La ligera cinta de plata que rodeaba mi mu?eca resultaba mucho más pesada que cualquier cadena. Ni siquiera intenté interceptar una línea y saltarla para averiguar cómo salir de allí. Me habían capturado, y todo apuntaba a que esta vez no lograría escapar.
—El sol está a punto de ponerse —dijo Al, ansioso, desde la oscuridad—. Falta muy poco para que me liberen. Fuiste una imbécil al pensar que lograrías retenerme en siempre jamás apoderándote de mi nombre de invocación. Nadie ha conseguido jamás superar esa jodida estatua. Y nadie lo conseguirá.
El crepúsculo. Parecía bastante seguro de que alguien iba a invocarlo. Cuando no lo hicieran, se iba a poner hecho un basilisco, así que decidí alejarme aún más.
De pronto sentí un leve temblor en el centro de mi chi. Me quedé paralizada y me llevé la mano a la parte inferior de la tripa. Nunca había sentido un dolor ahogado como aquel. E iba a peor.
—No me encuentro bien —le susurré a Trent, aunque a él no pareció im-portarle lo más mínimo.
Al soltó una sonora e inquietante carcajada.
—No deberías haber bebido de esa agua. Ha estado expuesta al sol.
—Yo estoy bien —dijo Trent con una voz más lúgubre que el cálido aire que nos rodeaba.
—Tu eres un elfo —dijo Al con desprecio—. Los elfos son poco más que animales. Pueden comer cualquier cosa.
Yo solté un gemido y me apreté la barriga con la mano.
—?No es eso! —dije mirando hacia abajo y respirando entrecortadamente—. Me siento realmente mal. ?Oh, Dios! Voy a vomitar delante de Trent.
En vez de eso, de mi interior surgió un impresionante estornudo que hizo temblar todos y cada uno de mis músculos.
?Minias?, pensé limpiándome la nariz con la manga. No obstante, no había nada en mi mente salvo mis propios pensamientos.
—?Salud! —dijo Trent con sarcasmo.
Volví a estornudar, y el dolor en el vientre aumentó. Con los ojos muy abiertos, apoyé la mano en el suelo para mantener el equilibrio. Las tripas se me estaban cayendo. Presa del pánico, estiré el brazo para agarrarme a Trent.
—Algo va mal —dije con voz áspera—. Lo digo en serio, Trent. Algo va realmente mal. ?Nos estamos cayendo? Dime si tienes la impresión de estar cayéndote.
Iba a vomitar. Eso era todo.
Desde el otro extremo de un pasillo que todavía no había tenido ocasión de ver, se oyó un rugido furioso.
—?Maldita sea la madre de todos nosotros! —blasfemó Al. A continuación lo hizo de nuevo y, a juzgar por el sonido, también se estaba dando golpes con la cabeza—. ?Serás puta! ?Eres una jodida puta apestosa! ?Ven aquí! ?Ponte donde pueda alcanzarte!
Luchando por concentrarme en algo, me agazapé al oír que estaba gol-peando los barrotes y que escarbaba con los dedos intentando alcanzarme. Parecía que pasaran unos segundos desde que decidía realizar un movimiento hasta que conseguía ponerlo en práctica, como si las conexiones entre mis neuronas se llevaran a cabo a una velocidad mucho menor que la habitual.
—?Cómo pudiste superar la estatua? —bramó Al haciendo que me dolieran los oídos—. ?No es posible!
—?Qué me está pasando…? —jadeé. Trent emitió un sonido muy desagra-dable mientras intentaba que le soltara el brazo.
—?Te están invocando, maldita puta! —me espetó Al—. Te has apoderado de mi nombre de invocación. Y lo están usando. ?Cómo has podido conseguirlo? ?Te has pasado el día inconsciente!
Me sentía como si mi interior hubiera desaparecido y me hubiera convertido en un mero caparazón. Intenté verme la mano, pero no había nada. Y entonces sentí un frío glacial en el rostro.
—?Esto no puede suceder! Minias me dijo que no era posible. ?No soy un demonio! No debería funcionar conmigo. ?No soy un demonio!
—Por lo visto, sí —dijo Al, golpeando los barrotes al compás de sus palabras—. Estás tan jodidamente cerca de serlo que no importa. —Se-guidamente se oyó un nuevo gru?ido, y después gritó—: ?Que alguien me saque de aquí!
El dolor me mantenía agachada y el pelo me cubría las rodillas. ?Oh, Dios! Aquello iba a matarme. Sentía como si estuviera partiéndome en dos. No me extra?aba que los demonios se cabrearan tanto cuando alguien los invocaba.
—Rachel —dijo Trent inclinándose hacia mí y apoyándome la mano en la espalda mientras yo daba boqueadas para conseguir un poco de aire—. Pro-méteme que salvarás a mi gente. Prométeme que usarás la muestra. Si me lo prometes, podré morir tranquilo.