aura y dejé la tarima en dirección al tipo más cercano. Estaban formando una red, que básicamente consistía en un círculo no dibujado y que requería un mínimo de tres brujos especialmente competentes. Estaba de rodillas, asustado y con los ojos muy abiertos, y cuando me vio acercarme alzó la voz y empezó a gritarme cosas en latín.
—?Tu sintaxis apesta! —le espeté. Luego agarré la olla de cobre y se la tiré. Sí, estaba muy cabreada, pero si no lograba que dejaran de hablar, podrían capturarme.
El brujo se agachó, y apenas se distrajo un segundo, me dirigí a él.
Agarrándolo por la pechera, di un paso atrás para darle un mamporro y caí hacia delante cuando algo me golpeó desde atrás. Di un aullido, lo solté y me puse en pie intentando quitarme el abrigo. Estaba ardiendo y cubierto de un pringue verdoso.
—?Eh! —grité—. ?Este abrigo no es mío! —A continuación me giré y des-cubrí a Tom. Parecía que le habían dado cuerda otra vez.
El tipo al que había cogido en volandas miró hacia otro lado, y diciendo palabrotas, recordé la pistola y le pegué un tiro. El pobre diablo se desplomó como un saco de harina, y se puso a sollozar porque le había roto la nariz y la sangre estaba empapando la horrible alfombra. Pobre Betty. Iba a tener que pasar la aspiradora una vez más.
La mujer gritó y yo me di la vuelta hacia el lugar del que provenía el tre-mendo chillido. Mi doble había conseguido quitarse la mordaza y se encontraba hecha un ovillo con los pies y las manos todavía atados. Podía oír los ladridos de Sampson al otro lado, se moría de ganas de entrar. El sonido de su miedo se abrió paso hasta la parte más primitiva de mi cerebro y sentí una oleada de adrenalina.
—?Por favor! ?Dejadme ir! —sollozó intentando agarrar el pomo con las mu?ecas atadas—. ?Que alguien me deje salir! —Entonces vio que la miraba y forcejeó aún más—. ?No me mates! ?Quiero vivir! ?Por favor, quiero vivir!
Tenía ganas de vomitar, pero su miedo se transformó en sorpresa y sus ojos miraron detrás de mí. Me picaba la piel, y cuando se le abrió la boca formando una peque?a y redonda o, me arrojé al suelo.
Una peque?a explosión desplazó el aire, y los oídos me pitaron. Al levantar la vista de la alfombra mojada, descubrí otro charco verde que se desplazaba por los oscuros paneles, devorándolos. Maldita sea. ?Qué les había estado ense?ando Al?