Fuera de la ley

—Por supuesto, mi se?or Algaliarept, después de que hayamos cumplido todos los preceptos. Ya lo hemos dispuesto todo.

 

Estaba a punto de soltar otro gru?ido, pero este se desvaneció y me esforcé por controlar mi rostro para que no mostrara ningún tipo de emoción. A continuación bajé la mirada, me observé a mí misma, y volví a concentrarme en él. ?Cree que soy Al disfrazado?

 

Lentamente, mis labios esbozaron una sonrisa que, aparentemente, les produjo un pavor mayor que el que les había causado mi ira. Si pensaban que era Al, iban a liberarme. Después de todo, tenía que ir a matarme a mí misma.

 

—Dejadme salir —le solicité sin dejar de sonreír—. No os haré da?o. Mejor dicho, no demasiado.

 

Había hablado en voz baja, pero en mi interior estaba a punto de estallar. ?La AFI quería pruebas de que Tom estaba mandando a Al para que me matara? De acuerdo. Podía apostarme lo que fuera a que esta vez las conseguiría. Al verme más calmada, Tom inclinó la cabeza, sin dejar de parecer un imbécil. No me extra?aba que Al quisiera librarse de que tuvieran que invocarlo. Me estaban dando ganas de vomitar.

 

—Como gustes —dijo el hombre—. Hemos traído todo lo que nos pediste —a?adió. Seguidamente hizo un gesto con la cabeza y dos de los hombres se quitaron las túnicas y se dirigieron aun cuarto trasero cuyo interior nunca había visto—. Disculpa el retraso. Anoche nos interrumpieron de forma inesperada.

 

—?Los de la protectora de animales? ?Qué patético! —dije. Tom palideció y yo esbocé una sonrisa disfrutando enormemente al ver lo avergonzado que estaba. Al tenía razón. La información era poder.

 

—Ya no habrá más retrasos —farfulló Tom mientras sus subordinados cu-chicheaban entre ellos—. En cuanto nos ense?es cómo realizar la maldición, podrás irte.

 

Podrás irte, pensé reprimiendo un resoplido de enojo. ?Sabes adonde voy a ir? A darte una patada en el culo.

 

La mesa de reuniones estaba cubierta con un pa?o de terciopelo rojo, pero hasta que no se marcharon los dos tipos que se encontraban en el extremo, no me fijé en los tres horribles cuchillos, la olla de cobre del tama?o de una cabeza o las tres velas. La olla y las velas ya eran lo suficientemente funestas, pero la visión de los cuchillos hizo que se me encogieran las tripas. No faltaba nada, excepto el chivo expiatorio. Nerviosa, me arranqué las esposas mojadas de la mu?eca del mismo modo que había visto hacer a Al con la cuerda. Alcé las cejas al descubrir que la banda de plata hechizada había desaparecido. Entonces estiré el brazo para buscar una línea, y la encontré. Gracias, Dios mio.

 

—?No te importa que vaya a matar a uno de los tuyos? —le pregunté eli-giendo cuidadosamente las palabras incriminatorias.

 

—?Te refieres a Rachel Morgan? —preguntó Tom mientras su voz adquiría un atisbo de desprecio—. No, he pensado que habías vuelto a adoptar su apa-riencia para burlarte de mí. Mátala y conseguiré un aumento.

 

Hijo de puta… Desbordada por la rabia, le apunté con el dedo mientras apoyaba la palma de la mano raspada en la cadera.

 

—Me presenté como ella porque es mucho mejor que tú, ?maldito brujo apestoso y vomitivo! —le grité. Después me retiré, porque el círculo emitió un zumbido de advertencia.

 

—No somos dignos de ti —dijo Tom con resentimiento.

 

Sí, claro. ?De veras pretendía hacerme creer que lo pensaba realmente?

 

De repente, se abrió la puerta que daba a la habitación trasera, y cuando aparté la vista de Tom, descubrí a dos hombres que intentaban contener a una mujer maniatada que luchaba con todas sus fuerzas. Desvié la mirada hacia los cuchillos y el recipiente, y luego a sus mu?ecas vendadas y a la sangre del círculo que me contenía. Mierda.

 

Estaba asustada y no dejaba de forcejear, a pesar de que estaba atada de manos y pies con cinta aislante y que la habían amordazado.

 

—?Quién es esa? —pregunté esforzándome por ocultar mi miedo. ?Oh, Dios mío! ?El chivo!

 

—La mujer que nos pediste. —Tom giró sobre sus zapatillas de deporte para mirarla—. Tuvimos que salir de la ciudad para encontrarla. Una vez más, te pido disculpas por el retraso.

 

Sus brazos descubiertos estaban bronceados por el sol, y sus largos cabellos rojos estaban deste?idos por la misma razón. Joder. Se parecía a mí, aunque era algo más joven y le faltaba la definición de las caderas que me había propor-cionado la práctica de las artes marciales. Cuando me vio, su miedo se duplicó. Entonces dio un alarido y empezó a forcejear en serio.

 

—?No le hagáis da?o! —les ordené. Seguidamente modifiqué la expresión de mi rostro confiando en que pareciera lo suficientemente lasciva—. Me gusta que la piel esté intacta.

 

Tom se sonrojó.

 

—?Ah! Siento decirte que no encontramos ninguna virgen.

 

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